Santa Isabel Ana Seton nos enseña a rezar, ayunar y ofrecer limosna
Para santa Isabel Ana Seton, los tres signos cuaresmales de la oración, el ayuno y la limosna eran una forma de vida. Sus palabras pueden inspirarnos a considerar estas tres prácticas de la Cuaresma como un acto integrado.
El Evangelio del primer domingo de Cuaresma de este año es un resumen sucinto de todo el tiempo de Cuaresma. No escuchamos las historias de Satanás tentando a Jesús para que convierta las piedras en pan, o llevándole a lo alto del templo o mostrándole todos los reinos de la tierra. En su lugar, oímos, en pocas palabras, cómo vivió en el desierto sin comida después de que el Espíritu le impulsara a ir allí, y cómo salió dispuesto a proclamar el Evangelio.
Así, la historia se reduce a los tres signos de la Cuaresma: Ayuno, oración y limosna.
Para ver estas tres prácticas cuaresmales a través de los ojos de Isabel Ana Seton, he reunido algunas de sus citas más queridas. Para ella, el ayuno, la oración y la limosna no son tres ejercicios separados, sino un acto integrado.
El AYUNO es el primer signo de la Cuaresma; se observa un ayuno estricto el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, pero muchos católicos ofrecen una práctica extra de ayuno renunciando a algo en Cuaresma, como una dedicación a la oración y la penitencia.
«La puerta del cielo es muy baja; sólo los humildes pueden entrar», decía Isabel Ana Seton.
La humildad es una de las primeras razones para ayunar. El ayuno nos obliga a recortar nuestro egoísmo. La verdadera libertad es la capacidad de hacer lo que realmente sabemos que es mejor para nosotros, pero muchos de nosotros estamos demasiado empeñados en complacernos a nosotros mismos como para hacer lo que es mejor para nosotros. El ayuno nos acostumbra a la idea de que no somos tan especiales.
«Dios está con nosotros, y si los sufrimientos abundan en nosotros, sus Consuelos también abundan grandemente, y superan con creces toda expresión», escribió la Madre Seton.
Aquí nos muestra otra razón para ayunar: la fe. Estas son las palabras que la Madre Seton envió a su cuñada Rebecca, contándole los consejos que daba a sus hijos mientras se enfrentaba a la enfermedad de su marido. El ayuno fortalece nuestra fe en que el placer terrenal no es lo más importante de nuestras vidas, porque un día tendremos que darnos cuenta de que la vida terrenal tampoco es lo más importante, como Seton tuvo que decir a sus hijos. Lo es nuestra vida en la eternidad.
«Mis propios problemas me enseñarán, espero, a consolar a los demás», decía la Madre Seton.
El servicio es la última razón para ayunar. Perseverar en el sufrimiento nos ayuda a fortalecernos para que no hagamos de nuestra propia comodidad lo más importante, sino que pongamos a los demás por delante de nuestro propio egoísmo. Ayunar de algo caro —de comer fuera, el alcohol o compras innecesarias— puede incluso proporcionarnos los recursos materiales para ayudar a los demás.
La ORACIÓN es el segundo signo de la Cuaresma.
La Iglesia recomienda aprovechar la Cuaresma como un tiempo para aprender el arte de conversar con Dios, añadiendo algo nuevo a nuestra rutina de oración.
«Que tu principal estudio sea conocer a Dios, porque no hay nada más grande que Dios, y porque es el único conocimiento que puede llenar el corazón de una paz y alegría que nada puede perturbar», fue el consejo de la Madre Seton.
La paz es lo primero que obtenemos de la oración. Cuando miramos la vida desde una perspectiva equivocada, nos llenamos de preocupaciones y ansiedad. Piensa en ello como si fueras en coche por las montañas. El caparazón que te rodea, tu coche, domina y limita tu visión. Sólo cuando sales del coche, cuando interactúas directamente con Dios, puedes ver lo pequeño que es tu caparazón.
«Jesús es como un fuego en el centro mismo de nuestras almas, siempre ardiendo. Sin embargo, tenemos frío porque no permanecemos junto a él», decía la Madre Seton.
La urgencia es lo siguiente que obtenemos de la oración. Dios quiere tener una profunda relación personal con todas sus criaturas. Pero muchos le ignoran. Cuanto más aprendamos a dirigirnos a él, más querremos atraer a otros a la luz de su fuego.
«¿Nos anima la vida de nuestro Jesús? ¿Le prestamos el verdadero servicio del corazón, sin el cual cualquier otra cosa que demos carece de valor?», se preguntaba la Madre Seton.
La eficacia es lo siguiente que obtenemos de la oración. No «eficiencia», sino eficacia. La oración no nos hace más talentosos o exitosos, exactamente, pero aumenta el «efecto» de lo que hacemos, porque le da un valor sobrenatural al permitir que Cristo trabaje a través de nosotros en lugar de confiar en nuestros propios esfuerzos.
La LIMOSNA es el tercer signo de la Cuaresma.
Es una costumbre católica encontrar algo extra que hacer por los demás en Cuaresma: dar dinero, tiempo o ambas cosas.
«Cuanto más cerca está un alma de Dios, tanto más aumenta su sensibilidad hacia todos los seres de su Creación; mucho más hacia aquellos a quienes está unida por los lazos más tiernos y entrañables», escribió la Madre Seton.
La sensibilidad es lo primero que obtenemos de la limosna. La oración nos ayuda a ver las necesidades que nos rodean con los ojos de Dios, y a no mirar egoístamente más allá de ellas. La limosna pone esa oración en acción. Cuando oramos y actuamos, juntos, veremos a nuestros seres queridos y lo que necesitan bajo una luz totalmente nueva.
«Tomad cada día como un anillo que debéis grabar, adornar y embellecer con vuestras acciones, para ofrecerlo al atardecer en el altar de Dios», aconsejaba Isabel Ana Seton.
La intencionalidad es lo siguiente que obtenemos de la limosna. Una vez que nuestros objetivos espirituales mejoran, pasando de la superación personal al servicio a los demás, nuestro día pasa de ser «nuestro tiempo» a ser «tiempo para servir». Pero fíjate en que necesitas las tres cosas para que esto ocurra: la oración para ver tu vida como un instrumento en la mano de Dios, el ayuno para tener la autodisciplina de servirle, y la limosna para unirlo todo.
Finalmente, «El primer fin que propongo en nuestro trabajo diario es hacer la voluntad de Dios; en segundo lugar, hacerla de la manera que Él quiere; y en tercer lugar, hacerla porque es su voluntad», dijo la Madre Seton en su consejo citado a menudo.
La unión con Dios es el último fruto de la limosna. Proviene del cumplimiento de los dos mandamientos principales: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». De este modo, la oración, el ayuno y la limosna se unen en uno solo.
TOM HOOPES, autor de The Rosary of Saint John Paul II [El Rosario de San Juan Pablo II], es escritor residente en el Benedictine College de Kansas, donde imparte clases. Antiguo reportero en el área de Washington, D.C., fue secretario de prensa del Presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y pasó 10 años como editor del periódico «National Catholic Register» y de la revista «Faith & Family». Su trabajo aparece con frecuencia en el «Register», «Aleteia» y «Catholic Digest». Vive en Atchison, Kansas, con su esposa, April, y tiene nueve hijos.
Fuente: https://setonshrine.org/
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