Testigos valientes de la verdad: San Sebastián y la Madre Seton
Sus circunstancias no podrían ser más diferentes, pero san Sebastián y santa Isabel Ana Seton nos muestran —cada uno a su manera— cómo decir la verdad a los poderosos, como discípulos de Cristo.
Por su físico saludable, tal y como aparece en la tradición del arte sacro que lo representa, san Sebastián fue nombrado patrón de los atletas, pero su historia podría convertirlo fácilmente en el patrón de decir la verdad al poder.
Esa tradición artística que representa a San Sebastián atravesado por flechas también ha llevado a los católicos a suponer que san Sebastián fue martirizado por arqueros romanos. Pero no fue así. La leyenda cuenta que sobrevivió milagrosamente a aquel famoso intento de ejecutarlo, y que murió más tarde, cuando denunció sin miedo la persecución cristiana al mismísimo emperador Diocleciano.
Eso le convierte en uno de los primeros ejemplos de un dilema que preocupó profundamente a santa Isabel Ana Seton durante toda su vida: en el discurso, ¿dónde debe acabar la discreción y empezar la audacia?
El papa Francisco nombró recientemente a san Sebastián modelo para los jóvenes.
El Santo Padre citó a san Sebastián como uno de una lista de santos en los que los jóvenes pueden buscar inspiración, en su exhortación apostólica postsinodal de 2019 Christus Vivit.
«En el siglo III, san Sebastián era un joven capitán de la guardia pretoriana —escribió. Ya mientras estaba en el servicio militar—, cuentan que hablaba de Cristo por todas partes y trataba de convertir a sus compañeros, hasta que le ordenaron renunciar a su fe».
Pero Sebastián no se detuvo: «Como no aceptó, lanzaron sobre él una lluvia de flechas, pero sobrevivió y siguió anunciando a Cristo sin miedo. Finalmente lo azotaron hasta matarlo», escribe el papa Francisco.
San Sebastián era de Milán (Italia), donde san Ambrosio serviría como obispo un siglo después. Ambrosio escribió que la voluntad de Sebastián de sufrir por Dios era tan fuerte que no podía guardar silencio sobre su Salvador.
Después de que los arqueros pensaran que lo habían matado, Sebastián fue dado por muerto. Pero «la viuda de San Cástulo, al ir a enterrarlo, lo encontró aún vivo y lo llevó a su casa, donde, gracias a sus cuidados, se recuperó de sus heridas», según el padre Alban Butler en sus Vidas de los Santos.
Después de recuperarse de sus heridas, Sebastián «se colocó un día junto a una escalera, por donde iba a pasar el emperador, a quien abordó primero, reprochándole sus injustas crueldades contra los cristianos. Esta libertad de palabra, y además de una persona que él suponía muerta, asombró mucho al emperador; pero recobrándose de su sorpresa, dio orden de que fuera apresado y golpeado hasta la muerte con garrotes, y su cuerpo arrojado a la fosa común».
Pero no piense en la «libertad de expresión» de San Sebastián en el sentido legal moderno.
En la catedral de San Sebastián de Río de Janeiro, el papa Francisco habló del tipo de «libertad de expresión» que ejemplificaba san Sebastián.
Francisco animó a los jóvenes a proclamar el Evangelio con la misma libertad de san Pablo y san Bernabé, y utilizó la palabra «parresía», una palabra griega para la «libertad de expresión» necesaria para proclamar la verdad a pesar del peligro de represalias.
Santa Isabel Ana Seton señaló esta virtud en el propio Jesucristo.
Comenta en sus escritos espirituales el momento del juicio de Jesús en el que éste guarda silencio ante el sumo sacerdote:
«Hay un tiempo para guardar silencio, y un tiempo para hablar —escribió—. Cristo, la sabiduría de Dios, nos ha dado ejemplo de ambos. No debemos hablar por dar ventaja a las cavilaciones, no debemos callar traicionando la verdad».
Señala que Jesús no habla hasta que Caifás le interpela, diciendo: «Te conjuro por el Dios vivo, dinos si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios».
«Ahora bien, si Jesús calla, incurre en la culpa de despreciar ese terrible nombre, [pero] si habla, queda entrampado», señala, y caracteriza lo que Jesús dice a continuación así: «Oh Caifás, ya no te quejarás de un prisionero mudo: oirás más de lo que pides».
Jesús dijo a Caifás: «Tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64).
Caifás responde denunciando en voz alta la «blasfemia», rasgándose las vestiduras y condenando a muerte a Jesús, del mismo modo que san Sebastián será asesinado tiempo después por su propia «libertad de expresión» ante el emperador.
En cuestiones menos trascendentales, la propia Madre Seton tuvo que lidiar con «decir la verdad al poder».
Para arreglar los asuntos de su orden religiosa, la Madre Seton tuvo que dirigirse a menudo al poderoso arzobispo de Baltimore, John Carroll.
Uno de sus motivos de preocupación eran los directores espirituales asignados a su nueva comunidad, que ella consideraba inadecuados. No le resultaba fácil hablar claro, le decía, pero la prudencia exige a veces hablar con valentía.
«Mi reticencia a hablar de un tema que sé que le causará inquietud es tan grande que ciertamente guardaría silencio, pero como el bien que Dios Todopoderoso puede querer hacer por medio de esta comunidad puede verse muy obstaculizado por el actual estado de cosas, es absolutamente necesario», escribió.
Dijo que era importante que el arzobispo «lo supiera antes de que el mal sea irreparable».
Mostrando su preocupación por la cuestión de la discreción y la audacia, seguiría abordando el tema con cautela en cartas posteriores al arzobispo.
En sus escritos espirituales sobre el odio al pecado, la Madre Seton reveló que le preocupaba que la palabra fuera una fuente de peligro para ella.
«Señor, estoy rodeada de males —escribió, con pecados— más numerosos que los cabellos de mi cabeza». En una lista de faltas, incluyó «pecados de imprudencia y descuido, por la irreflexión de la disposición, la libertad de palabra, la precipitación al juzgar y las sospechas poco caritativas».
Su inquietud es un gran recordatorio de la advertencia que Santiago hace sobre la moderación verbal: «Si alguno no se equivoca en lo que dice, es un hombre perfecto».
En el Día de San Sebastián, todos rezamos por el equilibrio que buscaba la Madre Seton.
Es oportuno que la tumba de san Juan Pablo II haya sido trasladada a la Capilla de san Sebastián en la Basílica de San Pedro. San Juan Pablo II fue un modelo tanto de discreción como de audacia al hablar. Hablaba con prudencia cuando era necesario, para no provocar a las autoridades comunistas de Polonia, que podían clausurar la labor de la Iglesia, y hablaba con audacia cuando era importante.
Una oración tradicional a San Sebastián pide: «Oh Señor, concédenos el espíritu de fortaleza, para que, guiados por el ejemplo del mártir san Sebastián, aprendamos a dar testimonio de la fe cristiana».
Amén.
TOM HOOPES, autor de The Rosary of Saint John Paul II [El Rosario de San Juan Pablo II], es escritor residente en el Benedictine College de Kansas, donde imparte clases. Antiguo reportero en el área de Washington, D.C., fue secretario de prensa del Presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y pasó 10 años como editor del periódico «National Catholic Register» y de la revista «Faith & Family». Su trabajo aparece con frecuencia en el «Register», «Aleteia» y «Catholic Digest». Vive en Atchison, Kansas, con su esposa, April, y tiene nueve hijos.
Fuente: https://setonshrine.org/
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