Editorial: No debemos blanquear la falta de derechos humanos
En 1848, Federico Ozanam fue candidato a diputado en las elecciones de la Asamblea nacional francesa, a propuesta de varios grupos de ciudadanos. Para solicitar el voto de sus compatriotas, escribió una circular dirigida «a los electores del departamento de Rhône [donde se presentaba]» en la que decía, entre otras cosas, que trabajaría por «los derechos laborales, […] las asociaciones de trabajadores, […] las obras de utilidad pública de iniciativa estatal, que pueden ofrecer hospitalidad a los trabajadores que carecen de trabajo o recursos, y […] pedir medidas de justicia y seguridad social para aliviar el sufrimiento de la población». Federico no salió elegido, pero este manifiesto nos habla de la preocupación y la iniciativa de un seguidor de Vicente de Paúl para aliviar, también desde el compromiso político, las injusticias que los trabajadores vivieron en su tiempo; no dio la espalda a la cuestión social, esto es: todos los problemas que se generaron a partir de la Revolución industrial (a todos los niveles: políticos, intelectuales, religiosos…), muy especialmente el pauperismo y la falta de derechos de la clase trabajadora, de los obreros.
La realidad de los obreros en la Francia de mediados del siglo XIX
En 1840, el economista Louis-René Villermé hizo un estudio, en el que dibuja un retrato pavoroso de la realidad de las familias obreras de París y otras ciudades fabriles. En él dice:
Suponiendo una familia cuyo padre, madre e hijo de 10 a 12 años reciben un salario ordinario, esta familia puede juntar en un año, si la enfermedad de alguno de sus miembros o la falta de trabajo no viene a disminuir sus ganancias: el padre: 450 francos; la madre: 300 francos; el hijo: 165 francos. En total son 915 francos.
Veamos ahora cuáles son los gastos [anuales]. Si solo ocupan una sala, una especie de ático, una bodega, una habitación pequeña, su alquiler […] suele costarles de 40 a 80 francos en la ciudad. Tomemos el promedio: 60 francos. La comida: 738 francos. Por lo tanto, la comida y la vivienda: 798 francos. Quedan, pues, 117 francos para muebles, ropa de cama, ropa, lavandería, fuego, luz, utensilios de la profesión, etc.
Louis-René VILLERMÉ, Tableau de l’état physique et moral des ouvriers employés dans les manufactures de coton, de laine et de soie [Cuadro del estado físico y moral de los trabajadores empleados en las fábricas de algodón, lana y seda], París: Jules Renouard, 1840, tomo I, pp. 98-100.
De este texto se deduce que, incluso si toda la familia (padre, madre e hijo menor de edad) trabajaran, ni siquiera en este caso la familia obrera podían cubrir sus necesidades básicas y llevar una vida digna.
Del anterior estudio también se infieren datos importantes respecto a las condiciones laborales en las fábricas:
- Además de la evidente desigualdad de género en los salarios (33% de diferencia entre hombre y mujer), también llama la atención la normalidad con que se habla del trabajo infantil, aún peor pagado (aproximadamente un tercio de un varón adulto).
- El salario anual nos permite contabilizar el número de jornadas laborales al año: 300 días, esto es, seis días a la semana (descanso dominical), sin otras vacaciones en el año salvo ciertas fiestas reguladas (laicas y religiosas). En otros textos se indica que algunos trabajadores tenían que ir a la fábrica incluso los domingos por la mañana, para limpiar los talleres y mantener las máquinas.
- De ordinario, las jornadas diarias de trabajo superaban las 12 horas, a veces las 15.
- El descanso a mediodía, para comer, era breve (media hora en general); a menudo la comida se tomaba bien frente a la máquina, bien fuera, en el patio de la fábrica.
- Los niños estuvieron sujetos a los mismos horarios al menos hasta 1841, cuando el rey Luis Felipe sanciona una ley, del 22 de marzo, que, entre otras disposiciones, prohíbe el empleo de niños menores de 8 años; prohíbe el trabajo nocturno (de las 9 de la noche a las 5 de la madrugada) de menores de 13 años (salvo excepciones); regula a 8 horas la jornada máxima para niños de 8 a 12 años y a 12 horas para niños de 12 a 16 años; y prohíbe el trabajo de menores de 16 años en domingos y días de fiesta. No obstante, dicha ley solo obligaba a manufacturas, fábricas y talleres con más de 20 empleados, y, a efectos prácticos, no se cumplía.
La realidad de los obreros en Qatar durante estos últimos años
Han pasado más de 175 años desde entonces, y espanta cuán parecida es aquella situación del tiempo de Ozanam con la realidad actual de muchas partes del mundo; en particular, la hemos visto detallada esta última década en Qatar, donde este 20 de noviembre comenzó la Copa mundial de fútbol organizada por la FIFA.
En 2010, Qatar fue elegida sede de la Copa mundial de fútbol para 2022 en una votación rodeada de polémica y sospechas de sobornos y corrupción. Era un país sin tradición futbolística significativa, conocido por su vulneración de los más básicos derechos humanos (la libertad de prensa, de asociación, derechos de las mujeres y LGTBI, etc.). Para adaptar sus infraestructuras al evento, Qatar invirtió cientos de miles de millones de dólares y cientos de miles de obreros (la inmensa mayoría emigrantes) trabajaron en la preparación. Amnistía Internacional publicó a finales de octubre un demoledor documento sobre la falta de respeto a los derechos de los trabajadores. Ante la presión internacional, Qatar había aprobado en 2017 una reforma laboral que prometía asegurar algunos derechos de los trabajadores, pero que se demostró absolutamente insuficiente, además de incumplirse en muchos casos:
Durante muchos años, el gobierno de Qatar —al igual que la FIFA— respondió a la creciente presión internacional sobre estos abusos con la negación y la inacción. Luego, en 2017, finalmente se embarcó en un viaje para reformar su sistema laboral. En virtud de un acuerdo trienal con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Qatar se comprometió a desmantelar el sistema tóxico de patrocinio de la kafala [sistema de explotación en semiesclavitud], hacer frente a los abusos salariales, mejorar las medidas de salud y seguridad, prevenir y perseguir el trabajo forzoso y promover la voz de los trabajadores. Esto supuso un cambio positivo en el enfoque de Qatar y en los años siguientes se produjeron importantes reformas legales. […] A pesar de la evolución positiva del sistema laboral de Qatar, que ha mejorado las condiciones de vida y de trabajo de cientos de miles de trabajadores migrantes de ese país y tiene el potencial de transformar la vida de muchos más, aún queda mucho por hacer para que se aplique y se cumpla efectivamente. En definitiva, las violaciones de los derechos humanos persisten en una escala significativa hoy en día (Amnistía Internacional).
Amnistía Internacional hizo recientemente un recuento de las importantes violaciones de derechos humanos que siguen vigente hoy día en el país que acoge este año la Copa mundial de fútbol; se puede consultar aquí.
A pesar del oscurantismo en el acceso a la información, se estima que más de 6.500 obreros han muerto construyendo los escenarios deportivos para el Mundial, debido a las malas condiciones con las que han tenido que lidiar los cientos de miles de trabajadores extranjeros (provenientes de países como la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka). “Los hallazgos, recopilados de fuentes gubernamentales, significan que un promedio de 12 trabajadores migrantes de estas cinco naciones del sur de Asia han muerto cada semana desde la noche de diciembre de 2010, cuando las calles de Doha (capital de Qatar) se llenaron de multitudes exultantes que celebraban la victoria de Qatar”, reveló The Guardian en un estudio publicado en 2021. Evidentemente, el gobierno qatarí negó estas cifras; su ministro de trabajo llegó a decir que “ha habido muchos informes contradictorios por parte de los medios, algunos alegan que hubo 6.500 víctimas durante los preparativos para albergar la cita, mientras que otros hablan incluso de 15.000, actuando como si estuvieran en una carrera contra el tiempo. Quisiera enfatizar la inexactitud de estos números también imploraría a todos los políticos que consulten a las organizaciones oficiales especializadas”. También la FIFA calificó las cifras de sumamente exageradas.
Un trabajador keniata informaba que «los supervisores nos pegaban frente a otros trabajadores para presionarnos y para que trabajáramos más rápido. Este abuso físico nunca se abordó. Se podía denunciar, pero no pasaba nada porque los que lo resolvían eran nuestros mismos supervisores». «Trabajaba 14 horas al día, desde las seis de la mañana a las ocho, y no recibí compensación por las horas extra. Trabajaba siete días a la semana y cada vez que me llamaban tenía que ir», cuenta otro trabajador migrante de Bangladesh (testimonios recogidos por la organización Equidem en una investigación recientemente publicada).
En resumen, en este panorama desolador se han impuesto las razones económicas y se ha mirado hacia otro lado en cuanto a los derechos humanos de las personas. Causa estupor y vergüenza oir a algunos dirigentes de la FIFA intentar justificar esta situación con frases tan desafortunadas como «Menos democracia a veces es mejor para organizar una Copa del Mundo» (palabras de Jerome Valcke, secretario general de la FIFA, en fechas previas al Mundial de Brasil 2014) o «Hay muchas cosas que no funcionan, lo sé. Pero estas lecciones morales, solo desde un lado, son simple hipocresía» (Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en declaraciones el 19 de noviembre de 2022), añadiendo después que «es difícil para un trabajador que viene a Qatar, porque las dificultades aquí son parecidas a las que se vivían en Europa hace años, pero gracias a eso pueden volver a casa porque ganan 10 veces más que en sus países», finalizando su intervención con la sorprendente frase: «¿Quiénes se preocupan por los trabajadores? La FIFA. El fútbol. El Mundial. Y Qatar también».
El deporte lleva implícitos una serie valores: colaboración, esfuerzo, respeto al otro y al diferente, por poner solo algunos ejemplos, que deberían anteponerse a cualquier interés comercial. Es algo completamente contrario al espíritu deportivo el subyugarse a una determinada situación y ser incapaz de denunciar los abusos y las violaciones de los derechos humanos, como se han visto —y se siguen viendo— en la actual sede del Mundial de fútbol.
Esto no es nuevo: al principio de este artículo ya vimos el ejemplo de Ozanam y lo que vivió en su tiempo; también, antes de él, lo experimentó san Vicente de Paúl en el siglo XVII. Lo que sorprende es que hoy día asumamos con bastante pasividad esta evidencia y que gran parte del mundo la ignore, la trivialice o la blanquee, en un evento seguido por miles de millones de personas en todo el mundo, donde se ha primado la economía a los derechos humanos.
«Poderoso caballero es don dinero» dijo, en un poema satírico, Francisco de Quevedo (1580-1645), escritor español del siglo XVII. Lamentablemente, sigue siendo verdad en el siglo XXI.
Madre, yo al oro me humillo,
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado
anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Los vicencianos seguimos haciéndonos la pregunta por excelencia, «¿Qué se debe hacer?», también ante esta flagrante injusticia.
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