Desde un punto de vista vicenciano: Precioso a los ojos de Dios
Los relatos de Lucas 15 (la oveja perdida, la moneda y el hijo) llaman poderosamente nuestra atención sobre nuestra importancia a los ojos de Dios. Debemos sentirnos humildes y animados. Escucha la actitud que caracteriza el hallazgo de la oveja perdida:
Y cuando la encuentra
la pone sobre sus hombros con gran alegría
y, al llegar a casa,
reúne a sus amigos y vecinos y les dice,
‘Alegraos conmigo porque he encontrado mi oveja perdida’.
La alegría, la celebración y la comunidad que acompañan el regreso de la perdida son impresionantes. Cada uno de los relatos de este capítulo de Lucas recoge estos mismos elementos con más o menos las mismas palabras. No hay que perder de vista el propósito.
A veces, cuando nos centramos en nosotros mismos, podemos llamar la atención sobre nuestra inteligencia o nuestros talentos o nuestros logros. Aunque estas afirmaciones pueden captar una verdad, también pueden reflejar cierto orgullo y egocentrismo. Sin embargo, recordarnos a nosotros mismos que somos preciosos para Dios puede y debe ser una afirmación diaria y gloriosa. En su frase más reveladora, el Evangelio de Juan nos recuerda que Dios nos ama tanto que envió a su único hijo por nosotros (Jn 3,16). Jesús enseña que no se puede tener mayor amor que dar la vida por los amigos (Jn 15,13), y se entrega voluntariamente por nosotros. ¡Qué preciosos somos!
El Salmo 100 del Breviario, que se reza con frecuencia, nos recuerda cómo Dios cuida de nosotros y cómo nosotros debemos cuidar de él:
¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
servid a Yahveh con alegría,
llegaos ante él entre gritos de júbilo!
Sabed que Yahveh es Dios,
él nos ha hecho y suyos somos,
su pueblo y el rebaño de su pasto.
Esta conciencia de nuestro valor ante Dios debería desbordar en una mayor conciencia de lo preciosos que son también los demás seres humanos. Cuando el Papa Juan Pablo II visitó los Estados Unidos en 1979, pronunció un discurso en el Capital Mall en el que dijo
La vida humana es preciosa porque es el don de un Dios cuyo amor es infinito; y cuando Dios da la vida, es para siempre. La vida también es preciosa porque es la expresión y el fruto del amor.
Esta afirmación se me ha quedado grabada. La vida humana es siempre y para siempre preciosa. Ha sido creada en el amor.
Esta observación me lleva a cerrar el círculo de la reflexión de este artículo. La conciencia de Vicente de Paúl del carácter inestimable y eterno de la vida humana impulsó su reconocimiento de la importancia del sacramento de la reconciliación. Las experiencias de Gannes y Folleville le impulsaron a buscar a las ovejas perdidas en la misión, y a alegrarse de su regreso al redil. Para estos preciosos hermanos y hermanas, como para cada uno de nosotros, esto proporciona el camino hacia la vida eterna.
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