Dinero que no se considera justo
Jesús nos enseña a dar al Padre el culto en Espíritu y verdad. Nos advierte también que no podemos servir a Dios y al dinero.
Se ansía Jesús hasta que sirva él de modo consumado y entregue su cuerpo y derrame su sangre para salvarnos. Los que aplastan a los pobres, en cambio, se ansían hasta que pase la luna nueva o el sábado. Es que esos días prohíben todo trabajo; les impiden, pues, a los aplastadores ganarse más dinero.
Guardan, sí, los no justos los días de obligación. Y es por eso que los denuncia Amós; el culto de ellos es falso y sacrílego. No son limpias las manos que alzan cuando rezan ellos.
Queda claro, pues, que los denunciados por Amós sirven más al dinero que a Dios. El dinero ha tomado en su vida el lugar de Dios. Lo van a procurar por las buenas o por las malas.
Pero Jesús nos da a conocer la verdadera religión que es la misma que concreta Santiago. Éste dice que la religión pura ante Dios Padre «es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y no mancharse las manos con este mundo».
No, no se puede separar el amor de Jesús al Padre de su amor al prójimo (SV.ES VI:370). Es que acierta nuestro Maestro en su comprensión del texto: «Siempre habrá pobres en la tierra; sé muy generoso, pues, con los pobres y los necesitados». No descarta él el previo: «No habrá pobres entre los tuyos, ya que el Señor te colmará de bendiciones» (véase J. Freund).
No podéis servir a Dios y al dinero.
Parece que Jesús da la pobreza por sentada (Mt 26, 11; Mc 14, 7; Jn 12:8). Pero no es indiferente a ella. De hecho, la remedia; asiste a los necesitados.
Por consiguiente, recorre él pueblos y aldeas para hacer el bien. También denuncia él la codicia y nos alerta de los peligros en este mundo.
Pues este mundo y sus hijos solo entienden del dinero, poder y control. Con todo, por sus codicias y ambiciones, riñan ellos, y hasta matan y hacen la guerra.
De verdad, el afán desmedido del dinero, poder y control lleva al fin a la perdición. Es decir, el cuerno, la fuerza, que nos salva no está en el becerro de oro. El dinero, el poder y el control son ídolos no más, plasmados de nuestros afanes.
El cuerno, la fuerza, que nos salva es Jesús al cual Dios ha suscitado. Y llama, sí, nuestro Salvador al dinero «mamón», maldito. No lo es porque se haya ganado de modo malo, si bien es el caso con los denunciados por Amós. Siempre lo es, más bien, en tanto que nos aparta de Dios y del prójimo.
Y esa advertencia de Jesús a los ricos es una invitación a que seamos sus discípulos. A ser y vivir al igual que él; Dios es su razón de ser, no el dinero. Nos lo dice el Papa Francisco así: No son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino el servicio, la humildad y el amor. Los bienaventurados, sí, son los pobres.
Pero no son causas perdidas los ricos. Pues, pueden ellos «blanquear» su dinero por compartirlo con los pobres. Así serán los ricos amigos del Padre; él los acogerá en las moradas eternas.
Señor Jesús, concédenos ser honrados y de fiar en lo poco, como el dinero. Así seremos honrados y de fiar en lo mucho, como lo del cielo.
18 Septiembre 2022
25º Domingo de T.O. (C)
Am 8, 4-7; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13
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