Palpable, tocable, visible, verdadero
Jesús hace palpable a Dios, al que nadie ha visto ni tocado. Los verdaderos discípulos no descansan hasta que les sea palpable el Maestro.
Bien sabe Jesús que cuando él se les aparezca resucitado, los discípulos creerán estar viendo un fantasma. Le querrán palpable. Es por eso que nada más darles el saludo de paz, les enseña él las manos y el costado. Son éstos signos tajantes, si no pruebas, del muerto en la cruz y sepultado. Pero él ahora les dice: «Yo soy el que vive».
Y los discípulos de hoy tenemos por asentado que Jesús ha resucitado. No lo ponemos en duda. Ni dudamos de las personas o de los libros que nos lo comunican que Jesús. Nos basta la fe; no hay necesidad de que él nos sea palpable. Y, por supuesto, nos da gusto pensar que somos dichosos por creer sin ver.
Pero, ¿de veras creemos? ¿No estamos más con Eleanor Rigby y el Padre McKenzie, con los tristes, que con los gozosos? ¿Somos de los con fe mediocre, o de los pobres con fe viva? Los con «fe viva» halla palpable, delectable toda palabra que pronuncia el que tiene palabras de vida (SV.ES XI:462).
Los mediocres, a nuestra vez, honramos a Cristo con repetir doctrinas y rituales. Pero nuestros corazones están lejos de él; ni se nos ocurre lo de la adhesión viva a él. Es por eso que hay que aprovechar la lección que nos enseña la duda del apóstol Tomás.
Conocer al Resucitado de modo palpable
El que rehúsa creer hasta que vea, claro, no es el modelo del verdadero discípulo. Es el que ve y cree. Pero éste solo ve signos: la tumba vacía, las vendas en el suelo y el sudario, todo en buen orden. No ve al Resucitado. Es por eso que el que no tiene nombre es el primero de los dichosos que creen sin ver.
Pero de Tomás podemos aprender a no dejar que nuestra fe se estanque. Él nos da a conocer que a todo discípulo le toca hacer su propio recorrido de fe. No nos basta con decir grandes verdades, si ellas no tocan nuestros corazones ni los de los demás.
También nos recuerda Tomás lo tardos que somos para creer las Escrituras. Por lo tanto, volveremos a ellas una y otra vez. Y andaremos uno al lado del otro hasta que ardan nuestros corazones y lo hallemos palpable al resucitado «Dios-con-nosotros».
Aceptaremos también sus dones de paz, perdón y del Espíritu Santo. El valor que viene del Espíritu nos quitará el miedo y nos impulsará a salir para atender a los pobres. No, no nos encerraremos; ante todos ha de ser palpable Cristo por nosotros.
Y gracias a Tomás. Pues por él logramos mirar al Resucitado. Él no rechaza al que no cree. Se detiene para cumplir lo que le pide el que duda; espera hasta que se oiga: «¡Señor mío y Dios mío!».
Es por eso que los discípulos nos mantendremos solidarios con los dudosos. Nos adheriremos tenaces menos a la letra y más al espíritu de las doctrinas. No nos contagiaremos de la tibieza o pereza espiritual, «el vicio de los clérigos» (¿clericalismo?), que lleva a murmuraciones (SV.ES VIII:100; SV.ES IX:800).
Señor Jesús, tu amor inventivo nos da el Sagrado Banquete (SV.ES XI:65). Así te nos haces palpable y delectable, mientras nos alimentas, nos recuerdas tu pasión, nos llenas de gracia y nos da prenda de la gloria que viene. Haz que seamos tus signos.
24 Abril 2022
2º Domingo de Pascua (C)
Hch 5, 12-16; Apoc 1, 9-11a. 12-13. 17-19; Jn 20, 19-31
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