Levantados o caídos, vivos o muertos, sí o no
Jesús baja del cielo y habita con nosotros. Toma para sí nuestra carne de muerte para darnos espíritu y vida. Nos quiere levantados.
Eran los judíos que mumuraron antes tras oír a Jesús decir: «Yo soy el pan bajado del cielo». Ahora los que murmuran son los discípulos; se les hace duro aceptar las palabras del Maestro. Y es de suponer que ellas los dejan decaídos más que levantados.
Pero no las retracta Jesús. Dice que son espíritu y vida. Y repite que nadie puede creer en él ni venir a él si el Padre no se lo concede.
No cabe duda de que las palabras de Jesús desconciertan la razón. ¿Cómo puede bajar del cielo uno que es de la tierra? ¿Cómo puede un carpintero dar a comer su carne a los demás?
Esas palabras provocan también crisis, juicio, división, traición. Es que son del que separa a los caídos y a los levantados, a unos de otros (Lc 2, 34-35). Son del que es la Palabra de Dios. La Palabra que es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo (Heb 4, 12). Penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, y juzga las intenciones del corazón.
Y para que se cuente entre los levantados, uno no se puede contentar con la razón. Ella no basta; hay necesidad del «corazón que tiene sus razones que la razón no conoce». Y en sentir a Dios por medio del corazón está la fe.
Levantados debido a la fe
Les falta la fe a los caídos. Es por eso que se escandalizan porque se llama Jesús el pan que ha bajado del cielo. Y dice él tambén que el alimento que da es su carne y sangre. No será una sorpresa, pues, que se escandalicen aún más cuando lo vean subir a donde estaba antes. No creen sus palabras sobre las cosas de la tierra. Por lo tanto, les resultará más duro aún creer sus palabras sobre las cosas del cielo (véase Jn 3, 10-15).
De verdad, se nos hace duro comprender que someterse a la muerte de cruz quiere decir estar entre los levantados. Nos cuesta aceptar que morir así es recibir el «Nombre-sobre-todo-nombre». Para captar el misterio que se encierra en Jesús y en sus palabras, hay que tener fe. La razón propia de la carne no sirve de nada.
A los que el Padre atrae, a ellos, sí, se les abrirán los corazones. Por la fe, lograrán entrar en el misterio. Les será patente que la cruz no revela a un dios vengativo y sediento de sangre. Al contrario, da a conocer la cruz a Dios Padre que enseña a sus hijos a vivir de modo pleno.
Se nos enseña que morir es vivir. Y no es que la cruz no retrate el estrago que hace la codicia, la falta de justicia y de amor solidario. Pero la cruz habla a la vez del modo de dar alimento y calor a la carne.
Si se dice sí a la cruz, la carne de muerte se hará espíritu de vida. Y si celebramos el memorial de la cruz, nos saciaremos de su faz (Sal 17, 15) y de sus palabras. No de las de los malvados (Sal 73, 10).
Señor Jesús, danos de tu pan, danos de beber, que no hay nada que nos sacie el hambre y la sed. Así los propensos a caer nos mantendremos levantados. Así también te veremos, con las luces de la fe, en los pobres (SV.ES XI:725).
22 Agosto 2021
21º Domingo de T.O. (B)
Jos 22, 1-2a. 15-17. 18b; Ef 5, 21-32; Jn 6, 60-69
0 comentarios