Persona de Jesús más que proposición
Jesús toma sobre sí nuestras enfermedades y carga con nuestras dolencias (Mt 8, 17; Is 53, 4). Para el discípulo, por lo tanto, vivir de la fe es ser la compasión del Maestro en persona.
Jairo se postra a los pies de Jesús y le ruega que vaya con él. Es que su niña se está muriendo, y quiere él que Jesús en persona la rescate de la muerte.
Mientras se van los dos, acompañados de mucha gente, acaece una interrupción. Se trata de una mujer que sufre de flujos de sangre, por lo que se considera ella no pura (Lev 15,25-27). Por lo tanto, no ha de tener contacto con ninguna persona.
Pero se siente ella con necesidad de tener contacto con la persona de Jesús. Él es su última esperanza; en vano ya ha gastado ella su fortuna en los médicos.
Así pues, para pasar desapercibida, la hemorroísa se acerca a Jesús por detrás, entre el gentío. Piensa ella que será curada con solo tocarle el vestido. Hace ella, pues, según su pensar y, de inmediato, queda curada. Pero en vez de alegrarse, la curada se asusta.
Es que Jesús pregunta: «¿Quién me ha tocado el manto?», una pregunta que les parece un poco ridícula a los discípulos. No sorprende la reacción de ellos; no están en el lugar del Maestro. Además, solo se puede simpatizar con una persona, no sentir lo que la persona.
Pero resulta que no tiene por qué asustarse la que con humildad se lo confiesa todo a Jesús. Pues en vez de regañarla, él le dice con cariño, —pues la llama «hija»—, que la fe de ella la ha curado.
Es decisiva la fe en la persona de Jesús.
Llega luego la triste noticia de que la hija de Jairo ha muerto. Pero no pierde él la fe. Es que le dice Jesús: «No temas; basta que tengas fe». Así que queda claro una vez más lo decisiva que es la fe. Más tarde unos se reirán de él.
Esa fe, al igual que la de la hemorroísa, es, más que nada, tener a Jesús por veraz, sólido. Es más que aceptar por cierto lo que se afirma de él.
Y tanto la persona desconocida y la persona importante, el jefe de la sinagoga, se han arrodillado ante Jesús. Es decir, no solo le respetan, sino que se someten, se entregan, a él también. Tal fe, pues, hace uno del importante y de la no importante; brota la unidad en diversidad.
También por la fe, nos hacemos semejantes a Jesús. Él es el hombre-para-Dios-y-para-los-demás. Busca él la gloria del Padre y el bien del prójimo (SV.ES VI:370). Se preocupa él del reino de Dios y su justicia. Y enseña a los pequeños, cura a los enfermos y les enjuga las lágrimas a los con llanto.
Por lo tanto, los con fe madura, los que se entregan a Jesús, salen, en vez de encerrarse y aferrarse a sus seguridades (EG 49). No procuran la propia extensión ni la de su grupo (SV.ES II:383). Se fijan ellos en el que entrega su cuerpo y derrama su sangre por los demás. En el que se hizo pobre para enriquecernos y murió para destruir la muerte que Dios no hizo. Así, él es la prueba en persona de que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35).
Señor Jesús, concédenos vivir de la fe en ti que te entregaste por nosotros. Haz que seamos en persona tu compasión, aun a riesgo de parecer reíbles nosotros.
27 Junio 2021
13º Domingo de T.O. (B)
Sab 1, 13-15; 2, 23-24; 2 Cor 8, 7. 9. 13-15; Mc 5, 21-43
0 comentarios