Desde un punto de vista vicenciano: Anhelando el hogar (José y el Salmo 137)
Los babilonios destruyeron el Templo de Jerusalén en el año 587 a.C. y se llevaron a la mayor parte del pueblo de Israel al cautiverio, trasladándolo de su hogar ancestral a tierras extranjeras. El Salmo 137 recoge los sentimientos de esos desplazados (v. 1):
A orillas de los ríos de Babilonia
estábamos sentados y llorábamos,
acordándonos de Sión.
Los exiliados derramaron su desolación por la separación de sus hogares, pero sobre todo del centro de la fe de sus antepasados. Resolvieron no olvidar nunca de dónde venían ni a quién pertenecían (vv. 5-6):
¡Jerusalén, si yo de ti me olvido,
que se seque mi diestra!
¡Mi lengua se me pegue al paladar
si de ti no me acuerdo,
si no alzo a Jerusalén
al colmo de mi gozo!
Unos 500 años más tarde, encontramos a María y a José en Egipto cuando huyen de Herodes con el santo niño en brazos. Podemos escuchar a María uniéndose a José en el canto de este salmo 137, con un fervor creciente y personal.
El recuerdo de Jerusalén, con su Templo Sagrado y su rica historia para los judíos, sostendría a José y a María en su exilio. Se decidirían a ser fieles al Dios que había actuado en favor de su pueblo. Aquel lugar de morada y revelación de Dios nunca podría desaparecer de sus corazones. Al rezar este salmo, al recordar la liberación por parte del Señor de un pueblo elegido en el exilio de Babilonia, podrían encontrar consuelo en la forma en que Dios cuidó de sus antepasados y los restableció en su tierra natal. Podían creer que él haría lo mismo con ellos. El escritor del Evangelio, Mateo, hace especial hincapié en su recuerdo de la historia del Éxodo al repetir las palabras de Oseas 11,1: «De Egipto he llamado a mi hijo» (Mt 2,15).
En su relato de la Anunciación, Gabriel se presenta a María con el saludo «¡Salve, favorecida! El Señor está contigo» (Lc 1,28). Estas palabras ponen de relieve la fe de María. En el relato de la Anunciación, José es descrito como «un hombre justo» (Mt 1,19) y un ángel le saluda en sueños «José, hijo de David» (Mt 1,20). Esta descripción destaca su ascendencia y su compromiso con la Ley dada a su pueblo por el Señor Dios. Así, vemos a dos personas comprometidas con su Dios y con su herencia compartida.
Mientras José se esforzaba por mantener y proteger a su familia en su desplazamiento egipcio, podemos imaginar que se consolaba con las palabras que le ofrecía su Biblia. El Salmo 137 podría tener un significado especial para María y para él, al pensar en la historia de su nación. En el corazón de este recuerdo está la comprensión de que el Señor trae a su pueblo a casa. Ese conocimiento dio fuerza y poder a la espera, unido a la resolución de no olvidar nunca la presencia de Dios entre el pueblo fiel de Dios.
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