Desencanto debido a nuestros prejuicios
Jesús es el Mesías. Conocerlo así es reconocer que no somos dignos de él. Y tal conocimiento nos libra también de todo desencanto.
Los de Jerusalén no acuden al Bautista para recibir el bautismo, sino para inquirir y juzgar. Los sacerdotes y levitas le ametralla con preguntas y se sienten cada vez más frustrados con él. Y los fariseos le preguntan: «¿Por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Claro queda su desencanto.
La frustración y el desencanto se deben, no hay duda, a que Juan no satisface las expectativas de los sabios. Los prejuicios de los sabios les cierra los ojos a la identidad del enviado por Dios. Les falta la pureza de corazón, de la que no se puede prescindir para ver a Dios y sus planes. Al fin, apagan el Espíritu y tienen en poco el don de profecía.
Libres de todo desencanto
Son limpios de corazón, en cambio, los sencillos como los más pequeños hermanos y hermanas de Jesús. Se hacen, por su pequeñez, los más grandes (Mt 11, 11; 18, 4). Y les revela el Padre, Señor de cielo y tierra, las cosas que esconde a los sabios (Mt 11, 25).
El Señor también guía a los humildes; les enseña su camino (Sal 25, 9). Tal vez sean crédulos y groseros, pero está en ellos Jesús (SV.ES XI:725).
Y, por lo tanto, nos preguntamos: ¿Somos de la gente sencilla? Es decir, de la pobre gente que tiene la verdadera religión y la fe viva (SV.ES XI:120, 462). «Ellos creen, palpan, saborean las palabras de vida. No los veréis nunca … dejarse llevar de la impaciencia; nunca, o muy raras veces». Les es ajeno el desencanto. Desbordan, más bien, de gozo con el Señor.
O, ¿acaso descartamos lo que dice Fil 2, 3 y nos tomamos por superiores a los demás? Correremos, entonces, el riesgo de ser inquisidores, como los enviados desde Jerusalén. No conoceremos ni a Juan ni a Jesús.
Señor Jesús, entregas tu cuerpo y derramas tu sangre por nosotros. Haz que comprendamos lo que haces con nosotros, para que lo hagamos también. Con gozo y generosidad, sin desencanto.
13 Diciembre 2020
Domingo 3º de Adviento (B)
Is 61, 1-2a. 10-11; 1 Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-8. 19-28
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