Convidados al banquete nupcial real
Jesús es la plenitud de la revelación de Dios. Por él, por lo tanto, se nos da a conocer plenamente que Dios quiere que seamos todos sus gratos convidados.
Resulta que los primeros convidados a la boda del hijo del rey no se la merecen. Y es por eso que tiene a bien el rey que se hagan sus convidados los que se hallan en los cruces de los caminos.
Decimos, desde luego, que los primeros convidados representan al pueblo elegido de Dios. Y los convidados de los cruces de los caminos se refieren a la comunidad cristiana. Ella se toma por el nuevo pueblo de Dios.
Y forman parte de esa comunidad los judíos sin educación. Son rústicos, groseros, no civilizados e ignorantes. Se le unen también a esa «gente de la tierra» no pocos gentiles. Así que el banquete es para todos. Al igual que es para todos los pueblos el festín de manjares suculentos y de vinos de solera que el profeta Isaías promete.
Nos alegramos, claro, de que se nos cuenta entre los convidados de Dios. Pero en esto no nos hemos de detener. Mejor que tengamos en cuenta la historia entera para captar la lección completa.
La lección completa para los convidados
Forma parte de la lección completa que los cristianos no hagamos lo que los primeros convidados. Es que se resisten a Dios y, por lo tanto, no se merecen su banquete. Ni que presumamos de ser el nuevo Israel. Pues, en primer lugar, no depende de nuestra voluntad ni esfuerzo, sino de la misericordia de Dios (Rom 9, 16). Se cortan, sí, algunas ramas y se nos injerta a los gentiles en su lugar (Rom 11, 17). Pero igual los que somos olivo silvestre no sustentamos la raíz; la raíz nos sustenta a nosotros (Rom 11, 18).
En segundo lugar, se espera de los convidados de los cruces de los caminos que nos vistamos de fiesta. Y vestirnos de fiesta quiere decir vaciarnos de nosotros mismos para revestirnos de Jesucristo (SV.ES XI:236). Es decir, vaciarnos de todo egoísmo que nos deja menos humanos. Y revestirnos de la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura y la comprensión (Col 3, 12).
Y los así vaciados de sí mismos y revestidos de Jesucristo no faltan de humanidad ni son bestias (SV.ES XI:561). No comen, pues, al igual que las bestias que solo buscan matar el hambre. Ellas gruñen y aun muerden para ahuyentar a las demás.
En cambio, los humanos al igual que Jesús buscan la comunión. Y así hacen más humanos a los demás. Es que incluso les dan a comer su carne y a beber su sangre. Saben, pues, vivir humanos en la pobreza y en la abundancia, y dejar a Dios por Dios (SV.ES IX:297).
Señor Jesús, concede a tus convidados fijarnos en lo que nos tienes preparado. Y así sabremos preparar para ti, a nuestra vez, algo semejante (san Agustín).
11 Octubre 2020
28º Domingo de T. O. (A)
Is 25, 6-10a; Fil 4, 1-14. 19-20; Mt 22, 1-14
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