Lecciones aprendidas durante la pandemia. 15: Apoyarnos en Dios y en los demás
Cada semana, un miembro de la Familia Vicenciana nos compartirá una porción su experiencia en estos últimos meses. Desde lo íntimo de su corazón, propondrá un mensaje de esperanza, porque (estamos convencidos) también hay lecciones positivas que aprender de esta pandemia.
Alberto y Paula son un matrimonio joven, recientemente casados, fuertemente comprometidos con su fe. Ambos colaboran en la parroquia y no se avergüenzan de manifestarse creyentes en los círculos en los que se mueven.
Alberto es médico cardiólogo en el Hospital General Universitario de Albacete (España):
Tras el progreso de la pandemia, nuestra vida cambió completamente. Se trastocaron todos los planes, grandes y pequeños. Todas las rutinas. Yo, Paula, tuve que quedarme en casa, sin salir para nada. La preocupación mi marido (médico en el hospital) y por todo lo que sucedía afectaba mucho a mi día a día. Además, vivimos desde la distancia el ingreso en un hospital de mi suegro, por covid-19, y la muerte del abuelo de mi marido, así como de varios amigos, sin poder despedirlos… ha sido muy doloroso. Tuve sentimientos de impotencia, al ver la poquísima protección que tenían los sanitarios y la preocupación de que mi marido se contagiara; angustia por los seres queridos y por él, y mucha tristeza por todos los que se iban, conocidos y desconocidos, en estas circunstancias. Ha habido noches muy duras.
Dentro de los días difíciles, hemos intentado descansar el uno en el otro, buscar motivos de alegría y estrechar el contacto con el resto de la familia, hablando muy a menudo.
Esta pandemia nos ha puesto al borde de nuestros límites. Hemos experimentado nuestra fragilidad y pequeñez como nunca, lo que nos ha hecho tener una confianza más pura y ciega en el Señor. A pesar de no poder recibir los sacramentos, hemos percibido a Dios y a su Madre muy cerca de nosotros y nos hemos sabido sostenidos por Ellos. Hemos confirmado que “todo es gracia”. Nos hemos sentido en comunión con toda la Iglesia a pesar de no salir de casa.
Sobre todo, rezar, especialmente el rosario. Lo hemos rezado diariamente, teniendo presentes todas las necesidades e intenciones que nos llegaban. También hemos estado pendiente con el móvil de las personas que solicitaban nuestra ayuda o atención, o simplemente querían hablar.
Dios camina con nosotros, no estamos solos, y siempre tiene la última palabra. Nos hemos repetido mucho, y se la hemos repetido a mucha gente, la frase de san Juan Pablo II: “Dios siempre puede más”. Sin Él, no podemos hacer nada. Queremos confiarnos y abandonarnos cada día más en Él. Nos sentimos más libres porque este tiempo ha significado también una poda de cosas superfluas y una mirada aún más profunda a lo esencial.
Paula Martínez y Alberto Gómez
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