Los vicencianos cuidan a los que viven en los márgenes
ORLANDO | Diana Blanco se quedó sin hogar después de que ella y su marido perdieran sus trabajos y ella sufriese un aborto. Los amigos de la familia les ayudaron a recuperarse. Quisieron devolver la ayuda que recibió sirviendo en una despensa de alimentos y en una tienda de segunda mano. Las experiencias de la infancia de Carlos Benítez en materia de discriminación racial e injusticia social en el Bronx, junto con el ejemplo de caridad de su familia, le llevaron a ayudar a los presos. Son vicentinos, de la Sociedad de San Vicente de Paúl, y su trabajo es una luz para los demás, especialmente durante este tumultuoso tiempo de pandemia. Juntos, siguen el lema vicentino: «Ninguna obra de caridad es extraña a la sociedad».
Aún es temprano en la parroquia de Nuestra Señora de los Lagos en Deltona, y Diana Blanco está tratando de averiguar cómo ofrecer a los usuarios de la despensa la oportunidad de obtener ropa muy necesaria. La tienda de segunda mano ha estado cerrada desde marzo. La despensa de alimentos ha sido transformada para ofrecer servicios de recogida con cita previa. En su primera entrega móvil en abril, dos días después de la orden de confinamiento en Florida, los voluntarios de la despensa cargaron alimentos en 417 coches, alimentando a más de 1.000 familias. La necesidad es mayor que nunca. Personas a la que nunca habían visto antes se presentaron para comer, familias jóvenes con muchos niños. Blanco se hizo vicentina hace seis años. Ayudar a los necesitados es su pasión.
«Sé lo que es quedarse sin hogar. Si no me hubiera ayudado alguien, me habría visto a mí y a mi marido viviendo en una tienda, como tantos otros. Así que creo que debo devolver el favor y hacer todo lo que esté en mis manos para ayudar a dar una oportunidad a otra persona». Ella y sus compañeros voluntarios hicieron una lluvia de ideas y encontraron la solución. Colocaron estantes en la acera para exhibir la ropa personal y sábanas. Cuando los coches se detienen, les preguntan si necesitan algo y muestran a los clientes la mercancía desde la distancia.
«No lo pensé demasiado. En cierto modo, era una forma de sacar adelante el stock —dijo Blanco—. Sabía que las tiendas no estaban abiertas y que había que hacer los pedidos por Internet. Pero hubo un caballero que vino y dijo: ‘No tienes idea de cuánto me ha ayudado esto. No tengo pantalones de trabajo». Blanco admitió que nunca se le había pasado por la cabeza. La gente está perdiendo sus trabajos y entrevistando a otros, necesitando ropa, pensó. «No tienen forma de comprarla, pagarla o conseguirla». El hombre estaba agradecido. «No me di cuenta de hasta qué punto esta pequeña cosa puede marcar una diferencia en la vida de alguien».
Esta es la manera vicentina. Acostumbran a «pensar de forma diferente». Cuando la ciudad de Deltona pidió a la conferencia de Blanco que ayudara a un hombre discapacitado y confinado en su casa a pagar sus impuestos atrasados, para que los servicios de construcción donados pudieran intervenir para arreglar un gran agujero en el techo del residente, la ciudad sabía que los vicentinos ayudarían. La casa necesitaba 70.000 dólares en reparaciones. En un momento dado, las autoridades se cuestionaron si todo el esfuerzo valdría la pena y el hombre no debería simplemente reubicarse. Blanco lo pensó y dijo: «¿De qué vale una vida, si ha de estar en la calle? Si no puede pagarlo, ¿qué le pasará a esa persona? No puedes ponerle valor a una vida». Y añadió: «Acabo de pedirle al Señor que nos guíe y nos ayude a hacer lo que quiere que hagamos».
La relación con Cristo es la fuente de la fuerza y la perseverancia vicentina, con un corazón inflamado del deseo de ayudar a los más vulnerables. Entre los que están al margen están antiguos delincuentes. El Ministerio Vicentino de la Prisión de San Pedro Claver comenzó en la Parroquia de la Sagrada Familia en Orlando, en 2006, con cuatro voluntarios. Hoy existe en 9 estados y trabaja con los que están dentro de la prisión y los que son liberados, para vivir fuera a través de la asistencia de transición.
Carlos Benítez se unió a los vicentinos en 2018. Su experiencia con el Ministerio de Prisiones «Kairós» durante 15 años lo llevó a la Sociedad de San Vicente de Paúl del Ministerio de Prisiones de San Pedro Claver, donde un grupo de voluntarios católicos se comprometen a reducir la reincidencia en Florida. Convertirse en vicentino y dirigir el Ministerio de San Pedro Claver le permitió servir a los convictos de manera más holística. A través de programas de entrenamiento espiritual y práctico, que comienzan en la prisión y continúan fuera de los muros, los ministros proveen recursos, guía, y el estímulo necesario para que hombres y mujeres se asienten en una vivienda y empleo permanentes.
Desde el brote de coronavirus, ocho hombres han sido liberados de las prisiones en las que el ministerio sirve. «El problema con Covid es que antes coordinamos este plan de pre-liberación y era una transición sin problemas. Ahora no tengo forma de comunicarme con estas personas. No van a ir a la capilla (donde normalmente se reuniría con ellos)», explicó Benítez. Tiene una idea de cuándo van a salir los presos, pero más de una vez recibe una llamada, como la que tuvio el sábado por la mañana, el 2 de mayo: «Me acaban de dejar en la parada de autobús de Winter Haven. No tengo lugar donde quedarme. Estuve fuera toda la noche en la calle», dijo el hombre al otro lado del teléfono. Benítez se levantó y se dirigió a buscarlo para encontrarle un lugar donde quedarse. «Era un sentido de urgencia —recordó Benítez—. Así, ¿qué ha hecho la pandemia? Ha creado un sentido de urgencia para aquellos que están en extrema necesidad. Las instituciones están liberando a algunos, sin tener siquiera un lugar concreto y físico donde quedarse, y muchos refugios están cerrados».
El hombre liberado ese sábado era parte del programa de tutela. En 24 horas, había agotado sus planes de contingencia. Su llamada a Benítez era desesperada y su último recurso. Le dijo a Benítez: «Sé que si me quedo por aquí, la gente que he estado viendo en las calles anoche me ofrecería metanfetaminas y drogas, y podría caer en la tentación. Sabía que tenía que alejarme de este lugar».
De los 100 prisioneros a los que el ministerio ayudó en 2019, sólo cinco han vuelto a la cárcel. «Les he enseñado que su plan de liberación debe ser específico, medible, alcanzable, realista y con objetivos a plazo fijo con un plan A, B y C. De lo contrario, su burbuja explotará. Estarán desesperados y estos tipos se suicidarán o volverán a delinquir —dijo Benítez—. Es importante que les inculquemos el sentido de ser ciudadanos, que la gente los ama, que Cristo los ama y que fueron creados a imagen y semejanza de Dios, que no son basura. La mayor parte de su vida, la gente no se ha preocupado por ellos y los han degradado, por lo que se convierte en una profecía autocumplida. San Pedro Claver está ahí, no para ser un servicio cívico transaccional, sino un encuentro espiritual transformador con Cristo. Cuando se dan cuenta de eso, entonces saben que tienen esperanza».
Para ayudarlos, los voluntarios de San Pedro Claver trabajan en cuatro aspectos principales: empleo, vivienda, objetivos sociales/personales y espiritualidad. «La parte más importante de ese plan de liberación de cuatro puntos es la parte espiritual —señaló Benítez—. Si en cada decisión que tomas dices ‘si Dios quiere, si el Señor lo permite…’, entonces Dios proveerá. No te abandonará».
Anthony Selvester es prueba viviente de ello. Fue liberado del Centro de Recepción de Florida Central, una prisión estatal en Orlando, el 31 de marzo, después de su segundo período en prisión, por alcoholismo. El hecho de que esté vivo es, en sí mismo, un milagro. Sufrió una sobredosis, estrelló su auto yendo a 150 kilómetros por hora, y tomó una gran cantidad de malas decisiones. Asegura que su éxito actual es gracias a Benítez y a su equipo.
Mirando hacia atrás, Selvester dijo: «Cada vez que bebía, solía salir esposado. Finalmente me di cuenta, a la avanzada edad de 57 años, que todos estos años no supe hacerlo bien». Esta vez, está trabajando en su plan. Selvester dice que tiene un apoyo, y que es «un tipo como Carlos» y los otros que le están ayudando. «Carlos me hizo girar en una dirección que puede edificarme y construirme en la sabiduría de Dios para hacer lo correcto», dijo.
A través del programa, recibió una bicicleta y una mochila con ropa, artículos de higiene y un teléfono celular. Se despierta a las 5:30 a.m. todos los días para rezar y lee la Biblia por las noches, estudiando y reflexionando. Poco después de su llegada a los Ministerios Fresh Start, viviendas transitorias cristianas para delincuentes, salió en busca de trabajo justo cuando la pandemia se estaba disparando y se ordenó el cierre de los negocios. Pasó seis semanas, a menudo viajando 20 o más millas cada día para encontrar trabajo. Volvía a casa sufriendo calambres en las piernas.
«Le grité a Dios, qué quieres de mí… estoy a punto de quebrarme», rezaba. Se detuvo en una autopista para tomar una bebida fría. «Veo a un tipo entrar con su camión y un remolque y todo su equipamiento», recordó. El hombre le saludó: «¿Cómo estás, amigo?» Medía 1,80 metros y Selvester lo miró y dijo: «Estoy tratando de conseguir un trabajo. ¿Qué tal tú?» Selvester le contó la historia de su vida y el hombre lo invitó a ir a trabajar para él al día siguiente, como lavador a presión. El viejo Selvester habría recurrido a buscar consuelo en un frasco o en pastillas, pero las frecuentes llamadas telefónicas a Benítez le ayudaron a aguantar.
Benítez seguirá siendo el mentor de Selvester durante un año o hasta que ya no lo necesite. «Todo esto no se trata solo de servir a la gente. Se trata de establecer una relación que sea permanente como amigo en Cristo. Una vez que saben eso, hay un cambio de paradigma, una metanoia, que es transformadora. Una vez que hacen ese cambio de mentalidad, que se trata de amar a Cristo y a Dios en una relación vertical y con el otro en una relación horizontal, la regla de oro de amar a Dios y al otro… Una vez que lo consiguen, están en el camino del éxito».
Es la ayuda a «los más pequeños» (a los que se refiere Jesús en Mateo 25,36) lo que empuja a Benítez hacia adelante con firmeza. «Todo lo que hagas, me lo haces a mí. Estaba desnudo y me vestiste. Estuve en la cárcel y viniste a visitarme. Ese es mi mantra. Para eso vivo».
Por Glenda Meekins, del «Florida Catholic», 13 de mayo de 2020
Fuente: Diócesis de Orlando
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