Perder y ganar, morir y vivir con Cristo
Con su enseñanza y su vida, comprueba Jesús que perder es ganar, morir es vivir. Decirnos seguidores suyos es encarnar esa verdad.
Llama Jesús a los pescadores Pedro y Andrés. En seguida, los hermanos, como si tuviesen nada que perder, dejan las redes y lo siguen. Lo siguen inmediatamente también Santiago y Juan; dejan la barca y a su padre.
Y no se defraudan ellos. Es que Jesús se manifiesta como un nuevo maestro, un nuevo profeta. Pues recorre él pueblos y aldeas, enseña, proclama la Buena Noticia y cura las enfermedades y dolencias del pueblo.
A poco, por lo tanto, su fama se extiende por todas partes y le siguen grandes multitudes. Seguramente, piensan para sí los discípulos que no siguen a cualquiera. Pues cada vez más se les presenta él como el Mesías de la promesa. Así que más vale perder las redes y la barca que a Jesús.
Vale la pena, sí, seguirlo. Después de todo, se asombran de él las multitudes, pues enseña con autoridad. No importa que su enseñanza exija un cambio interior, radical, y lo ponga todo boca abajo. Y requiere él también que se le siga a él pobre, con pronta disponibilidad y sin rigidez ni acepción de personas.
Se les dice una vez más a los discípulos que perder es ganar.
Son muchos los que se asombran de Jesús, pero no faltan los que ponen en cuestión sus enseñanzas y actuaciones. Y él mismo divulga plenamente el coste de ser discípulo. Ser discípulo es tener la misma suerte que los profetas, es perder la vida por él para encontrarla. Es ser como Jeremías.
Con todo, Pedro increpa a Jesús al decir éste que tiene que ir a Jersualén y padecer allí mucho. Que tiene que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y el dicho lo hace tropezar al discípulo, lo que provoca que Jesús, a su vez, lo llame «Satanás». Le manda, pues, que se ponga detrás de él, que él es el Maestro. Luego, dice una vez más que perder la vida por él es encontrarla.
Al igual que Pedro, no quiere Jesús el sufrimiento ni para sí mismo ni para nadie. Pero no como el discípulo, el Maestro piensa al igual que Dios y hace su voluntad. Busca él primero el reino de Dios y su justicia. Se expone él a grandes riesgos. Por un mundo mejor, un mundo de justicia, paz, libertad, felicidad y vida más humana. Y somos menos humanos sin la compasión, (SV.ES XI:561).
Pero lamentablemente, «es muy difícil … hacer algún bien sin contrariedades» (SV.ES I:143). Y, claro, los que más se oponen a Jesús son los que tienen el control en Jerusalén. Se amoldan a este mundo y, es por eso que se resisten a todo cambio que les haga perder sus poderes, riquezas y privilegios.
Señor Jesús, haz que te sigamos y digamos la verdad a los con poder. Concédenos vivir lo que se remembra en tu Cena: tu compromiso a perder para ganar, a morir para vivir.
30 Agosto 2020
22º Domingo de T. O. (A)
Jer 20, 7-9; Rom 12, 1-2; Mt 16, 21-27
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