Llama del fuego ardiente y renovador
¡Jesús es Señor! Pero esto lo podemos decir solo por el Espíritu Santo. Y solo su llama puede renovar a la faz de la tierra.
Viene el Espíritu Santo con la fuerza de un viento recio que llena toda la casa donde están los discípulos. Y se posa encima de cada uno una lengua de fuego o llama.
Lo que sucede nos remite a Gén 1, 2 , Éx 3, 2 y 19, 16-19, entre otras citas. Los rasgos asombrosos en estas citas son, en la mente de los israelitas, lo normal en cuanto a las teofanías.
Pero la manifestación a Elías rompe con lo normal (1 Rey 19, 11-13). Pues el Señor no está ni en el viento ni en el terremoto ni en el fuego, sino en «un susurro de una brisa suave».
No, no sabemos del todo cómo se nos revelará el Señor que trasciende nuestra capacidad de comprender, describir y esperar. Pero se nos indica como cierto que él es Señor de la naturaleza (Sal 29). Y, a la vez, de la historia, que para nuestro bien, pone orden al caos el Dios de paz.
Poco importa la manera en la que se nos manifieste el Espíritu, o en una llama o en un murmullo.
Lo importante es que él venga. Solo su llama puede prender fuego en lo más íntimo de nuestros corazones para que ardan de amor. No nos basta con cambios cosméticos (Sal 51, 12; Ef 4, 23; Mt 12, 34), si queremos dejar de ser tibios. Y si no amamos como Jesús de forma desinteresada, detendremos más que aceleraremos la realización de lo nuevo que hace el Señor.
Y el Padre de los pobres, sí, nos ayuda a los pobres y débiles, para que nos gocemos de paz y perdón . Para que digamos: «¡Jesús es Señor!», y oremos. Hace suyas nuestras oraciones para que pidan lo que quiere Dios.
También nos capacita para amar hasta lo sumo. Incluso para consentir, como Jesús, a los que nos pagan el amor con traición vil, luego de lavarles los pies nosotros. Después de recibir ellos de nosotros trozos de pan, y de besarnos.
Nos guía también la Luz hasta la plena verdad. Y nos confirma para que la vivamos aunque muy difícil de soportar. Nos trae a la memoria todas las palabras y obras de Jesús. Incluso nos graba en la mente las marcas de los clavos y de la lanza en el que entregó su cuerpo y derramó su sangre.
Y el Espíritu es el Don de dones, muchos y diversos. Poco importa cuál sea el nuestro, asombroso o no (LG 12). Lo decisivo es contribuir a la comunión y la edificación del solo cuerpo de Cristo. Y mejor ambicionar el amor que es la manifestación más excelente (1 Cor 12, 31 – 13, 13).
Señor Jesús, concédenos el celo que es la llama de tu amor (SV.ES XI:590). Y envíanos a contagiar paz y perdón, y servir a los pobres en silencio y con humildad ([ SLM.ES:636]).
31 Mayo 2020
Domingo de Penteostés (A)
Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23
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