Sabios y ricos ante Dios junto con Jesús
Jesús no tiene igual entre los sabios y ricos ante Dios. Los que le siguen y viven como él comparten su sabiduría y riqueza.
La gente toma por sabios generalmente a los maestros de la ley. Por eso, se les consulta a ellos incluso para que se resuelvan cuestiones de herencia. No es de extrañar, pues, que alguien, que tiene a Jesús como tal maestro, le pida ayuda con respecto a la herencia.
Dice «no» Jesús. Pero aprovecha él la ocasión para advertir a la gente contra la codicia. Y así les propone una solución radical a un viejo problema.
Ataca Jesús, sí, la raíz de los problemas relativos a las herencias, la brecha entre ricos y pobres, y otras cosas. Y a continuación relata él la parábola del rico insensato. Así pone de relieve su enseñanza de que, por sobrado que ande uno, su vida no depende de sus bienes.
En otras palabras, hay que confiar en Dios en absoluto, y no en la riqueza o en cualquier otra cosa. Para ser sabios, tenemos que aprender a «calcular nuestros años» (Sal 90, 12). Nos engañamos a nosotros mismos cuando soñamos despiertos con poder evitar la muerte por medio del dinero (Sal 49). O con que bajen con nosotros nuestros éxitos y riquezas.
Pero ser sabios y ricos ante Dios quiere decir, sobre todo, seguir a Jesús y vivir como él.
Jesús seguramente pone su confianza total en Dios. Por eso, no le molesta que no tenga donde reclinar la cabeza. No encarcelado en sí mismo, sus intereses o su seguridad, puede él pasar libremente haciendo el bien. Y proclamando la buena noticia.
Y no lleva nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas. Confía totalmente en Dios. Asegura este Dios que se le dé al que pide, que halle el que busca, que se le abra al que llama.
Desde luego, Jesús revela su confianza absoluta en Dios al hacerse el tonto de la colina. Allí entrega su cuerpo y derrama su sangre por nosotros, encomendando finalmente su espíritu a las manos del Padre.
Huelga decir que sabios y ricos somos si, como Jesús, confiamos en Dios. Especialmente si estamos dispuestos siquiera a dar la vida por los demás. En lugar de procurarlo todo, acapararlo todo para nosotros mismos, creyendo insensatamente que todo se debe a nosotros mismos. Pero, ¿qué tenemos que no hayamos recibido? Y, ¿acaso no tenemos colaboradores? Seguramente, además, «vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres» (SV.ES XI:121).
Señor Jesús, ayúdanos a dar muerte a la codicia, que es una idolatría. Y ojalá prefiramos el diálogo al soliloquio, para que no seamos demasiado sabios que distorsionemos tus enseñanzas. Danos la sencillez de los pobres que conservan la verdadera religión
4 Agosto 2019
18º Domingo de T.O. (C)
Ecles 1, 2; 2, 21-23; Col 3, 1-5. 9-11; Lc 12, 13-21
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