Hacia las periferias de la vida (7 y 8): Monte Gurugú, Dar-Heiria (Casa del Pobre), Dar Asalaam (Casa de La Paz)
Dar Asalaam (Al Hucemas)
Despertamos en esta nueva ciudad para conocer la Dar Asalaam (Casa de la Paz), donde los Hermanos de la Cruz Blanca acogen a chavales de Alhucemas con diversidad funcional.
Es viernes y toca aprender un poco más sobre el Corán, se ensayan los rezos y se practican las oraciones.
Los cuidadores tratan con mimo y cariño a los que acuden a la casa, a menudo olvidados por esta sociedad e incluso por sus propias familias.
Son niños y jóvenes felices, llenos de vida, que regalan abrazos a todo el que se les acerca. La barrera del idioma nos dificulta la comprensión, pero el idioma universal de la sonrisa inunda cada rincón de la casa.
Resuena en nosotros “Los incontables”, de Ain Karem, descubrimos que existen periferias dentro de las periferias y ahí toma sentido la canción: para ti son quienes cuentan, Señor.
Monte Gurugú (Nador)
En Nador el sol sigue poniéndose y con ello se activa la delegación de misiones. Los religiosos que aquí trabajan hacen viva la palabra de Dios con actos. Aquí no se pretende llenar parroquias, sino amar al prójimo desde Dios, trabajar por y para nuestros hermanos. En el Monte Gurugú hay unos 18 campamentos con más de mil personas separadas por nacionalidades. Sor Francisca es la agente de proximidad que nos acompaña junto al chófer. En los campamentos, los inmigrantes esperan para partir a España en busca de un futuro mejor. No podemos olvidar de dónde escapan, las barbaries que han presenciado.
Por eso su empeño en pisar Europa, pero contra él, el de los europeos, que nos resistimos a que vengan, y, cuando llegan, muchos no somos capaces de acogerlos.
En el monte, desde el primer momento, pudimos sentirnos acogidos: nos ofrecían té y comida, nos saludaban y bromeaban haciéndonos sentir como en casa, pero cuando despiertas de esa magia descubres las penurias en las que viven. Tiendas de campaña hechas con plásticos y mantas, bajadas al monte en busca de agua y una alerta constante por miedo a la aparición de la policía. Pero su ansias y esperanza son inagotables y vuelven a intentar saltar la valla o embarcarse en pateras. Hasta que no acaben con su vida, ellos no desistirán en su intento por pisar tierra europea.
Dar Hairia (Nador)
En un lugar casi invisible, detrás de la prisión, está situada la Dar-hairia (Casa del Pobre), un hogar muy sencillo en un calle sin salida que no muchos conocen en Nador. En ella nos esperan 64 hombres y mujeres que a nadie dejan indiferentes. Su imagen es reflejo de una gran limitación física y psíquica del ser humano que en un primer momento impresiona y despierta en nosotros sentimientos encontrados de huída y compasión al mismo tiempo. En la medida en que permanecemos a su lado, inevitablemente vence la compasión y sus sonrisas y miradas despiertan nuestra ternura. Sus rostro empiezan a tener nombre, identidad e historia propia que los hace únicos. Son ancianos/as, jóvenes y personas de mediana edad, con parálisis cerebral, malformaciones congénitas o enfermedades mentales que fueron descartados y abandonados, pero que han encontrado aquí a personas que los cuidan y los quieren como son.
Nos unimos a esta misión de acogida, atención y cariño que especialmente realizan las dos Hijas de la Caridad que sirven aquí. Interpeladas por su testimonio, nos ponemos a su servicio respondiendo a las necesidades que se van presentando, desde hacer sus camas, ayudarles en su aseo, acompañarles a dar un paseo, servirles la comida o disfrutar de un baño en la playa; hasta estar simplemente a su lado, escuchándoles con atención aunque no comprendamos sus palabras, o sosteniéndoles la mano.
En estos dos días y medio hemos intentado llevarles también la luz, el color y la alegría de quien da sentido a nuestra peregrinación, a través de música, cantos y globos hinchados de esperanza e ilusión.
Experimentamos aquello de que “donde hay caridad y amor, allí está Dios”, y en el encuentro con cada uno de estos hermanos nuestra mirada se transforma: las diferencias desaparecen y las distancias se acortan. Detrás de la puerta de esta casa la semilla de San Vicente y Santa Luisa, después de 400 años, sigue dando fruto; se está construyendo Reino desde lo sencillo y lo pequeño.
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