Revelación plena, caridad profunda
Jesús es la plenitud de la revelación de Dios, y a los cristianos nos toca dar a conocer a Jesús.
A veces demasiado tratamos de explicar la revelación cristiana que terminamos entendiéndola menos. Aún más lamentables son las excomuniones mutuas que se decretan a matacandelas so pretexto del celo que diferentes iglesias demuestran por sus diferentes explicaciones. Con tales excomuniones, semejantes a las relacionadas al Filioque, resulta negado efectivamente el mismo misterio que se trata de explicar.
Sin duda, los torpes para creer necesitamos a maestros que nos expliquen la revelación del Padre por medio de Jesús. Se nos instruye además: «Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere». Lo hemos de hacer, sin embargo, «con mansedumbre y respeto y en buena conciencia».
Se nos prohíbe, pues, el conocimiento que infla, divide y destruye. No nos lo permite el amor que jamás se engríe, que siempre unifica y edifica, que «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites».
Son humildes, sí, los imbuidos de este amor. Se reconocen no sabios. Solo se glorían en Dios que escoge a los necios, para que nadie pueda gloriarse ante él.
Quienes permanencen en este amor no por su ignorancia se sienten inseguros. Tampoco buscan encubrirla, imponiéndose a los demás. No son como aquellos que, pretendiendo tener la última palabra sobre la revelación, cuestionan la fe de los con opiniones diferentes. Los sin pretensiones no juzgan antes de tiempo. Son pacientes consigo mismos y, por consiguiente, con los demás. Admiten que solo ven como en un espejo. Se consuelan con estas palabras:
Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena.
De verdad, solo amándonos unos a otros con el amor de Jesús lograremos entender el misterio de la Santísima Trinidad y reflejarlo por nuestra unión (veáse SV.ES:106, 107). Solo así gustaremos la Sabiduría, tan antigua y tan nueva, y daremos a conocer a Jesús.
Indica san Vicente de Paúl que quienes anuncian la Buena Nueva a los pobres deben venerar de manera especialísima los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, y que la mejor manera de hacerlo es mediante la Sagrada Eucaristía (véase RC.ES X:2, 3). Es que, por modificar un poco la explicación vicentina, en la Eucaristía se hace real y presente el amor del Verbo. Este amor se desborda en nuestro campamento para ser la revelación del amor divino que se derrama, por el Espíritu que se nos da, incluso en nuestros corazones pecaminosos y terrenales.
¡Bendita sea la santa e indivisible Trinidad!
22 de mayo de 2016
Santísima Trinidad (C)
Prov 8, 22-31; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15
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