HOMILIA EUCARISTÍA SIMPOSIO VICENCIANO
Viernes 13 de octubre de 2017
(Lecturas: Is 58,7-10. Sal 33, 2-3.17-19. Mt 9, 25-38)

Aunque la vida de una persona pueda ser especialmente larga, como lo fue la de San Vicente de Paúl que se prolongó durante ochenta años en una época en que la media de edad era mucho más reducida, hay hechos que suceden en un lapso breve de tiempo pero que marcan toda esa larga serie de años. Así ocurrió entre Enero y Agosto de 1617 en la larga vida de San Vicente. Así ocurrió de Folleville a Chatillon: que la pobreza espiritual del pobre pueblo del campo y la pobreza material de una familia marcaron decisivamente la vida de aquel sacerdote y significaron el nacimiento de un nuevo carisma en la Iglesia: el carisma de la misión y la caridad.

Estamos celebrando estos días los 400 años de la irrupción de ese carisma en la Iglesia y siguen resonando con fuerza entre nosotros los acordes de la misión y de la caridad. Se trata, al fin y al cabo, de dos elementos esenciales en la vida de todo cristiano. Una misión que alienta en el mundo el crecimiento del Reino de Dios, y una caridad que es el alma de esa misión y de ese Reino. Nos lo recordaba el profeta Isaías en la primera lectura que hemos escuchado: “parte tu pan con el hambriento y brillará tu luz en las tinieblas”; lucha por la justicia, sé misericordioso, trabaja por la paz y tu oscuridad se volverá mediodía.

Pero nos lo hacía ver, sobre todo, el testimonio de Jesús en el Evangelio: recorría pueblos y aldeas enseñando, anunciando el Evangelio y curando todas enfermedades y dolencias. Se compadecía de las gentes y se entregaba a ellas lleno de caridad. Y urgido por tanta necesidad y movido por tanta compasión, hacía ver a los discípulos que la mies es abundante y los trabajadores pocos, por lo que les rogaba con insistencia que pidieran al Padre más trabajadores para sus campos.

Nosotros somos la respuesta del Padre a ese ruego de Jesús. Cada uno de los miembros de cada una de las ramas de la Familia Vicenciana somos hoy enviados por el Padre al trabajo en el mundo. Tenemos la misión de enseñar y curar, de anunciar el Evangelio y de sanar toda dolencia. Y necesitamos para ello revestirnos, como Jesucristo, de humildad y caridad, de mansedumbre y sencillez, de disponibilidad y de celo apostólico.

El carisma vicenciano recoge todo ese vigor misionero y misericordioso del testimonio de Jesús y caracteriza todos los elementos principales de nuestra espiritualidad cristiana desde la misión y la caridad. Nos centra, por eso, en Jesucristo Evangelizador y Servidor de los pobres. Muchas son las facetas de Jesús en el Evangelio. En muchos aspectos de su figura podemos fijarnos: en el pastor y en el taumaturgo, en el Maestro y en el itinerante, en el sanador y en el profeta, en el de vida activa y en el contemplativo. A los vicencianos nos atrae el Jesús que evangeliza a los pobres, sana a los enfermos, libera a los oprimidos y alienta a los decaídos. Es el Jesús que recorre pueblos y aldeas anunciando el Reino de Dios y llamando a la conversión. Es el Jesús que se acerca a los marginados, los enfermos y los pecadores, y los dignifica volcando en ellos toda la capacidad regeneradora de la caridad.

La misión y la caridad nos llevan también a ahondar en nuestra pertenencia a la Iglesia y a cultivar nuestra conciencia comunitaria. Entendemos que la misión le es dada a la comunidad y que en ella nos hacemos responsables de nuestra tarea. Y por la caridad ahondamos en una espiritualidad de comunión y fomentamos la fraternidad. La pertenencia a una comunidad de fe y misión, de caridad y evangelización es, por eso, esencial a todo vicenciano.

La misión y la caridad inspiran, además, el carácter secular de todas las instituciones vicencianas. Es en el mundo donde hay que impulsar el Reino de Dios y vivir la caridad cristiana. Porque es en el mundo donde viven nuestros semejantes y donde tenemos que realizar el proyecto de Dios. De ahí nuestro compromiso con la justicia y la paz, y nuestra solidaridad afectiva y efectiva con los que sufren o los que son marginados, con los descartados y los que se encuentran en las periferias.

La misión y la caridad fomentan finalmente una espiritualidad seria y comprometida. Una espiritualidad que nos va configurando con Jesucristo-Evangelizador y nos va comprometiendo cada vez más con su misión. Es, por eso, una espiritualidad que cultiva la oración personal, la meditación de las Escrituras y la celebración comunitaria de los sacramentos. Una espiritualidad que moldea nuestro ser desde el cultivo de unas virtudes misioneras: la humildad y la sencillez, la amabilidad y el sacrificio, la caridad y el ardor evangelizador.

Cuatrocientos años después de la aparición de este carisma, los vicencianos hemos de dar gracias a Dios por su actualidad en la Iglesia y nos hemos de urgir a vivirlo y a contagiarlo. Desde este carisma hemos de aportar nuestros esfuerzos al proyecto de la nueva evangelización y hemos de caminar con los pobres hacia el horizonte del Reino de Dios.

David Carmona Morales, C.M.
Visitador de Zaragoza – España
Roma, 13-X-/17


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