Tercera Conferencia. Viernes 13 de octubre 2017.
¿Hacia qué futuro?
Por Sor Françoise Petit, leído por Sor Ana Belén Pérez
« Sucederá en los días futuros que estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán pueblos numerosos y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén. Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor» (Is 2, 2-5)
¿Podemos imaginarnos un mejor futuro para Jerusalén? Como familia vicenciana; ¿cuál es nuestro lugar en este futuro que hay que hacer nacer?
En la Biblia, a menudo se habla de futuro – el mundo futuro, el siglo futuro, la Salvación futura, la vida eterna… Y, cuando se trata de futuro, esto no es mañana. El futuro comienza ahora y nos interroga.
Pierre Ganne, un Jesuita, escribe lo siguiente: « El futuro depende de la decisión de amar, con todo lo que ella implica y todo lo que ella exige (El pobre y el profeta, Pierre Ganne, página 32).
San Vicente decidió amar y servir. A su ejemplo, y juntos, tomemos esta decisión: « Caminemos a la luz del Señor » (Is 2,5), pues el futuro depende de nuestra respuesta de hoy.
Somos enviados, como discípulos-misioneros, al encuentro de aquellos y aquellas que son confrontados a las fragilidades del cuerpo, de la mente, del alma. Estos sufrimientos nos conmueven hasta lo más profundo de nuestras entrañas y en todo el mundo, Asociaciones, Equipos, Comunidades, grupos, se movilizan para ofrecer cuidados, cercanía atenta y fraterna, acompañamiento hacia la reconstrucción personal y la autonomía, apoyo material, psicológico y espiritual … « Todo hombre y todo el hombre » (Pablo VI)
«Tuve hambre… tuve sed… fui extranjero… estuve desnudo… estuve enfermo…estuve en la cárcel… »
Veamos tres puntos de anclaje de nuestra manera de servir hoy, como miembros de la familia vicenciana, antes de presentar como conclusión algunas invitaciones sencillas, como participación, en nuestra medida y con otros, en la construcción de un futuro más humano donde « Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar » (Is 11,9).
- Una convicción fundamental: los pobres están en el corazón de nuestras vidas
- Una llamada: superar las barreras
- Una actitud evangélica: la acogida recíproca
- Una convicción fundamental : los pobres están en el corazón de nuestras vidas
Permítanme que, como Hija de la Caridad, comience con una frase de nuestras Constituciones, nuestro Libro de vida: « Las Hermanas contemplan a Cristo en el corazón y en la vida de los pobres… En una mirada de fe, ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo » (C 10)
El pobre está en el corazón de nuestra vida. El corazón comprendido, no solamente como un sentimiento, sino como nuestro centro vital, lugar de la razón, de nuestros deseos, de nuestra acción, de la fe. De hecho, los pobres habitan lo cotidiano de nuestra vida misionera, de nuestra vida fraterna, de nuestra oración. Toda nuestra vida se organiza en función del servicio.
El encuentro con cada persona herida es el lugar de nuestro encuentro con Cristo. Este encuentro nos abre, nos transforma, nos evangeliza, pues se trata de una verdadera experiencia espiritual enraizada en el compartir la vida con los más frágiles.
Se trata de una historia de encuentros: encuentro entre Dios y nosotros, entre nosotros y los pobres, entre todos nosotros. ¿No es ésta una forma de entrar en el intercambio trinitario, misterio de amor por excelencia? ¿Amor encarnado?
Nuestro Papa Francisco insiste y repite en su mensaje con ocasión de la primera jornada mundial de los Pobres: « La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero».
Contrariamente a estas lógicas, Jesús, a través del lavatorio de los pies, nos indica otro camino: se trata de cuidar de toda la persona, en los gestos básicos, los gestos de ternura, los gestos de atención… Los miembros de la familia vicenciana, sea cual sea la rama, saben que todos estos gestos de cercanía, de solidaridad y de fraternidad, iluminan a la humanidad y participan en su curación.
Personalmente, no tenemos para ofrecer más que nuestras fragilidades. Juntos, y gracias a nuestras diferencias, son todas nuestras competencias, nuestras energías, nuestra generosidad, las que ponemos al servicio de nuestros hermanos y hermanas: en los hospitales, los dispensarios, los servicios sociales, las asociaciones… pero también en los lugares de escucha, de presencia y de acompañamiento, como en las visitas a domicilio.
¿Cuál es la mayor necesidad? Escuchemos este grito: (oración de un pobre)
« Estoy sola, a menudo estoy triste. Yo rezo. Nadie me habla, nadie me mira, nadie con quien hablar. ¡Despertaos, no me dejéis sola, no me abandonéis! » (Compartir la Palabra de Dios con los pobres – Gwennola Rimbaut, página 121)
Nuestro Papa Francisco nos despierta y nos interpela: « No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana. …estas experiencias, aunque son válidas…deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida ».
« Un compartir que se convierta en un estilo de vida »… según nuestra vocación propia, ¿cómo podemos vivir con más coherencia esta convicción de que los pobres están en el corazón de nuestras vidas? ¿No estamos llamados, entre otras cosas, a la exigencia de un cambio de estilo de vida? Un cambio de estilo de vida fundado en el principio del bien común que exige compartir, que exige sencillez, responsabilidad.
Estamos llamados a cambiar de comportamiento, principalmente en nuestros hábitos de consumo, a vivir mejor juntos, a luchar por la paz y la justicia, y a estar cada vez más cercanos de los más frágiles, para que ellos estén realmente en el corazón de nuestras vidas y de nuestra fe. Todo encaja.
¿Qué piensa usted, Señor Vicente? « Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo, que consiste en el ejercicio de obras de caridad, en el servicio a los pobres emprendido con alegría, con entusiasmo, con constancia y amor». (9 de febrero de 1653)
- Una llamada : superar las barreras
Volvamos de nuevo al mensaje para la jornada mundial de los pobres: « Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad, derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios ». (Papa Francisco)
El Papa Francisco nos da esta hoja de ruta para invitarnos a proseguir lo que todos queremos crear para nuestros hermanos y hermanas los migrantes, que llegan cada día a tierras que les son desconocidas. Abrir, acoger, socorrer, superar las barreras de todo tipo,… acogida incondicional… ¿Es tan fácil? ¿Esto cae por su propio peso?
La llamada a « superar las barreras » de cultura, de lenguas, de religión, de nacionalidades, produce por supuesto un eco en cada uno de nosotros. Conocemos bien todos los obstáculos que existen en nosotros, entre nosotros y hacia el otro que es diferente.
En nosotros, son miedos, principalmente el miedo a ser molestados demasiado, miedo a nuestros propios límites, miedo a ser invadidos por los sufrimientos del otro. La acogida del extranjero puede provocar sentimientos mezclados, de alegría, de angustia, de desconfianza. ¿Hasta dónde ir en la acogida? « ¡Sentíos como en vuestra casa! » Ciertamente, hemos hecho esta invitación, pero, ¿de qué tenemos miedo? ¡Rompamos esas barreras!
Entre nosotros, entre las ramas de la familia vicenciana: tenemos muchos puntos comunes pero también muchas diversidades. ¿Cómo las aceptamos? ¿Cómo hacemos de ellas riquezas extraordinarias y complementarias para el bien común, para los más pobres? ¡Identifiquemos eventuales obstáculos y rompamos estas barreras!
Hacia el otro que es diferente: « Fui forastero y me recibiste ». El otro que es diferente puede molestar profundamente. Viene de fuera, es desconocido, tiene otras referencias, otras costumbres de vida, otras maneras de vivir las relaciones… expectativas, muchas expectativas. La acogida es un camino que hay que hacer juntos. ¡Vamos, rompamos las barreras!
Todos somos extranjeros los unos para los otros y no habrá encuentro, y así pues acogida verdadera, más que si esta realidad es reconocida y aceptada. Amar al otro en su diferencia es la única posibilidad de amar de verdad y a largo plazo. Es nuestro valor común, es nuestra fe, es el Evangelio en acción.
« Un mundo nuevo surge cada vez que nos arriesgamos a convertirnos en tierra de asilo para los más frágiles » (Véronique Margron – La Palabra muy cerca de tu corazón, página 38)
Pidamos al Señor que nos ayude a superar todas las barreras con esta oración del Papa Francisco en Lesbos en 2016:
« Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros,
para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas
a quienes llegan a nuestras costas.
Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones
que hemos recibido de tus manos,
y a reconocer que juntos, como una única familia humana,
somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti,
que eres nuestra verdadera casa,
allí donde toda lágrima será enjugada,
donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo ».
¿Qué piensa usted, Señor Vicente? « ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad ». (30 de mayo de 1659)
- Una actitud evangélica : la acogida recíproca
Dios se hizo hombre, nuestro hermano. Él no se inclinó hacia nosotros. Él habitó entre nosotros, frente a frente, para hablarnos, escucharnos, empujarnos hacia nuestros hermanos y hermanas, llevarnos hacia su Padre. Él nos lo ha dado todo y al mismo tiempo, no ha querido estar y hacer sin nosotros: « Este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy » (Jn 17,24).
¿Y nosotros? Nosotros deseamos dar, damos efectivamente con generosidad pero ¿qué seríamos nosotros sin nuestros hermanos y hermanas los pobres? ¿Qué nos enseñan ellos?
Nuestro Papa Francisco utiliza una expresión muy querida por san Vicente: « Ellos podrán ser nuestros maestros, que nos ayudan a vivir la fe de manera más coherente ».
El pasado mes de mayo, en una jornada para celebrar el 50º aniversario de la creación de una diócesis en Francia, la del Val d’Oise, las personas « más frágiles » habían sido invitadas a distribuir un ejemplar del Evangelio de san Lucas y a participar en las celebraciones.
Les propongo compartir tres de sus expresiones:
« En primer lugar, ¡la alegría de haber sido llamados a esta hermosa misión! Cuando me pediste que fuera contigo para distribuir Evangelios, dije “sí” enseguida (…) ¡Acepté aunque fuera pronto por la mañana! ¡Pero rápidamente me di cuenta de que no era un servicio que se nos pedía, era un regalo el que se nos hacía aquí! ¡Nos han escogido a nosotros, nosotros, los más frágiles del Val d’Oise! ¡Somos nosotros quienes llevamos la Buena Noticia a la buena gente! »
« A mí me ha gustado mucho cuando he leído el pasaje en el que Jesús hablaba en la iglesia y decía que el Espíritu de Dios estaba con él y que él venía a traer la Buena Noticia a los pobres. Me he dicho que nosotros también obtuvimos el Espíritu de Dios cuando recibimos el bautismo y que, nosotros también, cuando llegamos con el Evangelio llevamos como Jesús la Buena Noticia a los pobres. Somos pobres, pero Jesús nos necesita para llevar también el Evangelio a los pobres ».
« ¡El sacerdote ha dicho que rezaría por mí y me ha pedido que rece por él! ¿Te das cuenta?, él cuenta con mi oración. De hecho, no lo olvido, ¡estoy obligado a rezar por él, porque él cuenta conmigo! »
Entonces, ¿quién da y quién recibe?
Interroguémonos y escuchemos esta llamada a vivir con el corazón abierto, y en verdad, la llamada a vivir una colaboración sencilla y humilde en la que, juntos, podremos caminar hacia un nuevo futuro, pues así nos habla el Señor:
« Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón ». (Is. 66, 12-14)
Sí, verdaderamente, Señor, « Nosotros somos obra de tus manos” (Is. 64,7), hermanos y hermanas en Jesucristo, que se parecen en su sed de ser reconocidos, de ser amados.
Por esta razón, nuestros diferentes compromisos nos llevan a dirigir con entusiasmo todas nuestras fuerzas en el don de nosotros mismos para responder a los gritos de los pobres, en gestos concretos de solidaridad, de fraternidad, y exige de nosotros privilegiar la dimensión del compartir, de la participación y de la acogida recíproca.
« Nadie es tan pobre que no tenga nada que compartir » (Monseñor Bernard Housset – mensaje final del encuentro Diaconía 2013)
Dar y recibir puede convertirse en una manera de ser, una manera de vivir en comunión para la «protección de la casa común », para que, desde ahora, venga el reino de Dios. Es un signo de fraternidad evangélica, que pone en evidencia la misma dignidad de los hijos de Dios.
¿Qué piensa usted, señor Vicente? « Debéis tratar a los pobres con mucha mansedumbre y respeto: con mansedumbre, pensando que son ellos los que tienen que abriros el cielo, ya que los pobres tienen esta ventaja de abrir el cielo » (25 de noviembre de 1659)
Conclusión
Me parece importante repetir que, en todas nuestras ramas, tenemos una sensibilidad muy fuerte en cuanto a la dimensión del cuidado, de cuidar. Sabemos que se trata de considerar a la persona en todas sus dimensiones, en el sentido de la verdadera caridad, tal y como es comprendida por la Iglesia y por nuestra familia.
Les leo un corto extracto de un artículo del Padre Thomasset (Jesuita en el Centro Sèvres de París), que asocia la noción de « cuidar » a la dimensión de la caridad:
« Esta palabra de « caridad » hay que comprenderla a la vez como la preocupación de atender a las necesidades, pero también como la necesidad de manifestar a todos el amor con el que Dios nos ama. La caridad, es el amor de Dios en acción, la expresión de la fe en Aquel que, como el buen Samaritano, vino en auxilio de la humanidad herida, cuidó de ella y la llevó a la posada de la reconciliación y del descanso ». (Christus n°234, abril 2012, página 194)
La caridad es una dimensión totalmente ligada a todas nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestra espiritualidad, la de san Vicente. El único desafío que me atrevería a expresar sería quizás éste: dedicar tiempo, en nuestros diferentes lugares de encuentro, a ahondar en nuestra manera de entender y de vivir la caridad, la recibida de Cristo.
Se me ha pedido que presente retos para toda la familia vicenciana. He renunciado a este desafío, pues somos una familia numerosa con tantas ramas y ramificaciones, tantos contextos diferentes, historias diferentes, que es arriesgado entrar demasiado en lo concreto.
Más bien, he tratado de destacar 7 invitaciones, que retoman los puntos esenciales abordados, o que son sus consecuencias lógicas.
Quizás podrán ser profundizadas, y sobre todo reforzadas en la práctica, en sus lugares de misión y de vida. Reforzadas, pues es evidente que estas invitaciones no son nuevas, sino que estamos llamados, como hijos e hijas de san Vicente a dar « aún más »:
- Integrar cada vez más a las personas en situación de pobreza en los proyectos, en su puesta en marcha, en su evaluación. Creemos que el Reino de Dios es de ellos.
- Vivir la fraternidad con nuestros hermanos y hermanas más pobres. Vayamos hasta la amistad, dejémonos evangelizar y compartamos juntos la Palabra de Dios.
- Aprender a conocerse mejor entre las diferentes ramas. Estemos felices de enriquecernos mutuamente y trabajemos aún más unidos allí donde estamos.
- Proseguir con convicción la formación continua en nuestras diferentes ramas. Profundicemos el pensamiento de san Vicente a la luz del Evangelio y de la Doctrina social de la Iglesia.
- Responder con dinamismo a las llamadas de los excluidos, que nos impulsan a tomar iniciativas en favor de la paz y de la justicia. Comprometámonos sencillamente con nuestros hermanos y hermanas que sufren.
- Cambiar nuestras costumbres en la utilización de los bienes comunes y de los recursos de la tierra. Estemos convencidos de que el futuro depende de nosotros hoy.
- Mantener la sencillez y la humildad tan queridas por san Vicente, para que nuestros encuentros cotidianos estén hechos de respeto, dulzura y compasión. ¡Vivamos siempre cada vez mejor el Evangelio!
Isaías nos acompaña desde el principio y nos muestra en qué medida hoy depende el futuro de nosotros. Por eso, terminemos con él, porque…
Si ponemos a los pobres en el corazón de nuestras vidas, si superamos las barreras, si vivimos la acogida recíproca, entonces…
« Brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía. El Señor te guiará siempre,… Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan. Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de otros tiempos; te llamarán « reparador de brechas », « restaurador de senderos », para hacer habitable el país » (Is. 58,10-12).
¿Hacia qué futuro? « El futuro depende de la decisión de amar, con todo lo que implica y todo lo que exige » (Pierre Ganne).
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