Twenty-Ninth Sunday in Ordinary Time, Year B-2012

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New wine is poured into fresh wineskins (Mk. 2:22—NABRE)

The other apostles are indignant at James and John. Is it because the ten consider the two either hard-hearted or lacking in intelligence that they either do not accept or do not understand the meaning of both the humility preached repeatedly and the passion predicted for the third time? Or is this a case of like poles repelling, alike in ambition, that is?

But the poor are not bothered. They are used to ambitious people keeping in with the right folks. The poor do not grumble even when caught in the crossfire between opposing ambitious parties. They are patiently resigned to how life usually treats them: frequent victims of the inclemency of both weather and the economy; subjected to the tyranny and oppression—so common everybody knows about them—on the part of the rulers and the great ones; powerless before dictatorial and conscienceless capitalism. Says St. Vincent de Paul of the poor: “They usually remain at peace in the midst of their troubles and miseries” [1].

But the “usually” of the poor comes from the grace of the extraordinary that God grants to the poor and simple, and which he refuses to the rich and learned who prefer the status quo to something unknown that may deprive them of their comfort and their control of things. The out of the ordinary refers to the greatness there is in servitude, the primacy in slavery, the salvation in perdition, the fullness in self-emptying, the superabundance of grace where sin abounds, the wealth in poverty, strength in weakness. These unheard-of and unimaginable paradoxes [2] lead past the rich man’s faithful observance that still leaves him lacking in one thing. Jesus preached and embodied these paradoxes.

Jesus is the Servant who gave his life as an offering for sin. He justifies us because he bore our guilt. Sympathizing with us, he became like us in all things but sin. The Teacher is the perfect fulfillment of the teaching in Sir. 4:1-4 that we not grieve a needy person nor be indifferent to his sufferings. The good Shepherd is the opposite of shepherds whose silence harms the flock, says St. Gregory the Great, and whose absorption in worldly ways makes them to go after the honor of their office while neglecting its duties [3]. The faithful Witness is the primordial martyr to whom he witnesses, according to St. Ambrose [4], someone who, helping the poor and proving himself humble by his compassion, does not give in to greed that impels him to take advantage of helpless orphans and widows, or to arrogance that makes him avert his face from the poor like those, for example, who are looked down upon by the proponent of atheist Ayn Rand’s individualism.

Among us Christians it should be as the out of the box that Jesus personified, not as the usual that insists that the one with authority play the master [5]. This is demanded by the new covenant sealed by Christ’s sacrifice.

NOTES:

[1] P. Coste XII, 171.
[2] Cf. Robert P. Maloney, C.M., “An Upside-Down Sign,” America (November 22, 1997) 6-11.
[3] Cf. the non-biblical reading in the Office of Readings, Saturday of the Twenty-Seventh Week in Ordinary Time, Liturgy of the Hours.
[4] Cf. the non-biblical reading in the Office of Readings, October 9, Memorial of St. Denis and Companion Martyrs, Liturgy of the Hours.
[5] P. Coste XI, 346.


VERSIÓN ESPAÑOLA

29° Domingo de Tiempo Ordinario, Año B-2012

A vino nuevo, odres nuevos (Mc 2, 22)

Se indignan los otros apóstoles contra Santiago y Juan. ¿Será que los diez consideran o tercos o cortos a los dos que o no aceptan o no captan el significado ni de la humildad predicada repetidamente ni la pasión predicha por tercera vez? ¿O puede ser esto un caso de repeléndose los polos iguales en ambición?

Pero los pobres no se molestan. Están acostumbrados a que los ambiciosos se arrimen al sol que más calienta. Los pobres no murmuran aun atrapados por el fuego cruzado entre partidos ambiciosos contrincantes. Pacientes se resignan a cómo les suele ir todo: víctimas frecuentes de las inclemencias tanto climáticas como económicas; sometidos a la tiranía y la opresión por parte de los jefes y los grandes, tan usuales que nadie las ignora; impotentes frente al capitalismo dictatorial y sin conciencia. De los pobres dice san Vicente de Paúl: «Lo ordinario es que sepan conservar la paz en medio de sus penas y calamidades» (XI, 462).

Pero eso de «lo ordinario» de los pobres resulta de la gracia de lo extraordinario que Dios concede a los pobres y sencillos y niega a los ricos y sabios, quienes prefieren el statu quo a algo desconocido que les prive de su comodidad y su control de las cosas. Lo fuera de lo ordinario se refiere a la grandeza en la servidumbre, la primacía en la esclavitud, la salvación en la perdición, la plenitud en la abnegación, la sobreabundancia de la gracia donde el pecado abunda, la riqueza en la pobreza, la fuerza en la flaqueza. Estas inauditas e inimaginables paradojas llevan a más allá de la observancia fiel del rico, la cual le deja careciendo aún de una cosa. Jesús predicó y encarnó estas paradojas.

Jesús es el Siervo que entregó su vida como expiación. Nos justifica porque cargó con nuestros crímenes. Compadeciéndose de nosotros, se nos asemejó en todo menos en el pecado. El Maestro es el cumplimiento pleno de la enseñanza de Eclo 4, 1-4 de que no aflijamos al pobre que acude a nosotros ni seamos indiferentes a sus sufrimientos. El buen Pastor es el opuesto de los pastores cuyo silencio perjudica al pueblo, al parecer de san Gregorio Magno, y quienes viven de una manera mundana, buscando el honor de su oficio, pero abandonando sus obligaciones. El Testigo fiel es el mártir primordial de quien da testimonio, según san Ambrosio, uno que, en vez de rendirse o a la avaricia que le impele a aprovecharse de indefensos huérfanos y viudas o a la arrogancia que le hace volver el rostro a los menos afortunados como los menospreciados por el propugnador del individualismo de la atea Ayn Rand, los ayuda, probándose humilde al ser compasivo.

Entre los cristianos debe ser como lo fuera del molde personificado por Jesús, y no como lo común que insiste, por ejemplo, en que la autoridad imponga mano dura (XI, 238). Esto lo requiere la nueva alianza sellada con el sacrificio de Cristo.