“Los nuevos comienzos.” Es una expresión que evoca innumerables escenas memorables.
Una cotidiana: nada más despertarse, elevar una oración de agradecimiento por el nuevo día. Otra: cuando alguien llega al final de una dificultad o una enfermedad y siente una oleada de energía renovada. Y otra más: cuando se ha completado un periodo de formación y uno está justo en el umbral de su carrera vital.
Ese mismo sentido se respira al comienzo del capítulo noveno del Evangelio según san Lucas. Durante un tiempo, los discípulos han estado viajando con Jesús y, en el camino, han ido asimilando su modo de actuar, sus palabras y sus gestos. Pero hoy Él los envía, los pone en la línea de salida de una misión completamente nueva y, además, les da consejos para sus primeros pasos.
Un momento inicial como este supone para ellos el reto de mantenerse firmes, de no perder de vista los objetivos que Jesús les ha señalado. No deben distraerse con cosas menores, como bastones o ropa de repuesto. En este punto de partida, tienen una conciencia más aguda de lo que realmente cuenta y de lo que importa menos en su camino.
Hay una frescura en estos comienzos, un vigor y una claridad nuevos que, a veces, con el paso de los días y los meses, tienden a desvanecerse. Pero el recuerdo de cómo fue aquel principio, la determinación y la comprensión de los valores que lo sustentaban, puede servir de faro para lo que aún está por venir.
¿Podría este nuevo comienzo de los discípulos decirnos algo sobre nuestros propios “nuevos comienzos”? ¿Podemos evocar aquellos momentos de arranque, cuando apenas empezábamos nuestro propio camino en el Reino? ¿Recordamos con claridad qué cosas tenían más importancia y cuáles contaban menos en aquellos primeros días?
Volver a esos tiempos y estados de ánimo iniciales puede renovar nuestra determinación de participar una vez más en la misión de Jesús, no solo proclamando el Reino de Dios aquí y ahora, sino también dándole cuerpo.
Para animar el espíritu de sus compañeros, Vicente recuerda los primeros días de su congregación:
«La compañía, desde el principio, ha tenido el deseo de unirse a nuestro Señor para hacer lo que él hizo al practicar estas máximas y hacerse, como él, agradable al Padre eterno y útil a su Iglesia, y que efectivamente ha procurado progresar y perfeccionarse en ello, si no en el grado que deberíamos haber alcanzado, sí de la forma menos mala que hemos podido».
(SVP ES XI-3, 427).













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