“No se les dará otra señal que la de Jonás”
Rom 1, 1-7; Sal 97; Lc 11, 29-32.
La gente que andaba con Jesús había oído su mensaje, sus predicaciones y todas sus enseñanzas que iba dejando en sus correrías por los pueblos y aldeas. Habían presenciado sus muchas curaciones y milagros. Ellos vieron que expulsó demonios, que sanó a la suegra de Pedro y a muchos enfermos en la casa de Pedro. Fueron testigos de la pesca milagrosa, de la curación de un leproso, del paralítico, del hombre de la mano seca. Vieron cómo curó al siervo del centurión, resucitó al hijo de la viuda de Naín, calmó a la tempestad, echó fuera a los demonios del endemoniado de Gerasa. Sabían de la resurrección de la hija de Jairo, de la curación a la mujer con el flujo de sangre, de la multiplicación de los panes y los peces, de la liberación de aquel niño endemoniado…. Y con todo eso aún le piden una señal para creer en él. Cuando no se tiene la mínima apertura, la fe expresada en confianza, no habrá manera de aceptar a Jesús como Salvador.
Esta actitud de los contemporáneos de Jesús nos lleva a nosotros a preguntarnos: ¿Hemos visto señales milagrosas de parte de Jesús en nuestra propia vida? ¿O en la vida de los demás? ¿En qué se basa nuestra fe y confianza en Jesús? ¿Qué otros milagros espero ver para creer en Jesús?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín, C.M.













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