Compasión sin fronteras (parte 1)

por | Oct 12, 2025 | Formación | 0 Comentarios

Esta serie en cinco partes comienza con una pregunta familiar que aún nos desconcierta: «¿Quién es mi prójimo?». En una época de desplazamientos masivos y debates polarizados, la parábola del buen samaritano no es un cuento moral pintoresco, sino un llamamiento revolucionario a ver, acercarse y actuar. Tanto si te acercas a estas páginas desde una perspectiva religiosa como desde el marco de los derechos humanos, el objetivo es el mismo: pasar de la abstracción al acompañamiento, para que la compasión se convierta en algo concreto, coordinado y audaz.

En todos los continentes, los «caminos» de nuestro tiempo están llenos de personas en movimiento: familias que huyen de los conflictos, menores privados del acceso a la escuela, trabajadores que buscan seguridad y una oportunidad justa, personas que llegan con poco más que un nombre y un futuro por reconstruir. La idea central de esta serie es que la acogida no es una actitud ingenua. Es una ética disciplinada y realista que sostiene dos verdades a la vez: las sociedades pueden gestionar las fronteras y proteger la vida y la dignidad; las comunidades pueden buscar la seguridad y elegir la solidaridad. La secuencia del buen samaritano —ver, acercarse, cuidar, organizar— no es solo una postura espiritual; es un plan de acción y una agenda para la comunidad.

  • La primera parte (secciones I-II) sienta las bases morales. Revisamos la parábola del buen samaritano como guía práctica hoy día, traduciendo su urgencia en una ética global de acogida. Señalamos los obstáculos que entorpecen nuestra respuesta —la indiferencia y el miedo— y los rebatimos con principios claros: proteger la vida ante todo, garantizar el debido proceso, mantener unidas a las familias, apostar por la infancia, fomentar la autonomía, compartir la responsabilidad y contar la historia completa. A continuación, nos centramos en los rostros que con mayor frecuencia se reducen a números: los niños desplazados. Sus infancias interrumpidas —por la guerra, el hambre, los desastres y el desplazamiento— exigen no solo ayuda de emergencia, sino también escolarización, apoyo psicosocial y canales seguros para desarrollarse.
  • La segunda parte (secciones III-IV) replantea la narrativa, pasando de la carga a la contribución. Cuando los refugiados y los migrantes disponen de vías legales para trabajar, aprender y crear empresas, las comunidades de acogida se vuelven más resilientes. Las pruebas son cada vez más evidentes: la inclusión amplía la base impositiva, cubre la escasez crítica de mano de obra y enriquece la vida pública. Sin embargo, los datos positivos por sí solos no pueden superar la apatía o la ansiedad. Por lo tanto, nos enfrentamos a las trampas morales de la indiferencia y el miedo, mostrando cómo el contacto humano, la información precisa y los valores coherentes pueden cambiar la percepción pública de la suspicacia a la solidaridad.
  • La tercera parte (secciones V-VI) echa la vista atrás para poder avanzar. La historia nos advierte sobre el coste de rechazar a las personas, y reconoce a las comunidades que eligieron la hospitalidad y cambiaron vidas. Aprendiendo tanto de la luz como de la sombra, combinamos esas lecciones con un camino constructivo: una «cultura del encuentro» arraigada en la Doctrina Social de la Iglesia y reflejada en marcos internacionales como el Pacto Mundial sobre los Refugiados. La solidaridad en este caso no es un mero sentimiento, sino una elección institucional que se puede apreciar en las aulas reabiertas, las familias reunidas y los barrios renovados.
  • La cuarta parte (secciones VII-VIII) señala la encrucijada ante la que se encuentra toda sociedad: exclusión u hospitalidad. La elección no es teórica, sino que está implícita en las normas, los presupuestos y las prácticas cotidianas de las parroquias, las escuelas, las oficinas municipales y los grupos vecinales. Mostramos cómo la legislación humana, las vías legales y las iniciativas a nivel comunitario transforman el miedo en cooperación. También exponemos cómo es el encuentro desde cerca: comidas compartidas, clases de idiomas, diálogo interreligioso, tutoría, atención informada sobre el trauma y narración de historias que devuelve la dignidad al discurso público.
  • La quinta parte (sección IX) se centra en la Familia Vicenciana y, por extensión, en cualquier red que desee colaborar de manera eficaz. El carisma vicenciano afirma que la caridad debe organizarse para perdurar. Aquí ofrecemos vías concretas para lograr un impacto compartido: mapear los esfuerzos existentes, crear proyectos conjuntos, formar líderes, coordinar la defensa de causas, empoderar a los jóvenes y basar todo en una espiritualidad del encuentro. La invitación es sencilla y exigente: actuar juntos para que nadie sea invisible y nadie se quede al margen.

Lo que no encontrarás en estas páginas es romanticismo. Acoger a los recién llegados es complejo, requiere muchos recursos y, a veces, tiene un alto coste político. Lo que encontrarás es un conjunto de principios probados por la historia y precisados por la práctica, principios que ayudan a la gente común, a las instituciones y a los responsables políticos a «ir y hacer lo mismo». Si la parábola nos da una brújula, esta serie ofrece un mapa y un kit: pasos prácticos, garantías éticas y estrategias de colaboración a largo plazo.

El camino de Jerusalén a Jericó atraviesa nuestras ciudades hoy día. La cuestión no es si hay heridos en el camino, sino si cruzaremos la carretera. Esta serie es una invitación, y una guía, para hacer precisamente eso.

I. El buen samaritano, hoy: una ética global de la acogida

En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Lucas 10,25-37.

1. Por qué esta historia sigue siendo importante

Al final de la parábola, Jesús dice: «Anda y haz tú lo mismo». Esa breve frase es una invitación audaz: mira a la persona que tienes delante, cruza la calle hacia ella y actúa.

El papa Francisco, reflexionando sobre la misma parábola, nos recordó: «Puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido» (Fratelli Tutti, 69).

Ya sea que abordemos esto desde la fe o desde una ética secular de los derechos humanos, la pregunta central es la misma: ¿pasaremos de largo o nos acercaremos?

2. Ver a los heridos en los caminos de hoy

Los caminos de nuestro tiempo están abarrotados. A finales de 2024, 123,2 millones de personas se vieron obligadas a desplazarse en todo el mundo, lo que supone aproximadamente 1 de cada 67 personas en la Tierra. Casi 49 millones de ellos eran niños y niñas. No se trata de cifras abstractas, sino de prójimos que necesitan protección, alimentos, educación y una oportunidad para reconstruir sus vidas.

Esta realidad es inequívocamente global:

  • Sudán: desde abril de 2023, el conflicto ha obligado a más de 12 millones de personas a abandonar sus hogares, incluidos millones de desplazados dentro del país y a través de las fronteras.
  • Ucrania: A principios de 2025, se habían registrado en todo el mundo unos 6,9 millones de refugiados procedentes de Ucrania, y 3,7 millones de personas siguen desplazadas dentro del país.
  • Rohingya (Myanmar/Bangladesh): Bangladesh acoge a aproximadamente 1,13 millones de refugiados rohingya registrados; un nuevo Plan de Respuesta Conjunta 2025-2026 coordina una amplia iniciativa humanitaria para los refugiados y las comunidades de acogida.
  • Venezuela: Los gobiernos informan de casi 7,9 millones de refugiados y migrantes venezolanos en todo el mundo, una de las situaciones de desplazamiento más graves del planeta.

Estas instantáneas cambian con el tiempo, pero el horizonte moral no: las personas marginadas se preguntan si alguien se detendrá a ayudarles.

3. Una postura firme y esperanzadora, abierta a todos

La tradición católica ofrece una respuesta clara y centrada en el ser humano que también se corresponde la ética secular:

  • La dignidad inherente a cada persona: ninguna circunstancia borra el valor de una persona.
  • El destino universal de los bienes: los recursos de la tierra son para todos; quienes tienen más tienen responsabilidades hacia quienes tienen menos.
  • El bien común y la solidaridad: las sociedades saludables protegen a las personas vulnerables e integran a los recién llegados en el tejido de la comunidad.

Estos principios no implican ingenuidad ante los retos que plantea la migración. Nos invitan a mantener dos verdades: las sociedades tienen el derecho de gestionar sus fronteras y el deber de proteger la vida, la dignidad y la unidad familiar; de garantizar el debido proceso; y de dar prioridad al trato humano. Se trata de una ética que abarca ambos aspectos —seguridad con humanidad— y no de uno u otro. (Véase el informe global del ACNUR para obtener datos fiables que describen la magnitud y las necesidades de las personas desplazadas).

4. Lo que nos enseña hoy la parábola del buen samaritano

La parábola menciona dos poderosos obstáculos: la indiferencia y el miedo. La indiferencia aparta la mirada; el miedo nos paraliza al otro lado del camino. El samaritano hace algo diferente: ve, se acerca, se preocupa y organiza una ayuda continua (la posada, las monedas, la promesa de volver). Esa secuencia es un modelo para la  virtud personal y la acción comunitaria:

  1. Ver con claridad. Informarse de lo que ocurre a nivel local y global; sustituir los rumores por información fiable.
  2. Acercarse. Pasas de los problemas a los encuentros. Conocer a los recién llegados allí donde se encuentren: en salones parroquiales, programas municipales, clases de idiomas y centros vecinales. Las relaciones disuelven la indiferencia.
  3. Cuidar de manera concreta. Apoyar la alimentación, la vivienda, la atención médica y la educación, especialmente de la infancia, que constituye una gran parte de los desplazados.
  4. Organizarse en el largo plazo. El samaritano no actuó solo; creó un pequeño sistema de apoyo. Del mismo modo, una acogida sostenible necesita redes: comunidades religiosas, ONGs, servicios municipales, escuelas, empleadores y mentores voluntarios que coordinen sus esfuerzos.

5. Principios para una acogida justa y humana (para todos)

Estos siete principios plasman la visión moral en medidas prácticas que cualquier comunidad, religiosa o laica, puede adaptar:

  1. Proteger la vida ante todo. Garantizar una acogida segura, atención médica y necesidades básicas a la llegada; prevenir la explotación y la trata (esto se ajusta al deber de salvaguardar la dignidad humana).
  2. Garantizar el debido proceso y procedimientos humanos. Los procesos justos y oportunos respetan tanto el estado de derecho como a la persona.
  3. Dar prioridad a la unidad familiar. Mantener a las familias unidas reduce el trauma y acelera la integración.
  4. Invertir en la infancia y la juventud. El acceso a la educación es esencial; cuando la falta de financiación obliga a cerrar centros de enseñanza, el daño a largo plazo es profundo, pero se puede prevenir.
  5. Fomentar la autosuficiencia. La formación lingüística, el reconocimiento de cualificaciones y las vías de acceso al trabajo permiten a las personas contribuir rápidamente a sus nuevas comunidades.
  6. Compartir la responsabilidad. Las regiones vecinas, las ciudades y la sociedad civil pueden coordinarse para evitar sobrecargar a una sola comunidad (las respuestas a gran escala, como el Plan de Respuesta Conjunta para los Rohingya 2025-26 son un modelo de cooperación entre múltiples partes).
  7. Contar la historia completa. Los refugiados y los migrantes no son solo personas necesitadas, sino también vecinos, trabajadores, estudiantes, cuidadores y constructores de comunidades. Nombrar sus contribuciones sustituye el miedo por hechos y esperanza.

6. Un mensaje para los creyentes y para todos

Para los cristianos, la parábola no es una mera sugerencia, sino un mandato que da forma a nuestro seguimiento de Jesús. Para todas las personas de buena voluntad, la misma historia ofrece una ética universal: cuando alguien está herido en el camino, nos detenemos. La prueba moral de nuestro tiempo, en todos los continentes y culturas, es si creamos sistemas que ayuden a la gente común a hacer lo mismo.

II. Rostros de sufrimiento y esperanza: las historias de los niños desplazados

Cada cifra del desplazamiento global representa a un niño real: un rostro, una historia, un futuro. En todo el mundo, las vidas de los jóvenes se ven interrumpidas por la violencia, el hambre, los desastres naturales o el colapso social. Tanto si se es una persona de fe como si se está guiado por el compromiso universal con la dignidad humana, estas historias nos llaman a responder.

1. Una crisis mundial en la infancia

A finales de 2024, aproximadamente 48,8 millones de niños se vieron desplazados por la fuerza: 19,1 millones como refugiados o solicitantes de asilo y 29,4 millones desplazados dentro de sus propios países debido a conflictos y violencia. A estas cifras hay que añadir los niños desplazados por desastres. En los últimos 15 años, esa cifra casi se ha triplicado, pasando de 17 millones en 2010 a 48,8 millones en 2024.

Para comprender el alcance: los niños representan el 40% de la población desplazada (cifra muy superior a su porcentaje sobre la población mundial, que es del 29%).

2. Desplazamiento en zonas de conflicto

Sudán: La guerra civil en Sudán ha provocado la mayor crisis de desplazamiento infantil jamás registrada: más de 12,3 millones de personas se han visto desplazadas a principios de 2025, y el 53% de los desplazados internos son niños y niñas. La ciudad de El-Fasher se ha convertido en un trágico epicentro del sufrimiento infantil. Aislados de la ayuda humanitaria durante más de 16 meses, unos 130.000 niños siguen viviendo en condiciones desesperadas, mientras que 6.000 niños sufren malnutrición aguda grave y se enfrentan a la muerte (cf. AP News).

Haití: Más de un millón de haitianos se encuentran ahora desplazados internamente debido a la escalada de violencia de las bandas, más de la mitad de ellos niños, lo que ha provocado una de las peores crisis de la historia del país. Las necesidades de ayuda y refugio siguen aumentando (cfr. Reuters).

Mozambique: En julio de 2025, los ataques en Cabo Delgado desplazaron a más de 46.000 personas, de las cuales casi el 60% eran niños. Esta región también se enfrenta a fenómenos climáticos extremos, como ciclones y sequías (cfr. AP News).

3. Desplazamiento e infancia perdida

La educación en peligro: en los campos de refugiados rohingya de Bangladesh, los recortes de financiación provocaron el cierre de más de 4.500 centros educativos, lo que afectó a casi 500.000 niños. Muchos se ven ahora obligados a trabajar o a contraer matrimonio, lo que supone una trágica pérdida de sus oportunidades y esperanzas (cfr. Reuters).

Cicatrices emocionales de la guerra: en Gaza, un estudio sobre los niños desplazados reveló que el 96% siente que su muerte es inminente; casi la mitad ha manifestado su deseo de morir. Aproximadamente 17.000 niños y niñas se encuentran no acompañados y expuestos a graves riesgos (cfr. El Guardian).

Aumento de las amenazas de desastres: entre 2016 y 2021, más de 43 millones de niños fueron desplazados debido a fenómenos meteorológicos extremos. Las previsiones advierten de que esta cifra podría superar los 113 millones en las próximas tres décadas, a menos que se adopten medidas urgentes de adaptación y protección (Cfr. El Guardian).

4. Una perspectiva católica de la compasión y la esperanza

La Doctrina Social de la Iglesia nos insta a ver a cada niño como un tesoro, creado a imagen y semejanza de Dios, con derecho a recibir cuidados y oportunidades. Esto supone:

  • Dar prioridad a los derechos de los niños: la salud, la educación, la protección contra la explotación y el apoyo emocional no son optativos, sino esenciales.
  • Crear sistemas seguros e inclusivos: desde escuelas comunitarias hasta atención especializada en traumas; desde refugios de emergencia hasta espacios seguros para los niños.
  • Solidaridad en acción: compartir recursos, colaborar más allá de las fronteras y defender políticas basadas en la dignidad humana, no en el miedo.
  • Contar sus historias: en lugar de dejar que las estadísticas oculten su identidad, debemos escuchar, amplificar y defender sus voces.

5. Medidas que podemos tomar ahora

  1. Apoyar programas integrales —educación, atención nutricional, terapia para el trauma— que se centren en el bienestar de los niños.
  2. Colaborar a nivel internacional: unir esfuerzos que coordinen a las religiones y la sociedad civil, especialmente en zonas de conflicto y áreas propensas a desastres.
  3. Defender el desarrollo infantil a largo plazo, oponiéndose a soluciones temporales que descuiden la educación y la salud mental.
  4. Contar sus historias —en los medios de comunicación, las parroquias, el discurso público— para humanizar el desplazamiento como una crisis urgente y personal para vidas jóvenes inocentes.

Detrás de cada niño desplazado hay un recuerdo del hogar, un miedo oculto y un atisbo de esperanza. El llamamiento a mirar, como el buen samaritano, no es abstracto. Es una invitación a apoyar a los niños en su momento más vulnerable y ayudarlos a construir un nuevo camino a casa.

(Continuará…).

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