El 5 de octubre celebramos la fiesta del beato Alberto Marvelli

por | Oct 4, 2025 | Formación, Santoral de la Familia Vicenciana | 0 Comentarios

En el marco de algunos de los capítulos más oscuros del siglo XX —dos guerras mundiales, el auge del fascismo y el trastorno moral del secularismo moderno—, Dios suscitó figuras brillantes que dieron testimonio del Evangelio con valentía, claridad y un amor contagioso. Entre ellas se encuentra el beato Alberto Marvelli, un laico italiano, ingeniero, activista social y servidor público, cuya breve vida (1918–1946) estuvo marcada por una fe profunda, una caridad generosa y un compromiso apasionado con el bien común. Beatificado por el papa san Juan Pablo II el 5 de septiembre de 2004, Marvelli es hoy venerado como modelo de santidad laical, especialmente para los jóvenes comprometidos con la vida política y social.

Un niño de fe y compasión

Alberto Marvelli nació el 21 de marzo de 1918 en Ferrara, Italia, en el seno de una familia católica profundamente creyente. Fue el segundo de seis hijos, criado en un ambiente de oración, servicio y vida apostólica activa. Sus padres, profundamente influenciados por la doctrina social de la Iglesia, inculcaron en sus hijos la importancia de la Eucaristía, el Rosario y las obras de misericordia corporales.

En 1930, cuando Alberto tenía doce años, la familia se trasladó a Rímini. Allí se integró en la Acción Católica, un movimiento que moldeó su identidad como apóstol laico. También se unió a la Pía Unión de Cooperadores Salesianos, que le transmitió un profundo afecto por la visión de Don Bosco sobre la santidad juvenil basada en la alegría, el sacrificio y la cercanía a los pobres. Estos años sentaron las bases de una vida de virtud vivida no en el claustro, sino en el bullicioso mundo de la sociedad moderna.

Alberto pronto se destacó por su madurez, vida de oración y celo por el servicio. En la escuela sobresalía académicamente, pero lo que más llamaba la atención era su vida interior: misa diaria, confesión frecuente, adoración eucarística y devoción a la Virgen María fueron señas de identidad de su juventud. Su diario, que más tarde se publicaría, revela un alma encendida con el deseo de santidad: «Mi programa de vida: comunión diaria, Rosario diario y un acto de caridad diario».

La fe en acción: la dimensión vicenciana

El compromiso de Marvelli con la Sociedad de San Vicente de Paúl comenzó en su adolescencia. A través de este apostolado, visitaba a los pobres, ancianos y enfermos en sus casas, ofreciendo no solo ayuda material, sino también compañía y apoyo espiritual. Estas experiencias moldearon profundamente su comprensión del cristianismo, no como una doctrina abstracta, sino como amor encarnado en el servicio.

Como san Vicente de Paúl, Marvelli entendía que la caridad debía ser organizada, inteligente y sistémica. No idealizaba la pobreza; la estudiaba, la combatía y buscaba abordar sus causas profundas. Su posterior implicación en la reconstrucción de la posguerra y en políticas de vivienda fue una consecuencia natural de estos primeros encuentros con Cristo en los pobres.

Escribió: «Los pobres son Jesús. No hay que compadecerlos, sino servirlos, amarlos y honrarlos. Ellos nos evangelizan». Esta intuición, enraizada en Mateo 25, guió todo su compromiso político y social. Vivió lo que la espiritualidad vicenciana llama la «mística de la caridad».

La noche oscura del fascismo y la guerra

El auge del fascismo en Italia supuso un gran desafío para jóvenes católicos como Marvelli. Mientras muchos se acomodaban o se retiraban, él se negó a conformarse. Criticaba abiertamente al régimen y su ideología, rechazaba saludar los símbolos fascistas o asistir a actos del partido. Su valentía le costó a menudo privilegios y oportunidades académicas, pero no estaba dispuesto a traicionar su conciencia.

Tras licenciarse en ingeniería mecánica por la Universidad de Bolonia, trabajó como profesor y posteriormente como ingeniero en Fiat, en Turín. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial le obligó a regresar a Rímini, donde vivió de primera mano los horrores del conflicto: bombardeos, escasez de alimentos, desplazamientos masivos y la ocupación nazi.

Durante ese tiempo, Alberto se convirtió en un verdadero “capellán laico de las calles”. Recorriendo la ciudad en bicicleta, rescataba heridos, recogía cadáveres, llevaba alimentos y medicinas a los desplazados e incluso ayudaba a judíos y prisioneros políticos a escapar de la deportación. Cuando los alemanes comenzaron a deportar a civiles a campos de concentración, Marvelli abrió las puertas del orfanato regido por los vicentinos, arriesgando su vida para proteger a los vulnerables.

Sus acciones durante la guerra no fueron temerarias, sino fruto de la oración y el discernimiento. Sabía que se exponía al peligro, pero creía, como tantos santos antes que él, que el amor es más fuerte que la muerte. «Cada día —escribió— debo prepararme para morir, para que, si la muerte llega de repente, pueda ofrecerla con alegría».

Eucaristía, oración y celo apostólico

La fuerza oculta de Marvelli era su intensa vida espiritual. Era un hombre de acción porque, ante todo, era un hombre de contemplación. La Eucaristía era el centro de su vida. Incluso en tiempos de guerra, se levantaba temprano para asistir a misa diaria, ayunando desde la medianoche para poder comulgar. Pasaba largos ratos en adoración, a veces arrodillado durante una hora después de misa en silencio y agradecimiento.

Sus escritos personales revelan una profunda unión mística con Cristo: «Jesús en la Eucaristía lo es todo para mí. En Él encuentro fuerza, paz, alegría y valor. Sin Él no puedo hacer nada». Esta espiritualidad eucarística sostenía su incansable activismo y le protegía del agotamiento. No servía por ideología ni por obligación, sino por amor.

Su vida de oración incluía también la devoción mariana, la confesión frecuente y la lectura espiritual. Leía la Biblia a diario, meditando especialmente los Evangelios y los escritos de santos como san Francisco de Sales y san Juan Bosco. Su espiritualidad no era sentimentalista, sino práctica, gozosa y profundamente enraizada en la tradición católica de la santidad en medio del mundo.

La política como vocación: la democracia cristiana y la Italia de posguerra

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial y cayó el fascismo, Italia entró en un período convulso de reconstrucción. Marvelli, profundamente influenciado por la doctrina social de la Iglesia —especialmente por encíclicas como Rerum Novarum y Quadragesimo Anno—, estaba convencido de que los laicos católicos no debían abandonar la política en manos de ideologías seculares.

Se unió al naciente partido de la Democracia Cristiana, no por ambición, sino como una vocación para transformar la sociedad según los valores del Evangelio. En 1945 fue nombrado concejal del Ayuntamiento de Rímini y trabajó incansablemente organizando viviendas, distribución de alimentos y educación para las víctimas de la guerra. Rechazó todo salario, usaba su bicicleta para visitar obras y campos de refugiados.

Alberto entendía la política como una forma de caridad y un camino hacia la santidad. «La política es la caridad a lo grande», decía, en consonancia con el pensamiento del papa Pío XI. Rechazaba la corrupción, el clientelismo y el partidismo. Su visión se basaba en el desarrollo humano integral, la subsidiariedad y la opción preferencial por los pobres.

En 1946, con tan solo 28 años, fue elegido candidato para las primeras elecciones municipales libres. Preparó su campaña con oración, servicio y diálogo… pero no tuvo la oportunidad de presentarse. El 5 de octubre de 1946, fue atropellado por un camión cuando iba en bicicleta a una reunión benéfica. Murió pocas horas después.

Un beato vicenciano para hoy

Marvelli vivió plenamente el carisma vicenciano. Como san Vicente de Paúl y el beato Federico Ozanam, veía a los pobres no como objetos de compasión, sino como sacramentos vivos de Cristo. Creía que la Iglesia debía estar presente en la política, la economía y la vida civil, no para dominar, sino para servir.

Su vida interpela a los católicos de hoy —especialmente a los laicos— a buscar la santidad en el mundo. Su ejemplo desmonta la falsa dicotomía entre oración y acción, entre Iglesia y política, entre santidad personal y justicia social. En él, todas estas dimensiones estaban integradas en una unidad radiante.

Su beatificación en 2004 no fue solo un reconocimiento de sus virtudes, sino un signo profético. Como dijo san Juan Pablo II, Alberto Marvelli «señala a las nuevas generaciones el exigente camino de la santidad en la vida cotidiana, en el ámbito político y social».

Una vida para Cristo y los pobres

El beato Alberto Marvelli vivió solo 28 años, pero su vida sigue dejando huella a través del tiempo. Fue ingeniero y místico, reformador social y hombre de oración, consocio vicentino y líder político. Sobre todo, fue un cristiano que se tomó en serio el Evangelio.

En una época de creciente secularismo y desconfianza hacia la política, el testimonio de Marvelli nos recuerda que fe y vida pública no son enemigas. Al contrario, cuando se enraízan en el amor a Cristo y a los pobres, la política puede convertirse en un camino de santidad.

Es un santo no porque hiciera cosas extraordinarias, sino porque hizo cosas ordinarias con un amor extraordinario. Su ejemplo es especialmente urgente hoy para jóvenes, profesionales laicos y todos aquellos que buscan vivir el Evangelio en el mundo moderno.

Beato Alberto Marvelli, ruega por nosotros.
Ayúdanos a amar a Cristo en la Eucaristía y en los pobres.
Enséñanos a ser apóstoles valientes y alegres en el corazón del mundo.
Que tu ejemplo nos inspire a servir con humildad, actuar con justicia y caminar en santidad. Amén.

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