La parábola del buen samaritano es una de las favoritas entre los vicentinos, pues describe el encuentro personal entre la víctima herida que yace al borde del camino y el viajero que se detiene para ayudarla. El samaritano es precisamente el modelo que buscamos seguir en nuestra vocación, obedeciendo las palabras de nuestro Salvador: “ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).
El beato Federico comparaba nuestra vocación con la del samaritano, asemejando a la víctima con “la humanidad de nuestros días […] asaltada por raptores, por los ladrones del Pensamiento, por los hombres malvados que le han arrebatado lo que poseía; el tesoro de la fe y del amor” [Carta a Léonce Curnier, de 23 de febrero de 1835]. El prójimo, pensaba, no siempre mostraría necesidades tan evidentes como la víctima ensangrentada tendida en una zanja. ¿Cómo se ve, después de todo, alguien despojado del tesoro de la fe?
Más importante aún, ¿cómo nos acercamos a esta víctima? Para Federico, nuestro modo de curar las heridas debía ir acompañado de “palabras de consuelo y de paz” [Ibíd]. Solo nuestra ternura y nuestro amor pueden ayudarle a superar el miedo que le separa de sus vecinos y de la esperanza. A veces, esas palabras suaves son todo lo que realmente se necesita.
Los miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl en París participan regularmente en lo que llaman “maraudes” [patrullas], visitas a las personas sin hogar, cuyas tiendas y mantas bordean las orillas del Sena y parecen ocupar cada portal una vez que los comercios cierran por la noche. Aunque los vicentinos llevan consigo sopa, mantas y otros auxilios para ofrecer, a menudo la gente los rechaza. Lo que no rechazan, sin embargo, es la oportunidad de hablar con alguien.
En su exégesis de la parábola del buen samaritano en la encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco sugiere que “simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso” [FT, 70] Para las personas sin hogar de París, o de cualquier gran ciudad, no faltan los que miran hacia otro lado o no apartan los ojos de sus teléfonos mientras pasan de largo con prisa. Pero en las horas de la tarde, vicentinos entregados recorren las calles, encontrando a los más marginados no por casualidad, sino esforzándose por “buscar y encontrar a los necesitados y a los olvidados, a las víctimas de la exclusión o la adversidad” [Regla, Parte I, 1.5].
En el muro de la cripta donde está enterrado Federico Ozanam hay un mural de la parábola del buen samaritano. En él, el samaritano es Ozanam. Aunque los pobres siempre estarán con nosotros, el rostro y las circunstancias de la pobreza están en constante cambio. La víctima de los ladrones en la parábola de Cristo yacía al borde del camino de Jericó. Que la representación de Federico como el samaritano nos recuerde que el camino junto al cual yacen los pobres es el que recorremos juntos; es nuestro Camino Vicenciano.
Contemplar
¿Miro los márgenes o paso rápidamente de largo?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.













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