San Vicente de Paúl: Una vida al servicio de los pobres (parte 8)

por | Sep 25, 2025 | Formación, Santoral de la Familia Vicenciana | 0 Comentarios

XI. Camino hacia la santidad: beatificación y canonización

Tras la muerte de Vicente de Paúl en 1660, la fama de su santidad se extendió rápidamente. La gente ya le llamaba con afecto «el señor Vicente» y, en la práctica, lo trataba como un santo en la devoción popular. La Iglesia, sin embargo, cuenta con un proceso cuidadoso para reconocer oficialmente a los santos, un procedimiento que, en tiempos de Vicente, solía llevar décadas o incluso siglos. En su caso, pasaron 77 años desde su muerte hasta su canonización: un plazo relativamente rápido para la época, lo que indica la fuerte reputación y las pruebas de santidad que acompañaban a su causa.

Veneración inicial: Inmediatamente después de su muerte, comenzaron a difundirse favores obtenidos por su intercesión. Mientras tanto, los misioneros de la Congregación de la Misión  y las Hijas de la Caridad preservadorn todo lo que le pertenecía (sus cartas, objetos personales, etc.) como reliquias, anticipando que algún día sería canonizado.

No obstante, la Iglesia exigía un proceso formal. Éste comenzó a nivel diocesano con la recopilación de pruebas sobre las virtudes heroicas de Vicente y posibles milagros. En 1661, el arzobispo de París, animado por el sucesor de Vicente, René Alméras, inició el proceso informativo. Esto implicó entrevistar a numerosos testigos que habían conocido personalmente a Vicente: miembros de la Congregación de la Misión, Hijas de la Caridad, clérigos, nobles, gente del pueblo… cualquiera que pudiera dar testimonio de su vida y virtudes. Se recogieron relatos sobre sus hábitos cotidianos, sus virtudes en acción y la devoción popular que despertaba. Todos estos testimonios se recopilaron y enviaron a Roma.

Escritos y biografías: Una biografía fundamental de Vicente fue publicada por el obispo Luis Abelly en 1664, apenas cuatro años tras su muerte. Aunque con un tono hagiográfico, ofrecía una gran cantidad de anécdotas de primera mano y un retrato de sus virtudes. Esta obra contribuyó a difundir su historia por toda Europa. Los propios escritos de Vicente (especialmente cartas y conferencias) fueron cuidadosamente copiados y archivados por los paúles; en Roma sirvieron como pruebas esenciales de que había enseñado una doctrina sana y vivido lo que predicaba.

Suspensión y reanudación: En un primer momento, la causa de Vicente avanzó de forma constante. En 1705 se introdujo en Roma el proceso apostólico oficial (bajo el pontificado de Clemente XI). Sin embargo, surgió una complicación imprevista: el nombre de Vicente quedó enredado en las controversias jansenistas de Francia. Algunos opositores (jansenistas o simpatizantes) difundieron calumnias insinuando que Vicente había tenido una relación demasiado cercana con el controvertido abad Saint-Cyran (líder jansenista) o que algunos milagros atribuidos a él estaban exagerados. El “abogado del diablo” (Promotor de la Fe) en Roma planteó estas objeciones, lo que ralentizó el proceso. Además, la Guerra de Sucesión Española (1701–1714) entre Francia y otras potencias generó tensiones políticas que pudieron influir en la rapidez con que se trataba una causa francesa en Roma.

A pesar de ello, las pruebas de las virtudes heroicas de Vicente eran abrumadoras. En 1712, el papa Clemente XI declaró a Vicente «Venerable», lo que significaba que la Iglesia reconocía que había vivido las virtudes en grado heroico. Fue un paso importante. Ese mismo año se examinó su cuerpo como parte de la verificación de que no se le había rendido un culto ilícito (una de las normas exigía que nadie hubiera sido públicamente venerado como santo antes de la aprobación eclesial). Se comprobó que su cuerpo estaba parcialmente incorrupto (en especial el corazón y algunos órganos). Este hallazgo se documentó como signo posible de santidad, aunque no se consideró prueba concluyente por sí solo.

Beatificación: El siguiente paso era la beatificación, que requería milagros auténticos atribuidos a la intercesión de Vicente. Normalmente se necesitaban al menos dos milagros (con la normativa actual: uno para la beatificación y dos más para la canonización). Se reportaron numerosos milagros; el reto consistía en seleccionar aquellos con pruebas más sólidas.

Bajo el pontificado de Benedicto XIII, conocido por favorecer las causas de sacerdotes santos (beatificó a personas como Juan de la Cruz y Francisco de Sales), la causa de Vicente cobró nuevo impulso. En 1725, la Congregación de Ritos validó los procesos sobre Vicente. Se examinó una lista de milagros. Entre los aceptados para la beatificación destacaron:

  • La curación instantánea de un joven, Philippe Le Grand, que había quedado lisiado. Tras rezar a Vicente y aplicar una reliquia suya, se curó por completo de la parálisis, hecho confirmado por médicos.
  • La curación de sor Marguerite Guérin, Hija de la Caridad, de una hemorragia que la medicina de la época no podía remediar. Ella había invocado a Vicente en oración y quedó sana.
  • Posiblemente también se consideró la curación de un tal Alexandre Compain, de ceguera.

Tras un minucioso examen, el papa Benedicto XIII firmó el decreto de beatificación. El 13 de agosto de 1729, Vicente de Paúl fue beatificado en una ceremonia en la basílica de San Pedro de Roma. Fue un gran acontecimiento, con la asistencia de cardenales, embajadores (especialmente franceses) y numerosos fieles. La bula de beatificación alababa la inmensa caridad de Vicente y su labor en la reforma del clero y la ayuda a los pobres.

En Francia, la noticia de la beatificación fue recibida con júbilo. En París, la Congregación de la Misión en San Lázaro celebró un solemne triduo de acción de gracias. Sacaron el cuerpo de Vicente para la veneración pública (había sido embalsamado ligeramente y colocado en un ataúd de plomo; cuando se abrió en 1712 se halló mayormente incorrupto, aunque después se deterioró). Multitudes acudieron a rezar ante sus restos. Dado que el cuerpo comenzó a deteriorarse al quedar expuesto al aire (por daños previos de una inundación), se extrajeron y conservaron aparte reliquias mayores como el corazón, parte del tejido muscular y huesos, de modo que pudieran enviarse a Roma u otros lugares si era necesario.

Con la beatificación, Vicente recibió el título de «Beato» y su fiesta se autorizó en ciertos lugares (París y dentro de las comunidades vicencianas). Sin embargo, el pueblo ya lo consideraba un santo y reclamaba su canonización.

Canonización: El último paso, la canonización, requería normalmente dos milagros más (posteriores a la beatificación, que demostraran el favor continuo de Dios). Los paúles no impulsaron inmediatamente la canonización, quizá por los costes (el proceso implicaba un gasto considerable en ceremonias y documentación). Pero dos milagros notables después de 1729 cambiaron la situación: fueron investigados a fondo por las autoridades eclesiásticas y por expertos médicos, y las pruebas se consideraron sólidas: testimonios jurados, declaraciones de médicos afirmando que no había explicación natural y que las curaciones fueron instantáneas y completas.

Así, el 16 de junio de 1737, el papa Clemente XII canonizó a san Vicente de Paúl en Roma. La ceremonia de canonización fue magnífica, celebrada en la basílica de San Juan de Letrán (la catedral del Papa) con una multitud inmensa. Clemente XII, ya anciano y aquejado de gota, asistió a parte de la ceremonia y leyó en voz alta el decreto solemne que inscribía a Vicente en el catálogo de los santos, para ser venerado por toda la Iglesia. La fecha se eligió porque ese año coincidía con la solemnidad de la Santísima Trinidad, un día muy apropiado, ya que toda la vida de Vicente había glorificado a la Trinidad por medio de la caridad.

En París, al llegar la noticia, se organizó en octubre de 1737 una celebración grandiosa. La iglesia de San Lázaro no pudo acoger a la multitud, así que se celebraron oficios en varias iglesias. Los lazaristas llevaron las reliquias de Vicente en procesión por las calles (sus restos óseos, sin el corazón y otras partes, habían sido colocados dentro de una efigie de cera para su exposición).

En San Lázaro, una octava de festejos incluyó oraciones y discursos de célebres predicadores que presentaron las virtudes de Vicente al público. Uno de ellos afirmó: «Transformó el rostro del siglo con sus obras de misericordia», comentario que, al parecer, el auditorio acogió con entusiasmo.

Tras la canonización, la fiesta de Vicente se incluyó en el calendario romano. En un principio se fijó el 19 de julio, ya que el 27 de septiembre (día de su muerte) coincidía en el calendario general con la fiesta de san Cosme y san Damián, y entonces había una norma que prohibía duplicar fechas. En las reformas del siglo XX (1969), la Iglesia trasladó oficialmente la fiesta de san Vicente de Paúl al 27 de septiembre, su dies natalis (nacimiento al cielo), fecha que se mantiene hasta hoy.

Legado en la santidad: La canonización de san Vicente tuvo un efecto multiplicador: puso de relieve la importancia de la caridad activa en el camino hacia la santidad. Hasta entonces, la mayoría de los santos canonizados eran fundadores, místicos, mártires o personas de vida religiosa en clausura. Vicente, aunque fundador, vivió muy implicado en la vida pública, dedicándose al ministerio social. Su canonización (seguida de otras, como la de santa Luisa de Marillac en 1934 o la de san Francisco de Sales, anterior) ayudó a ampliar el reconocimiento de la Iglesia de que la santidad puede alcanzarse sirviendo a los pobres y trabajando por la reforma de la sociedad según el Evangelio.

La canonización también inspiró a nuevas generaciones a seguir sus pasos. Por ejemplo, el beato Federico Ozanam citaba a Vicente como una influencia fundamental para fundar la Sociedad de San Vicente de Paúl. En tiempos recientes, la madre Teresa aludía con frecuencia a Vicente de Paúl como modelo (sus Misioneras de la Caridad comparten una misión similar y tienen una estatua de Vicente en su casa madre).

La elevación de san Vicente de Paúl a los altares confirmó, en esencia, lo que los fieles ya creían desde hacía tiempo: que este humilde sacerdote, que tanto amó a los pobres, vivió y murió con olor de santidad y ahora intercede por nosotros en el cielo. La Iglesia le otorgó su mayor sello de aprobación a su vida y virtudes, proponiéndolo como ejemplo para todos los creyentes.

La historia de su vida —desde una pequeña granja gascona hasta las cortes reales y, finalmente, la gloria de los altares— demuestra que, sea cual sea el punto de partida, una vida entregada por entero a Dios y al prójimo será exaltada por Él a su debido tiempo. Vicente nunca buscó honores, pero los honores le siguieron, culminando en este reconocimiento como santo.

(Continuará…)

 

 

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