Nunca más: la responsabilidad global frente al genocidio

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22 septiembre, 2025

Nunca más: la responsabilidad global frente al genocidio

por | Sep 22, 2025 | Conflictos bélicos, Featured, Formación, Noticias | 0 Comentarios

La cuestión del genocidio no pertenece al pasado: es un desafío urgente y vivo que interpela a nuestra conciencia colectiva. En estos días, el mundo observa con angustia lo que ocurre en Gaza, y esa experiencia nos recuerda la necesidad de adoptar una postura clara y firme en defensa de toda vida, y de rechazo absoluto frente a quienes promueven la destrucción sistemática de un pueblo. No obstante, este horror no es exclusivo de un solo lugar o momento: atraviesa la historia reciente y ha marcado a múltiples pueblos en el siglo XX y XXI. Frente a ello, callar es ser cómplices; alzar la voz es un deber ético inaplazable.

I. El estallido de la guerra de Gaza

El siglo XXI no ha estado exento de conflictos marcados por atrocidades masivas, pero la guerra que estalló el 7 de octubre de 2023 entre Israel y grupos armados palestinos en Gaza representa uno de los episodios más devastadores de la era actual. El conflicto se desarrolla en tiempo real ante una audiencia global, retransmitido a través de las redes sociales y los medios de comunicación, acompañado por una avalancha de interpretaciones polarizadas. Sin embargo, más allá del ruido mediático, se encuentra una realidad de profundo sufrimiento humano y destrucción, una realidad que las autoridades jurídicas internacionales han comenzado a describir ya en términos de genocidio.

Hablar de genocidio en relación con Gaza es una empresa grave y solemne. El propio término, nacido del Holocausto y codificado en la Convención de 1948 para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, tiene un enorme peso moral. Su invocación no puede hacerse a la ligera; debe basarse en una investigación cuidadosa y en un análisis jurídico riguroso. Eso es precisamente lo que se ha ofrecido en dos informes recientes de las Naciones Unidas: en primer lugar, la presentación de marzo de 2024 de Francesca Albanese, Relatora Especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, titulada Anatomía de un genocidio; y en segundo lugar, el informe de 16 de septiembre de 2025 de la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre el Territorio Palestino Ocupado, que concluyó tras una investigación exhaustiva que Israel había cometido actos de genocidio en Gaza.

El horror del 7 de octubre

La causa inmediata de la guerra fue el asalto coordinado lanzado el 7 de octubre de 2023 por grupos terroristas palestinos, concretamente Hamás y la Yihad Islámica Palestina, desde la Franja de Gaza hacia el sur de Israel. El ataque comenzó con una andanada masiva de cohetes, que desbordó el sistema de defensa antimisiles Cúpula de Hierro de Israel, seguida de incursiones de comandos que atacaron tanto bases militares como comunidades civiles. La violencia coincidió con Simjat Torá, una de las fiestas más alegres del judaísmo, lo que agravó el shock y el trauma para la población israelí.

El saldo fue abrumador. Más de 1.200 israelíes murieron aquel día, entre ellos cientos de civiles asesinados en sus casas, en un festival de música y en pequeños kibutz cercanos a la frontera con Gaza. Mujeres, hombres y niños fueron masacrados indiscriminadamente. Cientos de rehenes fueron capturados y trasladados a Gaza, donde muchos permanecen hasta hoy en condiciones que constituyen graves violaciones del derecho internacional humanitario. La brutalidad de estos ataques, documentada por supervivientes e investigadores independientes, exige una condena inequívoca. Ninguna causa puede justificar la violencia deliberada contra civiles. Los sucesos del 7 de octubre fueron actos de terrorismo en el sentido más pleno, diseñados para infundir miedo y causar la máxima destrucción.

Reconocer la dinámica genocida de la respuesta israelí posterior no disminuye en modo alguno el horror del 7 de octubre, ni la legitimidad del derecho de Israel a defender a sus ciudadanos frente a un asalto armado. La santidad de la vida no conoce fronteras políticas ni nacionales.

La respuesta israelí

Lo que siguió al 7 de octubre, sin embargo, fue una respuesta militar del gobierno y las fuerzas armadas de Israel que rápidamente se convirtió en una destrucción de una magnitud sin precedentes en la larga historia del conflicto israelí–palestino. A finales de 2023, los bombardeos aéreos habían arrasado grandes zonas de barrios residenciales de Gaza. A mediados de 2024, según informó Francesca Albanese, habían muerto más palestinos en los primeros cinco meses de guerra que en todos los conflictos anteriores desde 2008 combinados. En julio de 2025, la Comisión de Investigación confirmó más de 60.000 muertes palestinas, la mayoría mujeres y niños.

La devastación se extendió mucho más allá de las muertes inmediatas. Los hospitales, escuelas y universidades de Gaza quedaron reducidos a escombros. El acceso a alimentos, agua potable y electricidad fue sistemáticamente obstaculizado. Los convoyes humanitarios fueron repetidamente bloqueados o atacados. Más del 80% de la población de Gaza fue desplazada por la fuerza dentro de los 365 kilómetros cuadrados del enclave, con familias expulsadas de una zona insegura a otra. Las imágenes satelitales y los informes de campo describen un paisaje de destrucción casi total. La esperanza de vida en Gaza cayó casi a la mitad en menos de dos años.

Israel ha defendido estas acciones como legítima defensa contra el terrorismo, insistiendo en que Hamás se esconde en infraestructuras civiles. El derecho internacional humanitario reconoce la complejidad de la guerra asimétrica, en la que los combatientes no se distinguen de la población civil. Sin embargo, tanto Albanese como la Comisión de Investigación concluyeron que la conducta de Israel superó con creces los límites de la proporcionalidad o la diferenciación. El patrón de ataques, la obstrucción de la ayuda humanitaria y las declaraciones públicas de funcionarios israelíes sugerían no excesos aislados, sino una política sistemática de destrucción colectiva.

Nombrar el genocidio

Es en este contexto que los informes utilizaron el lenguaje de genocidio. Anatomía de un genocidio, de Albanese, describió la campaña de Israel como portadora de una “lógica genocida” enraizada en prácticas prolongadas de deshumanización y opresión estructural. El informe de la Comisión de 2025 fue aún más categórico, concluyendo que las acciones de Israel cumplían tanto los actos materiales (actus reus) como la intención (mens rea) exigidos en el artículo II de la Convención sobre el Genocidio.

Aplicar esta etiqueta no significa negar el derecho de Israel a existir, ni disminuir el sufrimiento judío pasado o presente, ni fomentar el antisemitismo. Al contrario, significa defender la universalidad de la prohibición del genocidio. El crimen no admite excepciones; se aplica a todos los pueblos y a todos los Estados. Eximir a cualquier actor del escrutinio bajo esta categoría traicionaría el legado de Raphael Lemkin, el superviviente del Holocausto que acuñó el término, y de los millones que perecieron en genocidios posteriores.

II. Raíces históricas y marco jurídico internacional

Una historia de desposesión

La experiencia palestina de desplazamiento se remonta a la guerra árabe–israelí de 1948, conocida por los palestinos como la Nakba (“catástrofe”). Ese año, más de 700.000 palestinos fueron expulsados o huyeron de sus hogares durante el conflicto que acompañó la creación de Israel. Muchos de esos refugiados y sus descendientes se asentaron en Gaza, entonces bajo control egipcio. Tras la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel ocupó Gaza, junto con Cisjordania y Jerusalén Este.

Aunque Israel retiró sus asentamientos y tropas terrestres de Gaza en 2005, el territorio permaneció bajo lo que el derecho internacional denomina “control efectivo”, ejercido a través de estrictas restricciones en fronteras, espacio aéreo, acceso marítimo y vida económica. Desde 2007, tras la toma del poder político en Gaza por parte de Hamás, Israel, con la cooperación de Egipto, ha mantenido un bloqueo descrito por Naciones Unidas y agencias humanitarias como una forma de castigo colectivo. Este bloqueo ha restringido gravemente la libertad de movimiento, ha paralizado la economía y ha dejado a la población de Gaza dependiente de la ayuda internacional.

Las guerras repetidas entre Israel y Hamás —en 2008–2009, 2012, 2014 y 2021— produjeron ciclos de destrucción y frágiles treguas, con las poblaciones civiles soportando la peor parte. Cada conflicto dejó aún más debilitada la infraestructura de Gaza, más traumatizada a su población y más radicalizada a su juventud. Sin embargo, ninguno de esos episodios se compara con la magnitud de la devastación desatada tras el 7 de octubre de 2023.

Violencia estructural y la “prisión a cielo abierto”

Los observadores internacionales han descrito durante mucho tiempo Gaza como una “prisión a cielo abierto”, donde dos millones de personas viven confinadas por fronteras que no pueden cruzar, bajo la vigilancia de drones desde arriba y expuestas a bombardeos periódicos desde fuera. Tales condiciones, soportadas durante décadas, crearon una profunda vulnerabilidad humanitaria incluso antes de la guerra más reciente. Pobreza, desempleo, atención sanitaria inadecuada y falta de agua potable eran realidades cotidianas.

En este contexto, los sucesos de octubre de 2023 no fueron una erupción aislada, sino una chispa que encendió una leña acumulada durante mucho tiempo. Para muchos palestinos, los ataques —por muy injustificables que fueran— nacieron de la desesperación y de la ausencia de alternativas políticas. Para los israelíes, fueron la prueba de que la convivencia con Hamás era imposible y que eran necesarias medidas drásticas para garantizar la supervivencia nacional. Sin embargo, la asimetría de poder entre las partes es abismal: un Estado con uno de los ejércitos tecnológicamente más avanzados del mundo frente a un territorio sitiado sin defensas convencionales.

Derecho internacional humanitario y genocidio

La conducción de las hostilidades está regida por el derecho internacional humanitario (DIH), especialmente los Convenios de Ginebra y sus Protocolos adicionales. Estos instrumentos exigen a los combatientes distinguir entre civiles y objetivos militares, evitar ataques desproporcionados y garantizar el acceso humanitario. Sus violaciones constituyen crímenes de guerra.

La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948 va más allá. Prohíbe los actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Tales actos incluyen matar a miembros del grupo, causarles graves daños físicos o mentales, infligirles condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción, imponer medidas destinadas a impedir nacimientos y transferir por la fuerza a niños. El genocidio se considera el “crimen de los crímenes”, no solo por su gravedad, sino por la intención específica (dolus specialis) que requiere.

Aplicando este marco a Gaza, la Comisión Internacional Independiente de Investigación en 2025 determinó que los actos acumulativos de la campaña militar israelí —matanzas masivas, destrucción de infraestructuras esenciales para la supervivencia, obstrucción sistemática de la ayuda humanitaria—, combinados con declaraciones públicas de dirigentes políticos y militares, demostraban la intención de destruir al pueblo palestino de Gaza en parte sustancial. El informe anterior de Albanese sostenía que la conducta de Israel reflejaba una “lógica genocida” enraizada en políticas de dominación y deshumanización de larga data.

Equilibrar la condena

El reto de tales conclusiones jurídicas radica en su recepción política y moral. Israel y sus aliados rechazan la caracterización de genocidio, insistiendo en que la campaña militar iba dirigida contra Hamás, no contra el pueblo palestino. Muchos judíos en todo el mundo, conscientes de la instrumentalización de tópicos antisemitas, ven la acusación de genocidio contra Israel con profundo dolor y recelo. Al mismo tiempo, los palestinos y sus partidarios ven en los informes de la ONU la validación de décadas de sufrimiento ignorado por la comunidad internacional.

Es crucial, por tanto, afirmar simultáneamente dos puntos. Primero, condenar las atrocidades de Hamás el 7 de octubre y el continuo lanzamiento de cohetes, la guerra de túneles y la toma de rehenes es innegociable. Estos actos son crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Segundo, reconocer que la respuesta de Israel ha cruzado el umbral de la conducta genocida no niega la legitimidad de la autodeterminación judía ni la realidad del antisemitismo. Más bien, afirma que el derecho internacional se aplica de manera universal, a todos los actores, sin excepción.

La responsabilidad de terceros Estados

El derecho internacional impone obligaciones no solo a los perpetradores, sino también a terceros Estados. La Convención sobre el Genocidio exige a todos los firmantes prevenir y sancionar el genocidio. Este deber no depende de resoluciones del Consejo de Seguridad ni de las alineaciones geopolíticas de las grandes potencias; es una obligación erga omnes, debida a la comunidad internacional en su conjunto. El Tribunal Internacional de Justicia, en su sentencia de 2007 sobre Bosnia contra Serbia, afirmó que los Estados deben actuar dentro de sus capacidades para prevenir el genocidio dondequiera que exista riesgo de que ocurra.

Los informes sobre Gaza, por tanto, implican no solo a Israel y a Hamás, sino también a la comunidad internacional más amplia. Quienes suministran armas, proporcionan cobertura diplomática u obstruyen la ayuda humanitaria corren el riesgo de complicidad en genocidio. Quienes permanecen en silencio ante pruebas abrumadoras traicionan las normas establecidas en la posguerra mundial.

III. Investigaciones de Naciones Unidas y la gravedad del genocidio

El informe Albanese: Anatomía de un genocidio

En marzo de 2024, Francesca Albanese, Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, presentó sus conclusiones tras cinco meses de investigación intensiva. Su informe llevaba un título contundente: Anatomía de un genocidio.

El análisis de Albanese fue metódico. Señaló la extraordinaria rapidez y magnitud de las bajas civiles palestinas: en solo nueve días de la respuesta israelí a los ataques del 7 de octubre, murieron más palestinos que durante los cincuenta y un días de la guerra de Gaza de 2014. En marzo de 2024, habían perecido más de 30.000, de los cuales más del 70% eran mujeres y niños. Albanese observó que la escala de las muertes, combinada con el ataque sistemático a barrios residenciales, centros sanitarios y escuelas, superaba lo que podía justificarse como acción militar proporcional.

Destacó además la retórica oficial israelí que deshumanizaba a los palestinos, describiéndolos como “animales humanos” y prometiendo “borrar” Gaza. Cuando una retórica así acompaña operaciones militares a gran escala y la obstrucción deliberada de la ayuda humanitaria, sostenía, constituye prueba de una “lógica genocida”. Su informe subraya que el genocidio no es solo un acto de aniquilación repentina, sino que también puede desplegarse como un proceso, impulsado por políticas que colectivamente buscan la destrucción de un pueblo total o parcialmente.

La Comisión de Investigación: investigaciones exhaustivas

El informe de Albanese, aunque poderoso, estaba limitado por el mandato y los recursos de una Relatora Especial. En cambio, la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre el Territorio Palestino Ocupado —establecida por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU— emprendió lo que denominó “investigaciones exhaustivas” sobre el conflicto desde octubre de 2023 hasta julio de 2025. Su informe de septiembre de 2025 fue inequívoco: Israel había cometido crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio.

La Comisión identificó actos que correspondían al artículo II de la Convención sobre el Genocidio:

  • Matar a miembros del grupo: decenas de miles de civiles palestinos, incluidos niños, mujeres, trabajadores sanitarios y periodistas, fueron deliberada o indiscriminadamente asesinados.
  • Causar graves daños físicos o mentales: los supervivientes sufrieron traumas masivos, con lesiones físicas generalizadas, devastación psicológica y desintegración familiar.
  • Infligir condiciones de vida destinadas a destruir: el bombardeo sistemático de infraestructuras, la denegación de alimentos, agua, combustible y atención médica creó condiciones cercanas a la hambruna y la epidemia.
  • Declaraciones que evidencian intención: altos funcionarios israelíes hicieron declaraciones públicas sobre reducir Gaza a “una ciudad de tiendas de campaña” y despoblarla permanentemente.

La Comisión señaló que las acciones de Israel no eran excesos incidentales de guerra, sino parte de una estrategia coherente. El nivel de destrucción y privación era tal que, incluso si cesaran las hostilidades, la población de Gaza no podría recuperarse fácilmente. Esto, argumentaba la Comisión, demostraba no solo el actus reus (los actos materiales de genocidio) sino también el mens rea (la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo protegido).

Crímenes de guerra y terrorismo en ambos bandos

La Comisión también examinó la conducta de los grupos armados palestinos. Condenó los ataques del 7 de octubre como crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad: la matanza masiva de civiles, la toma de rehenes y el lanzamiento indiscriminado de cohetes eran violaciones claras del derecho internacional. La Comisión rechazó cualquier intento de justificar tales actos como resistencia, señalando que el derecho internacional prohíbe absolutamente atacar a civiles.

Aun así, la Comisión subrayó que un crimen no excusa a otro. Las atrocidades del 7 de octubre no eximían a Israel de sus obligaciones en virtud del derecho internacional. La prohibición del genocidio es absoluta.

El peso de la palabra

La decisión de usar la palabra “genocidio” conlleva una enorme gravedad. Es una determinación jurídica, pero también un juicio moral. El Holocausto, que dio origen al término, fue perpetrado contra el pueblo judío, cuya casi exterminación ha marcado la conciencia mundial. Acusar al Estado de Israel de genocidio contra los palestinos, por tanto, está cargado de una resonancia histórica y emocional inmensa.

Algunos rechazan el término por considerarlo un ataque a la identidad judía o una forma de antisemitismo. Sin embargo, negar su aplicabilidad cuando las pruebas lo justifican pone en riesgo vaciar de contenido la universalidad del crimen. Como enfatizó Albanese, el derecho internacional debe aplicarse sin temor ni favor: “La prohibición del genocidio no fue concebida para proteger a unos pueblos y no a otros”.

Implicaciones teológicas y éticas

Más allá del derecho y la política, la acusación de genocidio plantea profundas cuestiones morales y teológicas. En las tradiciones judeocristiana e islámica, los seres humanos han sido creados a imagen de Dios (imago Dei, fitrah), dotados de dignidad inviolable. El genocidio, por tanto, no es solo un crimen contra la humanidad, sino también un pecado contra Dios. Busca aniquilar aquello que Dios ha declarado sagrado.

La reflexión teológica también enfatiza la memoria. La Biblia hebrea ordena: Zakhor —“Recuerda”. La tradición cristiana proclama la memoria de la pasión de Cristo como salvífica. En el islam, el recuerdo (dhikr) es central para la fe. El genocidio, al intentar borrar pueblos y culturas, es un ataque contra la memoria misma. Nombrar el genocidio con verdad es resistirse a ese borrado.

Además, la guerra de Gaza plantea cuestiones de complicidad. El derecho internacional reconoce que los Estados que suministran armas o cobertura diplomática a actos genocidas corren el riesgo de responsabilidad jurídica. Teológicamente, el silencio ante la atrocidad es en sí mismo pecado. Como declaró Dietrich Bonhoeffer, ejecutado por los nazis: “El silencio ante el mal es en sí mismo malvado”. Los informes sobre Gaza desafían a naciones, iglesias y comunidades de conciencia: ¿permanecerán en silencio o hablarán?

Tender puentes de compasión

El desafío moral es también relacional. Reconocer el sufrimiento palestino no exige disminuir el sufrimiento judío. Condenar las políticas israelíes no significa que haya animadversión hacia los judíos. Al contrario, la fidelidad verdadera a la memoria del Holocausto exige vigilancia universal: “Nunca más” debe significar nunca más para nadie. La memoria del sufrimiento judío debería agudizar, no embotar, nuestra percepción del sufrimiento palestino. La sacralidad de las vidas israelíes perdidas el 7 de octubre debe intensificar, no relativizar, la sacralidad de las vidas palestinas perdidas en los meses siguientes.

IV. Geopolítica, complicidad y la tarea de la investigación académica

El silencio y la selectividad de las naciones

La prohibición del genocidio se reconoce en el derecho internacional como ius cogens —de obligado cumplimiento para todos los Estados, sin excepción—. Sin embargo, la guerra de Gaza ha vuelto a poner en evidencia la selectividad y el silencio del sistema internacional. Algunos Estados poderosos, mientras condenaban atrocidades en otros lugares, han proporcionado apoyo militar, financiero y diplomático a la campaña de Israel. Otros han denunciado las acciones de Israel, pero han mostrado reticencia a actuar con decisión, temiendo costes políticos o represalias económicas.

El resultado ha sido la parálisis. Incluso cuando la Comisión de Investigación publicó sus conclusiones en septiembre de 2025, el Consejo de Seguridad de la ONU permanecía bloqueado, con miembros permanentes ejerciendo vetos que impedían la aplicación colectiva. Esto recuerda fracasos pasados en Ruanda (1994) y Srebrenica (1995), donde los actores internacionales sabían lo que ocurría pero no intervinieron. El patrón de conocimiento sin acción —documentado de nuevo en Gaza— plantea la inquietante pregunta de si la comunidad global ha aprendido realmente de la historia.

El papel de las armas y la ayuda

La complicidad internacional no es solo retórica, sino material. Los Estados que suministran armas utilizadas en bombardeos indiscriminados, o que financian gobiernos que obstruyen la ayuda humanitaria, corren el riesgo de complicidad en genocidio. El Tribunal Internacional de Justicia ha aclarado que los Estados tienen el deber no solo de abstenerse de cometer genocidio, sino también de prevenirlo. Eso incluye la obligación de retirar el apoyo material a los perpetradores.

Los informes de Albanese y de la Comisión subrayan esta dimensión. Ambos destacaron que las transferencias continuadas de armas desde ciertos Estados facilitaron la magnitud y la intensidad de la campaña israelí. La implicación es contundente: el genocidio actual no es solo obra de los perpetradores sobre el terreno, sino de una red más amplia de facilitadores.

Medios de comunicación y narrativa

El genocidio no es solo físico, sino también narrativo. Historias contrapuestas sobre Gaza han saturado los medios y las redes sociales: por un lado, se enfatizan las atrocidades de Hamás y el derecho de Israel a defenderse; por otro, se muestran imágenes de niños palestinos rescatados de los escombros, fosas comunes y condiciones de hambruna. La propaganda, la negación y la distracción forman parte de los procesos genocidas. Como documentaron los informes, los funcionarios israelíes a menudo presentaron a todos los gazatíes como cómplices de Hamás, difuminando la distinción entre combatientes y civiles. Mientras tanto, los críticos de la política israelí fueron con frecuencia tachados de antisemitas, silenciando el debate.

El desafío para la investigación es superar estas distorsiones, presentar pruebas con sobriedad y afirmar ambas verdades: que el 7 de octubre fue un crimen atroz, y que la respuesta ha sido genocida. Ambas cosas pueden y deben reconocerse sin contradicción.

Responsabilidad moral

Las tradiciones religiosas recuerdan que el genocidio es pecado, profanación y blasfemia contra el Creador. Para cristianos, judíos, musulmanes y otros, el mandamiento de amar al prójimo, de defender al extranjero, de proteger al huérfano y a la viuda, se opone directamente a la destrucción colectiva.

La guerra de Gaza confronta, por tanto, a las comunidades religiosas con preguntas incómodas: ¿dirán la verdad al poder aunque tenga un alto coste político? ¿Acompañarán a las víctimas sin borrar el sufrimiento de otros? ¿Confesarán la complicidad y el silencio donde se haya dado? Los informes de la ONU, aunque jurídicos, son también acusaciones morales, no solo contra los perpetradores, sino contra los testigos pasivos.

Hacia una teología del “Nunca más”

La frase “Nunca más” nació como un voto tras el Holocausto, pero ha sido traicionada repetidamente —en Camboya, en Ruanda, en Bosnia, en Darfur—. Gaza representa otro banco de prueba de si ese voto conserva aún significado. Para la memoria judía, “Nunca más” no debe relativizarse. Para la supervivencia palestina, no debe negarse. La tarea es recuperar la frase como verdaderamente universal: Nunca más para nadie, en ninguna parte.

Una teología del “Nunca más” insistiría en que todos los pueblos han sido creados a imagen divina, que la destrucción de uno disminuye a todos, y que la solidaridad a través de las divisiones es el único camino hacia la vida. Tal teología resistiría la instrumentalización de la memoria, convirtiéndola en cambio en un recurso para la empatía y la prevención.

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La guerra de Gaza no es solo una tragedia regional, sino una acusación global. Revela la fragilidad del derecho internacional, la selectividad de las respuestas estatales y la facilidad con la que el genocidio puede ser negado, excusado o ignorado. También revela la necesidad perdurable de la investigación interdisciplinaria y del coraje moral.

El genocidio es el más grave de los crímenes humanos, dondequiera y cuandoquiera que ocurra, y que el silencio ante él es complicidad. En las cenizas de Gaza, como en las ruinas de Ruanda, Srebrenica y Auschwitz, la tarea de la humanidad es la misma: recordar, resistir y tener esperanza.

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Oración por la Paz y el Fin de las Guerras

Ponemos a disposición este subsidio de oración por la paz y el fin de las guerras, para ser utilizado de manera personal o comunitaria. Invitamos especialmente a las comunidades vicencianas a reunirse localmente y elevar juntos su clamor al Dios de la misericordia, en comunión con toda la Familia Vicenciana extendida por el mundo. Que esta vigilia sea un signo de esperanza y compromiso, uniendo nuestras voces en la certeza de que la paz es un don de Dios que estamos llamados a construir cada día.

Pulsa sobre la siguiente imagen para descargar el guión de la oración comunitaria, en PDF:

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Más información

Ley, Memoria y Moralidad:
La pugna mundial contra el genocidio

Para saber más sobre el concepto de genocidio desde diferentes puntos de vista —histórico, legal y político, sociológico y antropológico, filosófico y ético, así como desde una perspectiva religiosa—, descarga el siguiente documento:

Haga clic en la imagen para descargar el documento PDF de 71 páginas.

Resumen del documento adjunto:

El término genocidio, acuñado en 1944 por Raphael Lemkin, designa uno de los crímenes más radicales de la historia de la humanidad: la destrucción intencionada de pueblos enteros. Si bien la codificación jurídica llegó con la Convención de las Naciones Unidas de 1948, el fenómeno en sí ha marcado todas las épocas, desde las conquistas antiguas hasta los Estados-nación modernos.

I. Evolución histórica del concepto

El genocidio surgió como categoría a raíz del Holocausto, pero se basa en experiencias anteriores: la destrucción de los pueblos indígenas en la expansión colonial, el genocidio armenio de 1915 y las guerras ideológicas del siglo XX. El análisis histórico destaca varias características:

  • El genocidio es sistemático e intencionado, no un caos espontáneo.
  • Implica no solo el asesinato, sino también la destrucción cultural, el desplazamiento forzoso y el borrado de la memoria.
  • Prospera en momentos de crisis política, cuando los líderes explotan el miedo y la división.
  • La negación y el olvido son partes integrantes de los procesos genocidas.

Así pues, la historia proporciona tanto datos empíricos como lecciones cautelares, lo que subraya la vulnerabilidad cíclica de las minorías y la necesidad de estar alerta.

II. Perspectivas jurídicas y políticas

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio define el genocidio como los actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a grupos nacionales, étnicos, raciales o religiosos. Aunque innovadora, esta definición presenta algunos retos:

  • Exclusiones: se omiten los grupos políticos y sociales, lo que limita su alcance.
  • Intención: es difícil demostrar la intención, lo que da lugar a enjuiciamientos inconsistentes.
  • Selectividad: el reconocimiento internacional suele estar condicionado por intereses políticos.

Los tribunales internacionales (TPIY, TPIR, CPI) han aclarado la jurisprudencia, afirmando que el genocidio atenta tanto contra la existencia física como contra la identidad cultural. Sin embargo, la prevención y la rendición de cuentas siguen siendo frágiles, obstaculizadas por la soberanía estatal y las rivalidades geopolíticas.

III. Perspectivas sociológicas y antropológicas

La sociología y la antropología exploran los mecanismos por los que las sociedades pasan del prejuicio al exterminio. Entre las ideas clave se incluyen:

  • Etapas del genocidio: clasificación, simbolización, deshumanización, polarización, organización, exterminio, negación (Stanton).
  • Complicidad ordinaria: los perpetradores suelen ser personas normales que siguen órdenes, no «monstruos».
  • Objetivo cultural: la antropología subraya que el genocidio ataca la memoria, el idioma y la tradición.
  • Señales de alerta: la polarización, la propaganda y la militarización son indicadores fiables.

Estas perspectivas hacen hincapié en la prevención: el genocidio no es inevitable, sino que es una construcción social y, por lo tanto, puede ser interrumpido.

IV. Perspectivas filosóficas y éticas

La filosofía interpreta el genocidio como un mal radical y un mal banal: extraordinario en sus consecuencias, ordinario en su ejecución. Los debates éticos se centran en:

  • La responsabilidad: hasta qué punto se extiende la complicidad entre los ciudadanos, los burócratas y los espectadores.
  • El perdón: si la reconciliación es posible sin justicia.
  • La memoria: cómo honrar a las víctimas sin perpetuar la venganza.

La filosofía insiste en que el genocidio no es meramente político, sino existencial: amenaza el significado mismo de la humanidad.

V. Debates contemporáneos

El concepto de genocidio sigue evolucionando:

  • Inclusión de grupos: ¿deben protegerse las minorías políticas, de género o sexuales?
  • Ecocidio: ¿puede considerarse genocidio la destrucción medioambiental de los hábitats de los pueblos?
  • Dinámicas digitales: ¿Cómo acelera la propaganda en línea la deshumanización?

Los académicos advierten contra la «inflación conceptual», pero reconocen la necesidad de adaptar el concepto a las nuevas realidades.

VI. Perspectivas católicas

1. Fundamentos bíblicos

Las Escrituras afirman la creación a imagen de Dios, la dignidad universal y el mandamiento de amar a los enemigos. Los profetas denunciaron la violencia contra los pueblos; la muerte y resurrección de Cristo revelan la solidaridad divina con las víctimas y el juicio sobre la violencia.

2. Testimonio patrístico

Los Padres de la Iglesia hicieron hincapié en la no violencia, los límites de la autoridad política y la responsabilidad comunitaria hacia los pobres. La teoría de la guerra justa de Agustín estableció límites a la violencia, rechazando la destrucción indiscriminada.

3. Santos y beatos

A lo largo de la historia, los santos han encarnado la resistencia a la violencia exterminadora: los primeros mártires bajo Roma, Francisco de Asís durante las Cruzadas, Edith Stein y Maximiliano Kolbe en Auschwitz, Óscar Romero en El Salvador, los seminaristas de Buta en Ruanda. Sus vidas muestran la santidad como memoria, solidaridad y esperanza.

4. Doctrina social de la Iglesia

Los principios fundamentales —dignidad, bien común, solidaridad, subsidiariedad, destino universal de los bienes— se oponen a las ideologías genocidas. El Concilio Vaticano II condenó explícitamente el genocidio como una «infamia». Las encíclicas posteriores hicieron hincapié en los derechos humanos, el desarrollo y la reconciliación.

5. Magisterio papal

  • León XIII: afirmó la dignidad y la justicia.
  • Pío XI y XII: denunciaron el racismo y el totalitarismo.
  • Juan XXIII y el Concilio Vaticano II: abrazaron los derechos humanos, condenaron explícitamente el genocidio y repudiaron el antisemitismo.
  • Juan Pablo II: integró la memoria del Holocausto, condenó los genocidios armenio y ruandés, y pidió la reconciliación.
  • Benedicto XVI: enfatizó la verdad, la memoria y la purificación.
  • Francisco: nombró directamente los genocidios, pidió perdón por la complicidad, promovió la fraternidad y la ecología integral.

6. Síntesis teológica

El genocidio es un pecado contra Dios y la humanidad. Niega la imagen del Creador, mutila la comunión y contradice la santificación de la diversidad por parte del Espíritu. Sin embargo, la teología proclama la esperanza: la resurrección garantiza que ninguna víctima sea olvidada, que ningún pueblo sea borrado. La misión de la Iglesia es denunciar, acompañar, recordar, reconciliar y esperar.

VII. Lecciones integradas

  1. Estudios: La investigación debe seguir siendo interdisciplinaria, rigurosa y éticamente comprometida. La teología añade profundidad al nombrar el genocidio como pecado y situarlo en la esperanza escatológica.
  2. Política: Se debe fortalecer el derecho internacional, dar prioridad a la prevención y resistirse a la selectividad política. Los principios católicos —solidaridad, subsidiariedad, bien común— ofrecen una base normativa.
  3. La Iglesia: La Iglesia debe vivir lo que enseña: vigilancia, denuncia, solidaridad con las víctimas, memoria de los mártires y arrepentimiento por la complicidad. La práctica pastoral debe integrar la prevención y la reconciliación.
  4. Humanidad: El desafío del genocidio es, en última instancia, civilizatorio. O la humanidad construye una cultura de fraternidad o repite ciclos de destrucción. La fe insiste en que la fraternidad no es ingenua, sino el único camino realista hacia adelante.

Conclusión

El genocidio es más que una categoría jurídica o un hecho histórico. Es la mayor traición de la humanidad a sí misma y su rebelión más directa contra Dios. El análisis interdisciplinario revela sus mecanismos; la teología descubre su profundidad espiritual. Juntos proclaman un imperativo común: Nunca más.

Para los académicos, esto significa una investigación que ilumine y advierta. Para los responsables políticos, significa leyes e instituciones que prevengan y protejan. Para la Iglesia, significa testimonio profético, solidaridad con las víctimas y compromiso con la reconciliación. Para la humanidad, significa elegir la vida, la dignidad y la fraternidad.

El mensaje final de este estudio es la esperanza. Incluso en medio de la aniquilación, el testimonio de los santos, la proclamación del Evangelio y la resiliencia de los supervivientes dan testimonio de que la vida es más fuerte que la muerte. La memoria de las víctimas no se borra, sino que queda inscrita en la comunión de la humanidad y en el corazón de Dios. Las perspectivas interdisciplinarias y católicas convergen en una vocación: encarnar la solidaridad, la justicia y la esperanza, asegurando que el genocidio no tenga cabida en el futuro de la humanidad.

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