Preparación del Reino (Mt 24,32)
Jesús utiliza palabras muy incisivas en el capítulo 24 de Mateo, desafiando a sus oyentes a “mantenerse despiertos”. Es una advertencia a estar en guardia, preparados y atentos. “A la hora que no esperáis, vendrá el Hijo del hombre”. ¿Cómo caracterizar mejor el tono y el matiz de esta vigilancia? ¿Qué sentido de urgencia transmiten estas palabras?
Se podría interpretar esta disposición como algo cargado de ansiedad, preocupación e incluso pánico. Si se pasa por alto su insistencia, el castigo y la exclusión parecen inevitables. La voz del que habla suena como una amenaza.
Sin embargo, por lo que sabemos del carácter de Jesús, está claro que la preparación en un tono tan duro no es lo que él pretende. Más que una vigilancia tensa y crispada, lo que proclama es una acogida confiada a su presencia y al cuidado delicado de su Espíritu.
Una clave para comprender el tipo de vigilancia al que se refiere puede encontrarse en la noción de discernimiento. Se trata de afinar la capacidad de distinguir qué movimientos e impulsos interiores provienen de Dios, y cuáles tienen su raíz en otra parte.
El tono de esta disposición es una receptividad impregnada de oración, una escucha sensible. Consiste en discernir qué impulsos interiores vienen o no de Dios, para reconocer mejor las experiencias inspiradas por el Espíritu. Esta preparación no es tanto ansiosa como una atención más profunda a la presencia de Dios.
Un discernimiento más afinado se alcanza también mediante las actividades que realiza quien desea “mantenerse despierto”. El servicio al prójimo, la generosidad hacia los pobres y necesitados, las posturas contra la opresión, los momentos regulares de oración… todo esto y más intensifican la preparación que Jesús anuncia.
Este “mantenerse despiertos” es menos una amenaza que una invitación desafiante. El tipo de alerta que propone es un estímulo a familiarizarse más con los caminos del Reino que Jesús proclama.
A lo largo de su vida, Vicente destacó la importancia del recto discernimiento. En una carta escrita en los últimos años de su vida, se refiere a él como guía divina:
Espero que los dos adorarán la voluntad de Dios en este cambio imprevisto y que sus corazones la aceptarán pronta y amorosamente.
(SVP ES V, 429, carta a Jean Martin, 22 de octubre de 1655).















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