Diccionario Vicenciano: Convivencia

por | Sep 15, 2025 | Diccionario Vicenciano, Formación, Imágenes vicencianas para la oración | 0 Comentarios

Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.

Sigue el hilo completo de este diccionario vicenciano en este enlace.

El siglo XXI está siendo testigo de un aumento de la globalización, la migración y la interconexión tecnológica. Al mismo tiempo, ha visto resurgir ideologías excluyentes, nacionalismos polarizadores y profundas fracturas sociales. En este contexto paradójico, el término convivencia se presenta a la vez como un reto y una esperanza. Convivir es compartir espacio —físico, afectivo, espiritual— con quienes son diferentes de nosotros, y hacerlo respetando su dignidad y favoreciendo la paz.

1. Una perspectiva social

Definiciones y contexto histórico

La convivencia, en esencia, se refiere a la capacidad de los individuos o grupos para vivir juntos en paz a pesar de las diferencias de raza, religión, cultura o ideología política. Históricamente, la convivencia ha sido a la vez frágil y dinámica. Desde la convivencia de musulmanes, judíos y cristianos en la España medieval hasta el pluralismo tenso pero operativo de las democracias modernas, la historia de la humanidad demuestra que la convivencia pacífica es posible, aunque a menudo difícil de conseguir.

Multiculturalismo y pluralismo

Las sociedades modernas son cada vez más diversas. El pluralismo —el reconocimiento y la aceptación de la diversidad dentro de un conjunto normativo— es un ideal social que sustenta la convivencia. El multiculturalismo va más allá, promoviendo la inclusión activa y la interacción cultural. La verdadera convivencia en las sociedades pluralistas no es la mera ausencia de conflicto, sino la presencia de diálogo, espacios compartidos y proyectos comunes.

Conflicto y cohesión en las sociedades modernas

Los teóricos sociales señalan que la convivencia se vuelve tensa cuando prevalecen las desigualdades, la marginación o las políticas identitarias. Los conflictos étnicos, la intolerancia religiosa y la xenofobia no son sólo cuestiones políticas: son fracasos de la empatía social. Construir la convivencia requiere esfuerzos conscientes de cohesión social, educación, justicia económica y participación democrática.

Movimientos sociales y convivencia

Movimientos como las luchas por los derechos civiles, contra el apartheid y a favor de la democracia surgen a menudo de la demanda no sólo de justicia, sino de una convivencia digna. Líderes como Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela formularon concepciones de sociedades integradoras en las que los antiguos enemigos podían convertirse en colaboradores. Estos ejemplos demuestran que la convivencia es tanto un objetivo como un método de transformación social.

Retos para la convivencia social en la actualidad

Hoy en día, las cámaras de eco tecnológicas, la desinformación y la polarización impulsada por algoritmos dificultan un auténtico diálogo social. Además, las disparidades económicas y las crisis medioambientales generan nuevas divisiones. Para que prospere la convivencia, no solo debemos tolerar las diferencias, sino construir activamente sistemas que protejan a los vulnerables y favorezcan a los marginados.

2. Una perspectiva moral

La convivencia no es sólo una cuestión de estructuras sociopolíticas, sino que se basa en convicciones éticas. Desde un punto de vista moral, la convivencia depende de cómo consideremos al otro, especialmente al que es diferente, vulnerable o incluso opuesto a nosotros. Requiere una valoración de la dignidad humana, la responsabilidad moral y el bien común.

Dignidad humana y agencia moral

La base de la convivencia moral es el reconocimiento de la dignidad humana. Toda persona humana, por el hecho de serlo, posee un valor inherente. Este principio trasciende el estatus legal o político y se extiende a todas las personas independientemente de su raza, religión, género, nacionalidad o clase social.

A la dignidad se une la agencia moral, es decir, la capacidad de las personas para tomar decisiones y asumir responsabilidades. Para que la convivencia sea moralmente auténtica, debe respetar la capacidad de acción de cada persona, permitiéndole contribuir de forma significativa a la vida compartida de la comunidad.

Negar la dignidad o la capacidad de acción —ya sea a través de la opresión, la exclusión o la manipulación— socava los cimientos morales de cualquier sociedad. En este sentido, la convivencia se convierte no sólo en una necesidad, sino en un deber. Es injusto vivir de forma que se menosprecie a los demás o se les niegue un lugar en la sociedad.

Principios éticos que sustentan la convivencia

Varios principios éticos sustentan el imperativo moral de la convivencia:

  • El respeto: Reconocimiento del valor intrínseco de cada persona, sin condiciones.
  • La justicia: Garantizar un trato equitativo y el acceso a recursos, derechos y oportunidades.
  • La no violencia: Rechazar la coacción y la violencia como medios para resolver conflictos.
  • La solidaridad: Asumir la realidad de que somos interdependientes y responsables los unos de los otros.
  • El diálogo: Mantener una conversación honesta y empática, incluso en medio del desacuerdo.

Estos principios no son ideales abstractos. Se plasman en la forma de tratar a nuestro prójimo, de estructurar nuestras instituciones y de resolver nuestras diferencias.

Justicia, libertad y responsabilidad

La verdadera convivencia mantiene el equilibrio entre tres valores morales fundamentales: justicia, libertad y responsabilidad.

  • La justicia aborda las estructuras sistémicas. Va más allá de la virtud personal para considerar la justicia social: leyes, economía y normas sociales que determinan la inclusión o la exclusión.
  • La libertad permite a los individuos y a las comunidades expresar sus identidades y creencias sin miedo. Sin embargo, la libertad moral no es la autonomía absoluta, sino la capacidad de elegir el bien respetando a los demás.
  • La responsabilidad reconoce que nuestras elecciones afectan a los demás. La convivencia moral es relacional: debemos responder no sólo ante nosotros mismos, sino ante la comunidad en general.

Cuando estos tres principios están en armonía, la sociedad favorece unas condiciones en las que todos pueden vivir con dignidad y en paz. Cuando están desequilibradas —libertad sin responsabilidad, justicia sin compasión— la convivencia se erosiona.

El rol de la empatía y la solidaridad

La empatía es el vínculo emocional que nos permite comprender a los demás desde su propia experiencia. Es la antesala de la acción moral, sobre todo cuando se dirige a los que sufren o están excluidos. La solidaridad, a su vez, es la empatía en acción. Es la decisión consciente de caminar con los demás, de compartir sus alegrías y sus luchas.

En el contexto de la convivencia, la solidaridad supone rechazar la indiferencia. Significa elegir la relación frente a la rivalidad, la causa común frente a la competencia. Resiste a la tentación de ver a los demás como amenazas y, en su lugar, los reconoce como compañeros de viaje en la vida.

La convivencia moral se sustenta cuando las personas no actúan por mera tolerancia, sino desde un profundo sentimiento de humanidad compartida.

3. La perspectiva cristiana

Para los cristianos, la convivencia no es simplemente un ideal social o un imperativo moral: es una vocación teológica. Fundamentada en la vida del Dios Trino y revelada en la persona de Jesucristo, la convivencia cristiana es a la vez un don y una misión.

Fundamentos bíblicos

La Biblia presenta una visión amplia de la comunidad humana, arraigada en la creación y restaurada a través de la redención. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la convivencia aparece como parte del plan de Dios para la humanidad.

  • La creación y la familia humana: El libro del Génesis enseña que todos los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1,27). Este origen compartido constituye la base de la igualdad y la dignidad humanas. A pesar de las diferencias lingüísticas, culturales o nacionales, todos los pueblos pertenecen a una misma familia humana. El relato de la Torre de Babel (Génesis 11,1-9), interpretado a menudo como una historia de división, revela también la soberanía de Dios sobre la diversidad humana. Más tarde, en Pentecostés (Hechos 2), esta diversidad es redimida y abrazada: el Espíritu permite que personas de muchas naciones y lenguas se entiendan entre sí. La convivencia no trata de uniformidad, sino de comunión en la diversidad.
  • Los profetas y la justicia: Los profetas del Antiguo Testamento vinculan de manera constante la convivencia pacífica con la justicia. Isaías imagina un mundo donde las espadas se convierten en arados (Isaías 2,4) y donde el lobo habita con el cordero (Isaías 11,6). No son metáforas de armonía ingenua, sino poderosas imágenes de la paz que nace de la justicia y la fidelidad.
  • Jesús y el mandamiento del amor: El ministerio de Jesús se centra fundamentalmente en la reconciliación: entre Dios y la humanidad, y entre las personas. Su llamada a amar al prójimo como a uno mismo (Marcos 12,31), ampliada en el mandato de amar a los enemigos (Mateo 5,44), derriba las barreras de la hostilidad. La parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37) desafía los límites étnicos y religiosos, y muestra que la verdadera vecindad se manifiesta en la misericordia y la compasión. Jesús no solo enseña la convivencia: la encarna. Habla con samaritanos, come con publicanos y cura a gentiles. Muere rezando por quienes lo crucifican, ofreciendo perdón y paz.
  • La Iglesia primitiva: Los Hechos de los Apóstoles presentan a la primera comunidad cristiana como un espacio marcado por la unidad más allá de nacionalidades, lenguas y clases. Las cartas de Pablo insisten en que “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3,28). La convivencia en la comunidad cristiana no es accidental: es un signo del Reino de Dios irrumpiendo en la historia.

Las enseñanzas de Jesús sobre la unidad y la paz

Toda la misión de Jesús está enmarcada en el deseo de Dios de que sus hijos “sean uno” (Juan 17,21). Esta oración por la unidad es a la vez espiritual y práctica, y señala el tipo de relaciones que deberían definir la vida cristiana.

  • Las Bienaventuranzas como hoja de ruta para la convivencia: Las Bienaventuranzas (Mateo 5,1-12) constituyen el corazón ético de la enseñanza de Jesús. En ellas se elevan los mansos, los misericordiosos, los constructores de paz y los que tienen hambre y sed de justicia. Estas actitudes son la base de una convivencia pacífica y justa.
  • El perdón y la reconciliación: En Mateo 18, Jesús describe un proceso de reconciliación entre hermanos. Enseña a Pedro a perdonar “setenta veces siete” (Mateo 18,22), indicando que el perdón no es ocasional, sino habitual. La reconciliación es esencial para la convivencia, no como un compromiso que traicione la verdad, sino como una obra de gracia.
  • La mesa inclusiva: En los Evangelios, Jesús comparte la mesa con quienes eran considerados “otros”: los pobres, los pecadores, los marginados. Su mesa anticipa la Eucaristía, sacramento de la unidad que llama a la Iglesia a ser un pueblo de hospitalidad y comunión.

La Iglesia primitiva y los Santos Padres

La tradición patrística profundizó en la visión bíblica de la convivencia a través de la teología y la práctica pastoral.

  • Unidad en la diversidad: San Ireneo celebraba la variedad de la creación y de la Iglesia como reflejo de la sabiduría del Creador. Los Padres de la Iglesia hablaban con frecuencia de la unidad no como uniformidad, sino como armonía, semejante a los distintos instrumentos que forman una sinfonía.
  • El bien común: San Agustín enseñó que la paz es “la tranquilidad del orden”. En su Ciudad de Dios, distinguió entre la paz terrena —marcada por una convivencia frágil— y la paz divina, enraizada en la justicia y el amor. Aun así, pedía trabajar por el bien común en la sociedad humana, reconociendo su valor como reflejo de la voluntad de Dios.
  • Hospitalidad y solidaridad: Los primeros cristianos eran conocidos por su hospitalidad radical. San Juan Crisóstomo urgía a la Iglesia a ver a Cristo en los pobres y en los forasteros. Para los Padres, la verdadera prueba de la convivencia era cómo se trataba a los más débiles.

La Doctrina Social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ofrece una articulación sistemática de la convivencia como principio de la vida social, enraizado en la fe y la razón. Varios principios fundamentales se aplican directamente:

  • La dignidad de la persona humana: Es la piedra angular de la DSI. Toda política y toda estructura deben respetar y promover la dignidad de la persona. Una convivencia sin dignidad se convierte en dominación.
  • El bien común: El Catecismo define el bien común como “el conjunto de condiciones sociales que permiten a las personas, ya sea individualmente o en grupo, alcanzar su propia perfección de manera más plena y fácil” (CEC 1906). La convivencia no busca ventajas privadas, sino el florecimiento común.
  • Solidaridad y subsidiariedad: La solidaridad es la virtud moral que nos une en el cuidado de los demás, especialmente de los vulnerables. La subsidiariedad garantiza que las decisiones se tomen en el nivel más local posible, fomentando la participación y la responsabilidad, componentes clave de la convivencia.
  • El destino universal de los bienes: Este principio afirma que los bienes de la creación están destinados a todos. La desigualdad que impide a las personas vivir con dignidad socava la convivencia pacífica.

Enseñanzas papales contemporáneas (Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco)

Los papas recientes han contribuido de manera única a la comprensión cristiana de la convivencia, especialmente como respuesta a las crisis globales y a las tensiones religiosas.

  • San Juan Pablo II: diálogo y derechos humanos. Juan Pablo II subrayó el diálogo interreligioso y la promoción de los derechos humanos como fundamentos de la paz. En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz (2002) afirmó: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”. Reconoció la convivencia como un camino que requiere memoria, verdad y reconciliación.
  • Benedicto XVI: razón, fe y respeto mutuo. Benedicto XVI destacó que la auténtica convivencia depende de la armonía entre fe y razón. En su encíclica Caritas in Veritate señaló: “El desarrollo de los pueblos depende, ante todo, de que se reconozca que la humanidad es una sola familia”. Para él, la convivencia se enraíza en la verdad y en el amor, no en el relativismo.
  • Papa Francisco: fraternidad y ecología integral. El papa Francisco se ha convertido en una voz global en favor de la convivencia en todas sus dimensiones: social, medioambiental e interreligiosa. En Fratelli Tutti lamenta el auge de los muros y exclusiones, e invita a la humanidad a redescubrir su vocación a la fraternidad universal: “Hablar de ‘cultura del encuentro’ significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos”. En Laudato Si’, Francisco amplía el concepto de convivencia para incluir el mundo natural, recordándonos que estamos llamados a vivir en armonía no solo entre nosotros, sino también con la creación misma.

4. La perspectiva vicenciana

La tradición vicenciana —arraigada en la vida, espiritualidad y misión de san Vicente de Paúl y prolongada por sus numerosos seguidores— ofrece una visión rica y sugerente de la convivencia. Esta visión no es abstracta ni teórica; es profundamente encarnada, forjada en el encuentro con los pobres, los enfermos, los forasteros y los marginados. Para la Familia Vicenciana, la convivencia no es solo un deber moral o un acuerdo social: es una forma de amor evangélico expresado en el servicio concreto y en la hospitalidad radical.

San Vicente de Paúl y la práctica de la convivencia evangélica

San Vicente de Paúl (1581–1660), conocido como el “gran apóstol de la caridad”, vivió en un tiempo de convulsiones sociales, guerras y pobreza generalizada. Su genialidad no radicó únicamente en la acción caritativa, sino en su capacidad para organizar el amor: reunir a clero, laicos, nobles y campesinos para formar redes de apoyo a los más vulnerables.

  • Ver a Cristo en los pobres: Para Vicente, la convivencia comenzaba con el reconocimiento de Cristo en la persona del pobre. Dijo en una ocasión a las Hijas de la Caridad: “Iréis diez veces cada día a ver a los enfermos, y las diez veces encontraréis en ellos a Dios”. Este reconocimiento de la presencia divina en los marginados transforma la manera de ver a los demás: no como cargas, competidores o extraños, sino como iconos vivos de Jesucristo. La convivencia, entonces, se convierte en un acto de reverencia.
  • La caridad como comunión: Vicente no promovía una simple limosna. Fomentaba la comunión: relaciones reales, contacto sostenido, transformación mutua. El modelo vicenciano de servicio es dialogal y encarnado: exige escuchar, aprender y amar de cerca. Formó comunidades donde todos trabajaban juntos —ricos y pobres, clérigos y laicos— creando un cuerpo social que reflejaba el Evangelio.

Las virtudes vicencianas y la armonía social

Las enseñanzas y el ejemplo de Vicente subrayan virtudes específicas que son fundamentales para la convivencia cristiana. No son solo cualidades morales personales: son las condiciones que hacen posible una vida compartida pacífica y justa.

  • Humildad: La humildad vicenciana no es autonegación en el sentido moderno, sino reconocimiento radical de las propias limitaciones, dependencia de Dios y necesidad de los demás. La humildad permite el encuentro auténtico porque aparta el ego y la superioridad. La persona humilde crea espacio para que otros existan, hablen y florezcan.
  • Simplicidad: Para Vicente, la simplicidad era veracidad, claridad de intención y sinceridad de corazón. Desmantela la manipulación, la desconfianza y la división. Las comunidades edificadas sobre la simplicidad son más transparentes y menos propensas a la injusticia.
  • Mansedumbre y dulzura: Vicente pedía un espíritu dulce y apacible, especialmente al enfrentar conflictos. La mansedumbre no es debilidad: es fuerza disciplinada, orientada hacia la paz. La convivencia se hace posible cuando las personas se relacionan con paciencia y amabilidad, incluso bajo provocación.
  • Celoso amor por los pobres: El celo es un compromiso apasionado hacia los demás, en especial los más olvidados. Sostiene el servicio continuado y promueve cambios sistémicos. Para el vicenciano, la convivencia no puede contentarse con la mera ausencia de conflicto: debe buscar la inclusión, la equidad y la dignificación de los abatidos.

La convivencia como misión: la espiritualidad vicenciana hoy

La espiritualidad vicenciana sigue siendo profundamente actual en un mundo fracturado. Ofrece una percepción de la convivencia cimentada en cuatro compromisos espirituales:

  • Presencia encarnada: Ir donde otros no van, estar con quienes son olvidados.
  • Misión colaborativa: Trabajar más allá de las diferencias —religiosas, culturales, institucionales— para tejer redes de caridad y justicia.
  • Voz profética: Hablar con verdad ante los poderosos en nombre de los sin voz, permaneciendo siempre enraizados en el amor.
  • Comunión eucarística: Ver todo servicio como algo que brota del altar y retorna a él, donde todos son congregados en un solo cuerpo.

Ser vicenciano hoy es ser constructor de convivencia: mediante la acción, la oración y la relación. Significa estar presente en los momentos difíciles, sanar lo roto y promover comunidades donde Cristo se encuentra en los más pequeños y es amado en todos.

5. La convivencia como vocación cristiana y vicenciana

La convivencia no consiste solo en sobrevivir. Consiste en prosperar juntos: crear condiciones en las que personas de todo origen puedan vivir con dignidad, contribuir de manera significativa y encontrar plenitud espiritual.

En un mundo marcado por el conflicto, el individualismo y la exclusión, la llamada a la convivencia es urgente. La tradición vicenciana nos recuerda que el camino hacia la paz y la justicia comienza no con grandes teorías, sino con humildes actos de amor.

Convivir es imitar a Cristo, caminar con los pobres, tender puentes y reconocer el rostro de Dios en cada persona humana. No es fácil, pero es algo sagrado.

 

Preguntas para la reflexión personal y el diálogo en grupo:

1. ¿De qué manera mi comprensión de la convivencia cuestiona o profundiza mis relaciones con personas que son diferentes a mí?
2. ¿De qué maneras puedo vivir la virtud vicenciana de la humildad al fomentar la convivencia dentro de mi comunidad?
3. ¿De qué manera reconocer a Cristo en los pobres transforma mi actitud hacia la exclusión social o la división?
4. ¿Cuáles son los obstáculos, internos y externos, que me impiden convivir verdaderamente con los demás?
5. ¿Cómo me impulsa la Eucaristía a una comunión más profunda con aquellos a quienes, de otro modo, evitaría?
6. ¿Puedo recordar algún momento de mi vida en el que la convivencia con alguien muy diferente a mí me llevó a una gracia inesperada?
7. ¿Qué papel desempeña el perdón en la reconstrucción de la convivencia después de un conflicto?
8. ¿Cómo pueden las instituciones a las que pertenezco (parroquia, escuela, organización benéfica) convertirse en espacios más comprometidos con la convivencia inclusiva?
9. ¿Qué figura de la tradición vicenciana me inspira a comprometerme con los retos sociales de hoy?
10. ¿Qué acción concreta puedo llevar a cabo esta semana para promover una convivencia más justa y compasiva en mi vida diaria?

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