La indiferencia, enseñaba san Vicente, es la clave para alcanzar la santidad. El beato Federico prescribía la misma disposición utilizando la palabra resignación. Para nuestros oídos estas palabras tienen connotaciones negativas, que sugieren apatía o abandono. Sin duda se pierde algo en la traducción, porque, lejos de abandonar, la indiferencia nos exige perseverancia en la búsqueda del bien. Como explicó Vicente: “hemos de resignarnos con la voluntad de Dios, para sufrir todo lo que le plazca, todo el tiempo que sea de su agrado… Insistamos, pues, en esto y pidámosle a Dios que nos conceda la gracia de permanecer constantemente en esta indiferencia”. [SVP ES XI-4, 738]
Entonces, ¿qué significa ser indiferente, o resignado, si no es agachar la cabeza en una pena impotente? Santa Luisa explicó que la indiferencia es “un estado angélico, puesto que los ángeles en el Cielo, destinados al servicio de las almas, aguardan en paz la orden de Dios”. [SL, Correspondencia, 636] La indiferencia es aceptación de la voluntad de Dios, y es necesario ser indiferentes al estado en el que Dios nos coloca para que estemos siempre dispuestos a hacer su voluntad, en la tierra como en el cielo, donde, como dijo Federico, se cumple “con el amor y la alegría de los ángeles”. [Baunard, 343]
La indiferencia —santa indiferencia, como solía llamarla Vicente— exige que renunciemos a nuestro apego a lo mundano: no solo la riqueza o el poder, la moda o la belleza, el ego o la ambición, sino incluso nuestra propia salud. San Vicente llegó a afirmar que “las enfermedades y las aflicciones vienen de Dios, la muerte, la vida, la salud, la enfermedad, todo viene por orden de su providencia y siempre para el bien y la salvación del hombre”. [SVP ES XI-4, 761] Thomas Merton observó una vez que su voto de pobreza no era verdadera pobreza, porque siempre podía abandonarlo; siempre podía ir a buscar algo más que comer. Las dolencias y enfermedades físicas no son tan fáciles de eludir, y por eso, en nuestro sufrimiento físico, compartimos verdaderamente el sufrimiento de los pobres y de Cristo.
A menudo nos decepciona que tantos pobres a los que servimos sigan siendo pobres, y nos permitimos olvidar que la esperanza con la que servimos es mucho mayor que este mundo, y que “dar amor, talentos y tiempo es más importante que dar dinero”. [Regla, Parte I, 3.14] Nuestro propio sufrimiento nos ayuda a recordarlo, y como preguntó una vez Federico: “¿Cómo predicar a los desgraciados una resignación, unos ánimos de los que uno mismo sabe que carece?” [Informe a la Asamblea General de la Sociedad de San Vicente de Paúl, de 27 de abril de 1838].
Indiferencia y resignación se traducen mejor como disponibilidad o plena disposición. Aceptamos con alegría lo que se nos da como un medio de santificación, con la esperanza de que nos acerque más a Cristo, y que por nuestro ejemplo también otros se acerquen a Él.
Contemplar
¿Acepto realmente tanto las decepciones como los éxitos, la salud como el sufrimiento, confiando en que todo forma parte de la voluntad amorosa de Dios para mí?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.













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