¿Cuáles son los signos de esperanza en estos tiempos difíciles para nuestra Iglesia y nuestra sociedad? Al escribir hoy, soy consciente de varios signos de esperanza tanto para nuestra Iglesia como para nuestra nación. En la Iglesia, la elección del papa León XIV me da esperanza, no principalmente porque sea ciudadano estadounidense, sino porque, al menos en un inicio, parece estar siguiendo el camino que recorrió el papa Francisco. El mismo nombre que eligió, León XIV, recuerda al papa León XIII, considerado el papa de la doctrina social de la Iglesia. Y no solo ha escogido ese nombre, sino que sus primeras declaraciones se han centrado en seguir el ejemplo de Francisco y en promover el cuidado de los necesitados y de toda la creación. En una intervención ante los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice, el 17 de mayo de 2025, el papa León habló de la necesidad de promover no la indoctrinación —que es inmoral—, sino la doctrina fruto del estudio y el diálogo, que incluye escuchar a los pobres, todo ello en la búsqueda de la verdad.

Un segundo motivo de esperanza son los mensajes que nos llegan de los obispos católicos de Estados Unidos. El arzobispo Broglio, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, lamentó el grave daño que la llamada “One Big Beautiful Bill” (una legislación integral que combina recortes fiscales permanentes con profundos ajustes en programas públicos de sanidad) ocasionará a muchos de los más vulnerables de la sociedad, debido a los fuertes recortes en Medicaid y en las deducciones fiscales para energías limpias.

Otro ejemplo poderoso es el del cardenal McElroy, que el 24 de marzo de 2025 intervino en una conferencia sobre doctrina social de la Iglesia, centrada específicamente en los temas de los refugiados y los inmigrantes. Su ponencia merece ser leída íntegramente, ya que se apoya en las enseñanzas del papa Francisco y utiliza la parábola del Buen Samaritano, como hizo también Francisco. Afirma que debemos ser buenos samaritanos y reconocer incluso que muchos de los inmigrantes que llegan a nuestra nación son, a su vez, buenos samaritanos, además de víctimas. Debemos ofrecer un camino que establezca leyes que garanticen fronteras seguras, un trato digno a todas las personas en esas fronteras, y políticas generosas de asilo y acogida de refugiados. La otra vía, la de la cruzada y las deportaciones masivas, no puede ser recorrida en conciencia por nadie que se considere discípulo de Jesucristo. Nuestra elección debería ser evidente.

Un último signo de esperanza es para mí algo muy personal: la Asociación de Sacerdotes Católicos de Estados Unidos. Este grupo se fundó en 2011 como respuesta a la aprobación por parte de los obispos estadounidenses de la actual traducción al inglés del Misal Romano. Con miles de sacerdotes y laicos cuestionando la calidad de la traducción, esperábamos que se retrasara su implementación para permitir un estudio más profundo y posibles mejoras. Eso no ocurrió, pero nació la organización, que sigue activa hasta hoy, abordando no solo cuestiones litúrgicas, sino también muchos temas de la doctrina social de la Iglesia. La asociación mantiene grupos de trabajo permanentes sobre asuntos como el antirracismo, la no violencia evangélica, el Concilio Vaticano II, la inmigración, el cuidado de la creación, el papel de la mujer en la Iglesia y el apoyo mutuo entre sus miembros. Nos reunimos cada año y damos la bienvenida a hombres y mujeres laicos que quieran ser “amigos” de la organización. Representamos un signo de esperanza de renovación en la Iglesia y en la sociedad, junto con nuestros obispos y otras organizaciones.

Louis Arceneaux, C.M.