Diccionario Vicenciano: Empoderamiento
Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.
Sigue el hilo completo de este diccionario vicenciano en este enlace.
El empoderamiento es un concepto que ha adquirido una relevancia creciente en nuestro mundo moderno, particularmente dentro de los movimientos de justicia social, el discurso educativo y el activismo político. En contextos seculares, suele referirse al proceso por el cual los individuos o comunidades adquieren control sobre sus vidas, ejercen autonomía e influyen en las estructuras que les afectan. Aunque este significado es crucial, resulta incompleto si se aísla de un contexto moral y espiritual más profundo.
El empoderamiento no es la adquisición de poder por el poder mismo. Es un proceso transformador mediante el cual los débiles son fortalecidos, los silenciados reciben voz y los pobres son reconocidos no como objetos de ayuda, sino como sujetos de su propio destino. Para los cristianos, y especialmente para quienes se forman en la tradición vicenciana, el empoderamiento debe ser relacional, humilde y orientado hacia el Reino de Dios.
1. Perspectiva social
El concepto moderno de empoderamiento surgió con fuerza a mediados y finales del siglo XX, particularmente en los campos de la sociología, la psicología y la ciencia política. Inicialmente se difundió entre educadores, organizadores comunitarios y activistas de derechos civiles como una manera de describir el proceso mediante el cual individuos y grupos marginados desarrollan la capacidad de tomar decisiones deliberadas y de transformar esas decisiones en acciones y resultados deseados.
Uno de los pensadores fundamentales sobre el empoderamiento fue el educador brasileño Paulo Freire. En su influyente obra, subrayó que el empoderamiento comienza con la concienciación crítica—un despertar de la conciencia crítica—por medio del cual las personas llegan a comprender las estructuras de opresión y su propio potencial de actuar. El empoderamiento, en la visión de Freire, es un proceso dialógico y participativo que no puede imponerse desde arriba, sino que debe surgir de las experiencias vividas y de la capacidad de agencia de los oprimidos.
En la teoría feminista, el empoderamiento ha sido también un tema central. Busca deconstruir los sistemas de poder patriarcales y afirmar la autonomía, la dignidad y la subjetividad de las mujeres. De manera similar, los teóricos poscoloniales subrayan el empoderamiento como la recuperación de la identidad cultural, la historia y la voz entre las comunidades históricamente subyugadas.
Desde una perspectiva sociológica, el empoderamiento implica más que al individuo. Está arraigado en redes de capital social, estructuras económicas, sistemas educativos y dinámicas comunitarias. El verdadero empoderamiento ocurre cuando estos sistemas están orientados hacia la inclusión, la equidad y la participación.
2. Perspectiva moral
El empoderamiento desde una perspectiva moral está profundamente entrelazado con la dignidad humana, la libertad y la responsabilidad. La moralidad no se refiere solo a lo que las personas hacen, sino a lo que están llamadas a ser. En este sentido, el empoderamiento no es una licencia para una autonomía egoísta, sino una capacidad moral para perseguir el bien, tanto personal como comunitario.
El verdadero empoderamiento moral permite a las personas convertirse en agentes de su propia vida dentro de un marco de valores éticos. Requiere cultivar virtudes como la valentía, la prudencia, la justicia y la templanza. Cuando las personas están moralmente empoderadas, poseen la libertad interior para elegir lo correcto por encima de lo que resulta meramente ventajoso o fácil.
Esta perspectiva enfatiza también la responsabilidad. Las personas empoderadas no están exentas de obligaciones hacia los demás; más bien, están más capacitadas para cumplirlas. El individuo moralmente empoderado no busca la dominación o la superioridad, sino la integración en la comunidad, la colaboración en la justicia y la solidaridad con los débiles.
El empoderamiento desvinculado de la moral corre el riesgo de convertirse en una herramienta de manipulación o explotación. Cuando el poder se adquiere sin referencia al bien, puede ser usado de manera destructiva. Por ello, toda forma auténtica de empoderamiento debe estar anclada en una visión moral que respete la dignidad de los demás y busque el bienestar de todos.
3. Perspectiva cristiana
El empoderamiento en la tradición cristiana está profundamente moldeado por la vida y las enseñanzas de Jesucristo, el testimonio de la Escritura, las reflexiones de los Padres de la Iglesia y las aportaciones en evolución de la Doctrina Social de la Iglesia. Lejos de ser un concepto secular reutilizado para contextos religiosos, el empoderamiento en el cristianismo es una dimensión central del discipulado, la gracia, la misión y la solidaridad. Es la capacidad que otorga el Espíritu a cada persona para vivir en la verdad y el amor, en comunión con Dios y con los demás, especialmente con los pobres y marginados.
a) Raíces bíblicas
La comprensión cristiana del empoderamiento encuentra sus raíces más profundas en la narrativa bíblica. La Escritura revela a un Dios que empodera, no otorgando dominación, sino levantando a los humildes, sanando a los quebrantados y llamando a los sencillos a la misión.
En el Antiguo Testamento, el empoderamiento se manifiesta cuando Dios elige a personas poco probables —Moisés, David, Ester, los profetas— para actuar en favor de los demás. Estas figuras no son héroes hechos a sí mismos, sino individuos llamados y fortalecidos por Dios. Éxodo 3–4 muestra a Moisés, un líder reacio, siendo empoderado para enfrentarse al faraón y liberar a los israelitas. Isaías 61 proclama que el siervo de Dios es ungido “para anunciar la buena noticia a los pobres… vendar los corazones heridos, proclamar la libertad a los cautivos”.
En el Nuevo Testamento, el ministerio de Jesús redefine radicalmente el empoderamiento. Las Bienaventuranzas (Mateo 5) invierten la comprensión del poder en el mundo. Jesús llama bienaventurados a los pobres de espíritu, a los mansos y a los perseguidos. Sus milagros empoderan a los excluidos: los ciegos ven, los leprosos quedan limpios, los pecadores son perdonados. Toda su vida pública eleva a los marginados, afirma su dignidad y los llama a la relación y la misión.
Quizá el ejemplo más llamativo sea cómo Jesús confía la Iglesia a un grupo de personas ordinarias y frágiles. Pedro, que le negó, y María Magdalena, una vez marginada, se convierten en los primeros testigos de la Resurrección. El empoderamiento en el Evangelio está lleno de gracia, enraizado en la misericordia y orientado al servicio.
El Espíritu Santo, derramado en Pentecostés, es el empoderamiento definitivo. Transforma a unos discípulos atemorizados en apóstoles valientes (Hechos 2). Este Espíritu sigue empoderando a los creyentes para proclamar la Buena Nueva, construir comunidad y vivir con valentía y alegría en cada generación.
b) Pensamiento patrístico
Los Padres de la Iglesia primitiva ofrecen valiosas aportaciones sobre el empoderamiento cristiano, aunque el concepto se articularía de forma distinta en su tiempo. Su enfoque en la gracia, la libertad, la dignidad humana y la transformación moral contribuye de manera fundamental a la antropología cristiana.
San Ireneo escribió célebremente: “La gloria de Dios es que el ser humano viva”. Esta frase implica que Dios desea la plenitud del ser humano, no solo su supervivencia o sometimiento. Los seres humanos están empoderados cuando viven de acuerdo con su llamada divina y su identidad como portadores de la imagen de Dios.
La reflexión de san Agustín sobre el libre albedrío y la gracia divina muestra la tensión dinámica entre la acción humana y la iniciativa divina. Afirma que, aunque los seres humanos están heridos por el pecado, todavía son capaces de responder a Dios. El empoderamiento, en términos agustinianos, es la sanación y el fortalecimiento de la voluntad mediante la gracia, haciendo posible la verdadera libertad y la elección moral.
San Juan Crisóstomo, apasionado defensor de los pobres, sostenía que el empoderamiento no procede de la riqueza ni del estatus, sino de la comunión con Dios y el servicio a los demás. Advertía contra el mal uso del poder y exhortaba a los cristianos a elevar a los pobres mediante actos concretos de amor y justicia.
Los Padres de la Iglesia entendieron que el auténtico empoderamiento fluye del amor divino, se manifiesta en la transformación moral y espiritual y desemboca en una vida de testimonio y caridad. Se trata de capacitar al alma para que llegue a ser lo que Dios quiere que sea: un vaso de verdad, amor y misericordia.
c) Tradición católica y Magisterio
En la enseñanza católica, la dignidad de la persona humana es central para comprender el empoderamiento. Los seres humanos no son meros instrumentos o dependientes, sino que están dotados de inteligencia, voluntad y capacidad de amar. El empoderamiento, en este contexto, significa capacitar a las personas para realizar plenamente su potencial humano y espiritual, en libertad y responsabilidad.
El Concilio Vaticano II, particularmente en Gaudium et Spes, afirma que el ser humano es la “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo” y que “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (n. 24). Estas afirmaciones muestran que el empoderamiento, lejos de ser un proyecto centrado en uno mismo, se realiza en el amor que se da, reflejo de la vida trinitaria de Dios.
La doctrina social de la Iglesia sostiene el empoderamiento a través de los principios de subsidiariedad, solidaridad y bien común. La subsidiariedad anima a que las decisiones e iniciativas se tomen en el nivel más cercano y competente posible, fomentando la participación y la iniciativa. La solidaridad subraya que nadie debe quedar atrás y que el empoderamiento incluye levantar a los pobres, defender a los débiles y construir estructuras justas. El bien común asegura que el empoderamiento no sirva solo al beneficio individual, sino al florecimiento de toda la comunidad.
La opción preferencial por los pobres insiste en que la verdadera justicia requiere centrarse en los más marginados. Aquí, el empoderamiento implica educación, empleo, salud y participación, garantizando que los pobres no sean receptores pasivos, sino protagonistas de su propio desarrollo.
La Iglesia considera la educación, la formación y el acompañamiento espiritual como herramientas de empoderamiento. Las escuelas católicas, las parroquias y los movimientos están llamados a formar líderes laicos, pensadores críticos y testigos santos. Esto es especialmente importante para las mujeres, los jóvenes y los profesionales laicos, cuyo liderazgo es esencial para la misión de la Iglesia.
d) Enseñanzas papales recientes
En los siglos XX y XXI, el papado ha subrayado cada vez más temas relacionados con el empoderamiento, utilizando un lenguaje de derechos humanos, desarrollo, participación y dignidad humana integral.
San Juan Pablo II centró su enseñanza en la antropología de la persona humana. Insistió en que el desarrollo auténtico significa capacitar a las personas para “ser más”, no solo para “tener más”. En Laborem Exercens, afirmó la dignidad del trabajo y del trabajador, reclamando sistemas que permitan a los trabajadores dar forma a su trabajo y participar en la vida económica. En Evangelium Vitae, presentó el Evangelio de la vida como un camino de libertad, donde toda vida humana es respetada y defendida, especialmente la más débil. En Centesimus Annus, reconoció los peligros tanto de la opresión estatal como del capitalismo desenfrenado, reclamando en su lugar una sociedad de iniciativa, libertad y responsabilidad. El empoderamiento, en su enseñanza, es un proceso personal y comunitario de desarrollo en la verdad y el amor, enraizado en la ley moral y abierto a lo trascendente.
Benedicto XVI añadió profundidad teológica a la reflexión. En Deus Caritas Est, vinculó el amor con la justicia y la verdad, insistiendo en que el verdadero empoderamiento ocurre cuando las personas son tratadas como sujetos, no como medios para un fin. En Caritas in Veritate, desarrolló la idea de desarrollo humano integral, que debe incluir dimensiones espirituales, culturales y morales, y no solo el progreso material. Para Benedicto, el empoderamiento es un asunto espiritual: sin verdad y sin amor, el desarrollo se corrompe y deshumaniza. Llamó a construir una “civilización del amor”, en la que las personas crezcan juntas en solidaridad, creatividad y responsabilidad.
El papa Francisco aportó una urgencia profética y pastoral al tema del empoderamiento. En Evangelii Gaudium, llama a una transformación misionera de la Iglesia, que empodere al laicado, escuche a los marginados y salga a las periferias. Habla de una “Iglesia pobre para los pobres”, donde todos son protagonistas del Evangelio. En Laudato Si’, Francisco vincula el empoderamiento con la justicia ecológica, reclamando una “ecología integral” que respete tanto a las personas como al planeta. Denuncia los sistemas que excluyen e insiste en el derecho de toda persona a participar en la vida económica, cultural y social. Fratelli Tutti amplía esta visión a la fraternidad global. Francisco urge a una política del encuentro, donde las instituciones estén al servicio de las personas y donde la dignidad sea respetada de manera universal. Condena el populismo, el individualismo y la indiferencia, y llama a comunidades que empoderen a los sin voz mediante el diálogo, la compasión y la responsabilidad compartida. A lo largo de su pontificado, Francisco ha encarnado el empoderamiento al destacar el poder de los pobres, los ancianos, las mujeres y los jóvenes para renovar la Iglesia y la sociedad. Su visión ha sido inclusiva, dinámica y profundamente enraizada en Cristo.
4. Perspectiva vicenciana
El empoderamiento, a través del prisma de la tradición vicenciana, no es una preocupación secundaria sino una expresión esencial de la caridad y de la misión cristiana. Para san Vicente de Paúl y su familia espiritual, empoderar a los pobres no significaba solamente prestar ayuda material, sino restaurar la dignidad, fomentar su autonomía y permitir que las personas se convirtieran en protagonistas de sus propias vidas. La comprensión vicenciana del empoderamiento es encarnacional, relacional y transformadora. Refleja una profunda confianza en el potencial que Dios ha puesto en cada persona, especialmente en la más abandonada.
a) La visión de san Vicente de Paúl sobre el empoderamiento
San Vicente de Paúl dedicó su vida a servir a los más marginados de la Francia del siglo XVII: los hambrientos, los enfermos, los encarcelados, los huérfanos y los olvidados. Su enfoque de la caridad iba mucho más allá de los donativos puntuales o la ayuda ocasional. Buscaba organizar soluciones duraderas que restaurasen la dignidad y generasen oportunidades.
San Vicente dijo: “tenemos que asistirlos y hacer que los asistan de todas las maneras, nosotros y los demás”… para que los pobres lleguen a sostenerse por sí mismos. Esta intuición está en el corazón del empoderamiento. Vicente sabía que, aunque el alivio inmediato era necesario, el cambio duradero requería la transformación de las estructuras sociales y el desarrollo personal de los propios pobres.
Era profundamente consciente de que los pobres tenían capacidades a menudo ocultas por circunstancias de injusticia y exclusión. Empoderarlos significaba creer en su capacidad para crecer, aprender y contribuir, aun cuando la sociedad los hubiera descartado. Insistía en que quienes servían a los pobres debían acercarse a ellos con humildad, reconociendo que también ellos eran evangelizados y transformados por el encuentro.
Sus fundaciones —las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión, las Hijas de la Caridad— fueron estructuradas no solo para servir, sino para formar a otros en la caridad y la responsabilidad. Los laicos fueron movilizados, formados y dotados de verdadera autoridad. Las mujeres fueron empoderadas para dirigir misiones caritativas (un acto radical en los primeros años del 1600).
El empoderamiento en el pensamiento de Vicente incluye la formación, la participación y la corresponsabilidad de todos, ricos y pobres por igual. Buscaba construir comunidades donde todos tuvieran voz y papel. Su visión anticipaba muchos de los principios modernos de la Doctrina Social de la Iglesia.
b) Luisa de Marillac y el empoderamiento de las mujeres
Santa Luisa de Marillac, cofundadora de las Hijas de la Caridad, ofrece otro testimonio fundamental del empoderamiento vicenciano. Ella empoderó a las mujeres no solo para servir, sino para liderar, educar y evangelizar. Las Hijas de la Caridad no eran monjas de clausura, sino hermanas activas, que recorrían pueblos y ciudades para cuidar enfermos, enseñar y acompañar a los pobres.
Luisa creía que las mujeres que formaba —muchas de origen humilde— tenían la capacidad de crecer intelectual, espiritual y moralmente. Las empoderaba a través de la formación, la confianza y la misión compartida. También defendía la dignidad de las mujeres pobres a quienes servían, reconociendo en ellas el rostro de Cristo.
En la tradición vicenciana, empoderar a las mujeres no es un añadido moderno, sino un compromiso esencial e histórico.
c) El empoderamiento mediante el acompañamiento y el cambio sistémico
En la visión vicenciana, el empoderamiento es inseparable del acompañamiento. San Vicente subrayaba con frecuencia la necesidad de “ir a los pobres” no solo con soluciones, sino con presencia. Caminar con, escuchar, aprender de… estos son actos de respeto y de empoderamiento. Esta dinámica relacional resiste el paternalismo e invita a la transformación mutua.
La espiritualidad vicenciana moderna ha abrazado el concepto de cambio sistémico: la transformación de las estructuras sociales que mantienen a las personas en la pobreza. Iniciado y desarrollado en las últimas décadas por organizaciones de la Familia Vicenciana en todo el mundo, el cambio sistémico va más allá de la caridad y se orienta hacia la justicia y el empoderamiento a largo plazo.
Empoderar a los pobres a través del cambio sistémico significa:
- Abordar las causas profundas de la pobreza (por ejemplo, la falta de educación, de atención sanitaria, de protección legal).
- Apoyar la organización comunitaria y el desarrollo del liderazgo.
- Promover el desarrollo sostenible y la participación económica.
- Trabajar con los pobres como agentes de cambio, no como simples beneficiarios.
Este enfoque entiende el empoderamiento como un proceso: despertar la conciencia, desarrollar capacidades y promover estructuras que permitan florecer la dignidad. Refleja la convicción vicenciana de que el amor debe ser efectivo, no solo afectivo..
d) Los pobres como maestros y evangelizadores
San Vicente enseñaba que los pobres nos evangelizan. Esto supone una inversión radical de las dinámicas de poder habituales. En lugar de ver a los pobres únicamente como receptores de la atención cristiana, la visión vicenciana los reconoce como portadores de verdad, maestros de humildad e iconos de Cristo crucificado.
Dijo en una ocasión: Los pobres tienen mucho que enseñaros. Tenéis mucho que aprender de ellos. Esta afirmación implica que el verdadero empoderamiento incluye reconocer la sabiduría, la resiliencia y la hondura espiritual de los pobres. Llama a una Iglesia y a una sociedad que escuchen profundamente la voz de los pobres.
Esta actitud vicenciana no es condescendiente, sino de comunión. Entiende el empoderamiento como algo recíproco: al ser elevados los pobres, el resto de la sociedad se eleva moral y espiritualmente.
e) El empoderamiento vicenciano como caridad misionera
En su núcleo, el modelo vicenciano de empoderamiento es misionero. Se inspira en Cristo, que vino “a anunciar la buena noticia a los pobres” (Lucas 4,18). El misionero vicenciano no se contenta con un alivio temporal, sino que busca una transformación duradera, espiritual, social y personal.
Esta misión incluye:
- Devolver capacidad de acción y voz a los sin voz.
- Educar para la justicia y la dignidad.
- Trabajar en equipos y redes que compartan la responsabilidad.
- Servir con compasión que apoye, no que humille.
- Confiar en la Providencia divina al mismo tiempo que se construyen soluciones prácticas.
El empoderamiento, por tanto, no es una técnica ni una estrategia: es una expresión del amor en acción. Es el signo visible del Evangelio entre los pobres. Revela una Iglesia que cree en la capacidad de las personas para crecer, liderar, amar y construir un mundo mejor.
5. El empoderamiento como misión cristiana y vicenciana
El empoderamiento, visto a través de los diversos prismas de la sociología, la moral, la teología cristiana y la espiritualidad vicenciana, es mucho más que un concepto sociopolítico. Es una llamada a la plenitud humana, a la justicia y a la participación. Es una afirmación de la dignidad humana y un testimonio de la imagen divina presente en cada persona. El verdadero empoderamiento no se impone desde arriba, sino que se cultiva en el diálogo, el respeto y la misión compartida.
Desde una perspectiva social, el empoderamiento promueve la equidad y la inclusión. Desde un punto de vista moral, implica responsabilidad, solidaridad e integridad de la conciencia humana. La teología cristiana presenta el empoderamiento como fruto de la gracia y del discipulado, donde el Espíritu de Dios libera, enseña y fortalece a cada persona para cumplir su vocación. La Iglesia, a través de la Escritura, de los Padres y de su doctrina social, exhorta al empoderamiento de los marginados como un acto de justicia y como una expresión de amor.
La tradición vicenciana lo encarna plenamente. Para san Vicente de Paúl y sus herederos espirituales, empoderar a los pobres no es una tarea periférica, sino una expresión primaria de la fe. Significa caminar con los pobres, escuchar sus necesidades, creer en su capacidad y ofrecer oportunidades para que florezcan. Implica cambio sistémico, educación, crecimiento espiritual y, sobre todo, relaciones basadas en el respeto mutuo.
Empoderar es amar de manera inteligente, humilde y activa. Es hacer eco de la misión de Cristo, que vino no para dominar, sino para servir; no para controlar, sino para liberar. Es construir un mundo en el que cada persona, especialmente los pobres, pueda decir, con las palabras del salmista: “Me diste libertad, y mi corazón se fortaleció” (cf. Salmo 118,5).
El empoderamiento es, en definitiva, un acto profético, un signo visible del Reino de Dios que ya irrumpe en el mundo a través de la gracia, la justicia y el amor.















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