Sentados a la mesa con Jesús (Lc 14, 1-14), quedamos maravillados con su sabiduría sencilla y sublime. Él observa atentamente la conducta de quienes le rodean y, sin reparos, enseña: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos, a los ciegos…”. Con este pasaje, el Señor nos muestra que la verdadera grandeza no está en la ostentación, sino en la renuncia a cualquier orgullo y vanidad.
El evangelista Lucas no utiliza explícitamente la palabra “humildad” en este pasaje (Lc 14, 1-14), pero el gesto de llamar a los excluidos y a los indigentes es en sí mismo la vivencia de la humildad verdadera. Jesús nos invita a la sabiduría de los pequeños y nos recuerda que bienaventurados son precisamente los humildes. ¿Qué podría ser más pobre, en términos humanos, que aquellos que nada tienen y nada pueden ofrecer a cambio? Sin embargo, como vicencianos, al atenderles en sus pobrezas (morales, espirituales y materiales), somos nosotros quienes somos enriquecidos por Dios.
En aquella mesa, Jesús nos hace ver que la humildad es la “llave invisible” que abre las puertas del Reino: nos hace rebajarnos, despojarnos del “yo quiero”, del “yo merezco”, para convertirnos en instrumentos de amor desinteresado. Él enseña: “Cuando des una cena, invita a los pobres”. Estas son palabras que resuenan en los corazones vicencianos, que buscan en el servicio a los que sufren la expresión más viva de la fe, de la esperanza, del servicio desinteresado y de la caridad.
Cuando renunciamos al orgullo, a la vanagloria, y buscamos sentarnos a la mesa con los últimos, acogiendo sus dolores, entonces brota en nosotros el Reino de Dios. La humildad es un “tesoro escondido” que revela su valor solamente cuando se practica: cuanto más nos vaciamos de nosotros mismos, tanto más puede Dios llenarnos generosamente. Fue por ello que, cuando ejercí el cargo de 16º Presidente General de la SSVP (2016-2023), escogí como lema: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9, 35).
Esta enseñanza es piedra angular en la espiritualidad vicenciana: “el amor se concibe y actúa en la humildad”, resonando con el espíritu del pasaje bíblico de Lucas 14. Al meditar en este fragmento del Evangelio, comprendemos que Jesús no solo cura, no solo enseña en parábolas, sino que —sobre todo— nos regala un estilo de vida: “que no se gloríe el invitado” (Lc 14, 8-9), enseña el Maestro. Él nos advierte sobre a quién elegir para sentarse ante Dios: no a los poderosos, sino a los humildes, porque los primeros serán humillados y los últimos serán exaltados por Dios en el Cielo.
Ser humilde se convierte, entonces, en la mayor riqueza del cristiano: no la riqueza material, que pasa; ni la sabiduría humana, que se aparta del centro de la fe; sino esa pobreza radical que nos ofrece el verdadero tesoro: la presencia amorosa del Padre que acoge “a los pobres, a los cojos, a los lisiados y a los ciegos”, en definitiva, a todos los que sufren las miserias humanas. “Serás feliz porque ellos no tienen con qué recompensarte”, promete Jesús a quien sea humilde y caritativo con los que sufren.
Que podamos, consocios y consocias de la SSVP, y queridos miembros de la Familia Vicenciana, aprender con Jesús esta “arte de la humildad”: sentarnos a la mesa con los excluidos, con los que nada tienen, los invisibles, los abandonados, los que nada pueden devolver, y solo así reconoceremos en ellos el rostro de Cristo, que nos espera en el Paraíso. Porque, como Él nos muestra en Lucas 14, es en esa disposición humilde donde encontramos el Reino de Dios y, con él, la alegría plena y eterna. Porque “quien se ensalza, será humillado; y quien se humilla, será ensalzado”.
Consocio Renato Lima de Oliveira,
16º Presidente General de la SSVP entre 2016 y 2023. Actualmente es presidente del Consejo Central Divino Espírito Santo, en Brasilia, capital de Brasil.













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