“¿Pueden los invitados a la boda estar tristes?”

Gen 27, 1-5. 15-19; Sal 134; Mt 9, 14-17.

Hoy se nos hace difícil entender tanto ruido sobre el ayuno. Ya solo nos queda un pequeño vestigio de esta antigua práctica religiosa. En tiempos de Jesús se tomaba muy en serio. El mismo Jesús lo practicó en forma muy severa: ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches seguidos.

Pero en este intercambio entre Jesús y los discípulos de Juan la cuestión del ayuno resultó ser lo de menos: lo importante para nosotros es la autorrevelación de Jesús: Su presencia es una fiesta, una larga fiesta de bodas. Se están celebrando sus esponsales y los que le acompañan son sus invitados y amigos. No hay lugar para la tristeza y la severidad. Es tiempo de gozo.

Los discípulos de Juan deberían haber entendido esto mejor que nadie, si hubieran escuchado a su maestro el Bautista: El que tiene a la novia es el novio, pero el amigo del novio se alegra en gran manera con la voz del novio.

Esto solo lo entenderemos si nos “revestimos de Cristo”, el vestido nuevo, y no nos pasamos la vida echándole remiendos al vestido viejo de nuestra vieja mentalidad que nada tiene que ver con la novedad del mensaje que Jesús nos ha traído.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Miguel Blázquez Avis C.M.