“Su Padre, que ve lo secreto se lo recompensará”
2 Cor 9, 6-11; Sal 111; Mt 6, 1-6. 16-18.
¡Si supieran qué ventaja hay en ser de Dios, despreciarían por entero las vanas satisfacciones del mundo! Decía San Vicente de Paúl, el apóstol de la caridad, quien hizo vida la consigna de Jesús que hoy leemos en el evangelio. Por eso deseaba que todo el servicio ofrecido a los pobres pudiera ser solamente visto por los ojos de Dios y como eso no era posible recomendó hacer frecuentemente un ejercicio interior de humildad reconociendo que todo lo bueno que hay en nosotros viene de Dios y que nosotros solo colaboramos con la gracia. Estaba convencido que la vanidad se mete hasta en las cosas de devoción.
Tenemos que entregarnos enteramente a Dios y pedirle la gracia de conocernos a nosotros mismos. Porque, cuando queremos elevarnos demasiado, cuando buscamos nuestras propias satisfacciones, la ceguera de nuestro amor propio es la que nos oculta este conocimiento que nos permite descubrir la intención que da valor a todas nuestras obras.
Un medio para ayudarnos es la paciencia, con ella elevamos el corazón a Dios y ofrecemos nuestro esfuerzo al prójimo, que se congratula de nuestra amabilidad y cercanía.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Sor Alicia Margarita Cortés C. H.C.
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