Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.
Sigue el hilo completo de este diccionario vicenciano en este enlace.
IV. Una exhortación a la conciencia cristiana
1. El mundo en llamas
En 2025, el mundo sigue en llamas. La guerra hace estragos en Ucrania, cobrándose vidas en un conflicto brutal que ya entra en su cuarto año. Sudán está atrapado en una guerra interna mortal, que ha desplazado a millones de personas y ha dejado a su paso una hambruna. En Gaza, la violencia y las represalias siguen devastando a la población civil, agravando el trauma generacional. Y en Myanmar, un golpe militar ha sumido a la nación en el caos, dejando innumerables muertos y decenas de miles de personas en campos de prisioneros o huyendo a través de las fronteras. No se trata de tragedias lejanas. Son la crucifixión diaria de nuestros hermanos y hermanas.
Las imágenes nos llegan en tiempo real: hospitales bombardeados, niños llorando, casas arrasadas, fosas comunes, miradas desesperadas tras alambradas. Estos horrores no se limitan a los libros de historia o a oscuros rincones de continentes olvidados: están ocurriendo ahora, ante nuestros ojos, en un mundo globalizado en el que nadie puede decir «yo no lo sabía».
Hay que despertar la conciencia de los cristianos.
2. Más allá de la condena: construir la paz con hechos
Ya no basta con condenar la guerra en teoría, con asentir solemnemente a las declaraciones papales o a las resoluciones de las Naciones Unidas. El cristianismo no es una religión pasiva. Nos llama no solo a lamentar la injusticia, sino a revertirla.
Jesús no se limitó a decir «Bienaventurados los que promueven la paz» como un ideal poético; lo declaró como una misión y una señal de verdadero discipulado (Mateo 5,9). Ser cristiano en este mundo es encarnar una paz activa e incómoda, que se niega a transigir con los sistemas de violencia, explotación y miedo.
La paz no es simplemente la ausencia de conflicto, sino la presencia de la justicia. Debe forjarse en nuestros hogares, nuestras escuelas, nuestras economías, nuestras iglesias, nuestros barrios y nuestra política. Debe dar forma a nuestros votos, nuestras compras, nuestras conversaciones, nuestras teologías. Un cristianismo que no trae paz no es cristiano.
3. El grito de los pobres y los devastados por la guerra
El Evangelio siempre se escucha primero en el grito de los pobres. Y hoy, los pobres claman desde las trincheras, los campos de refugiados y las fosas comunes. Hablan a través del silencio de los niños soldados drogados y manipulados para asesinar. A través de las lágrimas exhaustas de las madres que entierran a sus hijos antes de que alcancen la edad adulta. A través de los padres que llevan a sus familias a través de desiertos y mares, con la esperanza como único equipaje.
Ser cristiano es hacer nuestro su dolor, no de manera sentimental, sino de una manera profundamente política y espiritual. La encarnación de Cristo nos enseña que Dios asume el sufrimiento humano, no desde la distancia, sino desde dentro. Ignorar el sufrimiento causado por la guerra es ignorar al mismo Cristo, crucificado de nuevo en cada apartamento bombardeado, en cada pueblo hambriento, en cada barco de refugiados que se hunde.
Debemos dejar que sus historias perturben nuestra comodidad. Debemos leer sus testimonios. Donar a sus causas. Defender sus derechos. Caminar a su lado. Llorar con ellos. Hablar por ellos.
4. Un planteamiento teológico: la paz arraigada en la cruz
En el corazón de la identidad cristiana se encuentra la cruz, símbolo no de la violencia infligida, sino de la violencia sufrida y transformada. La cruz no glorifica el dolor, sino que pone al descubierto la crueldad de un mundo sin amor y nos llama a superarla, no con venganza, sino con resurrección.
En todas las épocas, los cristianos han tenido la tentación de bendecir las armas de guerra, de envolver las bombas en la bandera de la fe, de confundir el patriotismo con el discipulado. Debemos resistir esta tentación con todas nuestras fuerzas. Seguir a Cristo es situarse al pie de la Cruz y decir «no» a la violencia y «sí» a la paz, no a una paz frágil y silenciosa, sino a una paz arraigada en la verdad y la justicia.
El Evangelio nunca legitima la agresión, el expansionismo o la dominación. Al contrario, subvierte la lógica del imperio y la sustituye por la lógica de la misericordia. «Envaina la espada —dice Jesús a Pedro—; pues todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mateo 26, 52).
5. La complicidad y el silencio de los cristianos
Debemos examinar también la complicidad de los cristianos, especialmente en los países ricos, que apoyan las guerras con su silencio, sus impuestos, sus decisiones de consumo o un nacionalismo disfrazado de fe. Demasiados cristianos permanecen indiferentes cuando sus países venden armas a regímenes que bombardean a civiles o encarcelan a activistas. Demasiados confunden su bandera con su fe.
Cuando la Iglesia no se pronuncia con claridad y coherencia contra la guerra, pierde su poder profético. Cuando los obispos bendicen a los batallones en lugar de llorar a los muertos de ambos bandos, se burlan del Evangelio. Cuando los cristianos dan prioridad a la alineación política sobre la fidelidad al Evangelio, el Cuerpo de Cristo queda herido.
No se trata de un llamamiento al activismo partidista, sino al activismo evangélico.
6. La no violencia: una alternativa poderosa
La no violencia cristiana no es debilidad. No es pasividad. Es coraje espiritual, la fuerza para amar frente al odio, para resistir el mal sin convertirse en mal.
Jesús nos dio ejemplo de ello. También lo hicieron Martin Luther King Jr., Dorothy Day, Óscar Romero, Desmond Tutu y un sinfín de creyentes anónimos que decidieron absorber el odio en lugar de reflejarlo. La no violencia cristiana es un rechazo radical a cooperar con la maquinaria de la muerte, una insistencia creativa en la paz que avergüenza a los belicistas y confunde a los cínicos.
Significa resistir los sistemas injustos con protestas, persuasión, oración y presencia. Significa abrir refugios, abogar por leyes que promuevan la paz, boicotear productos vinculados a las industrias bélicas y educar a las generaciones futuras para resolver los conflictos sin violencia.
7. Un llamamiento al testimonio público
Si los cristianos queremos ser sal y luz (Mateo 5, 13-16), no debemos ocultar nuestra oposición a la guerra en la oración privada. Debemos ser visibles, alzar la voz y ser persistentes en todos los foros a nuestro alcance: parroquias, universidades, plataformas mediáticas, espacios políticos, mesas familiares.
Allí donde haya un debate sobre la acción militar, los cristianos deben estar presentes y decir: «Hay otra manera». Cada vez que se propongan presupuestos, los cristianos deben decir: «Gastad en escuelas, no en bombas». Cuando se glorifique la guerra en películas o campañas, los cristianos deben preguntar: «¿Quién se beneficia? ¿Quién muere?».
Que nuestras iglesias celebren vigilias por la paz. Que nuestros púlpitos prediquen la misericordia. Que nuestra catequesis forme a los niños en la reconciliación. Que nuestros votos reflejen los valores del Príncipe de la Paz.
8. La opción vicenciana: estar al lado de los más vulnerables
Para los vicencianos y todos aquellos inspirados por el legado de Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Federico Ozanam, Isabel Ana Seton y muchos otros, este llamamiento es especialmente urgente. Nuestro carisma nos ata a los pobres. Y nadie sufre más por la guerra que los pobres.
En todos los conflictos, son los pobres los que son desplazados, reclutados, violados, privados de alimentos y silenciados. Por lo tanto, nuestra opción por los pobres debe ser una opción por la paz. Defender a los vulnerables significa defender el desarme, la diplomacia y el desarrollo.
Llevemos a los pobres no solo pan y mantas, sino también solidaridad y cambio sistémico. Estemos con ellos cuando caigan las bombas y hablemos por ellos en las salas donde se financian esas bombas.
9. Esperanza en medio de la desesperación
La paz no es ingenua. No es utópica. Es necesaria. Y es posible.
La historia nos ofrece ejemplos de lo que es posible cuando los cristianos se atreven a vivir según sus convicciones: la caída del apartheid, el movimiento por los derechos civiles, la caída del muro de Berlín, el fin del colonialismo. Cada una de estas victorias fue forjada por personas de fe que se negaron a aceptar la violencia como la última palabra.
La paz comienza en cada uno de nosotros. Empieza por cómo hablamos, cómo vivimos, cómo oramos y cómo amamos. Crece en comunidad y fluye hacia afuera como agua viva.
10. «Bienaventurados los constructores de paz»
Esta es una llamada a la conciencia cristiana, no solo a sentirnos mal por la guerra, sino a luchar por la paz con las herramientas del Evangelio. No estamos llamados a ser neutrales, sino proféticos. No a retirarnos, sino a comprometernos. No a refugiarnos en la piedad, sino a avanzar con valentía.
Jesús ya nos ha mostrado el camino. Lo ha recorrido hasta la cruz y más allá. Ahora espera que lo sigamos, no con espadas, sino con cicatrices; no con tanques, sino con la verdad; no con ira, sino con amor.
Bienaventurados los que promueven la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
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La guerra sigue siendo uno de los escándalos más graves de nuestro mundo. Sin embargo, el mensaje cristiano no es de desesperación. Es una llamada a la transformación: de los corazones, los sistemas y las estructuras. Arraigada en el Evangelio, enriquecida por la tradición y fortalecida por la gracia, la Iglesia se erige como signo de esperanza en un mundo que a menudo olvida la dignidad de la persona humana.
Desde la llamada de Cristo a amar a nuestros enemigos hasta el humilde servicio de San Vicente a las víctimas de la guerra, el testimonio cristiano y vicenciano es claro: la paz no solo es posible, es el único camino digno de nuestra humanidad.
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