Diccionario Vicenciano: Guerra (Parte 2)

por | Jun 9, 2025 | Diccionario Vicenciano, Formación | 0 Comentarios

Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.

Sigue el hilo completo de este diccionario vicenciano en este enlace.

II. Una reflexión cristiana sobre la guerra

La guerra es una de las más devastadoras y persistentes realidades de la humanidad. Sus consecuencias no dejan indiferente a ninguna nación, cultura o generación. En medio de los esfuerzos mundiales por buscar la paz y la justicia, el cristianismo ofrece una voz moral profunda y permanente que llama a la reconciliación, la misericordia y la dignidad de toda persona humana.

1. Entender la guerra: un desafío moral

La guerra, en esencia, es una ruptura en las relaciones humanas. Surge de la ruptura del diálogo, de injusticias arraigadas, de desequilibrios de poder, del miedo y, a menudo, de la codicia. Desde el punto de vista moral, la guerra representa un fracaso: un fracaso de la diplomacia, de la justicia, de la solidaridad y, en última instancia, del amor. Contradice la ley moral que exige la protección de la vida y la búsqueda del bien común.

Mientras que las teorías morales seculares (como la teoría de la guerra justa, el pacifismo o el consecuencialismo) intentan ofrecer marcos éticos para comprender o incluso justificar la guerra, el cristianismo plantea una pregunta más radical y holística: ¿Qué significa buscar la paz enraizada en la verdad, el amor y la justicia?

2. La perspectiva bíblica de la guerra

2.1 El Antiguo Testamento: La tensión entre justicia y misericordia

El Antiguo Testamento contiene relatos de guerra, a veces aparentemente aprobados por Dios. Los relatos de conquista (como los del Libro de Josué) plantean a menudo dilemas morales. Sin embargo, estos textos deben entenderse dentro de su contexto histórico y teológico: una época de lucha tribal y una revelación progresiva de la voluntad de Dios.

En medio de estas imágenes bélicas, las Escrituras hebreas también revelan un profundo anhelo de paz y justicia. Los profetas, especialmente Isaías y Miqueas, ofrecen visiones de un mundo transformado:

«De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.» (Isaías 2,4).

Aquí, la paz no es la mera ausencia de guerra, sino un estado de relaciones justas, de armonía con Dios y con los demás.

2.2 El Nuevo Testamento: No violencia radical y reconciliación

En Jesucristo se pronuncia la palabra definitiva de Dios sobre la violencia: la paz es el camino del Reino. Jesús no predica la resistencia armada, ni siquiera frente a la ocupación romana. Más bien llama al amor a los enemigos, al perdón sin límites y a la misericordia como distintivo de la acción divina:

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5,9).

El Sermón de la Montaña es el corazón ético del seguimiento de Cristo y un rechazo radical de la venganza y la violencia. La muerte de Cristo en la cruz, negándose a la venganza y perdonando a sus verdugos, es la revelación suprema del amor no violento de Dios.

3. La tradición católica y los Padres de la Iglesia

3.1 El cristianismo primitivo y la no violencia

La Iglesia primitiva estuvo profundamente marcada por el ejemplo de la no violencia de Cristo. Muchos de los primeros cristianos rechazaban el servicio militar y preferían el martirio a segar una vida. Padres de la Iglesia como Tertuliano y Orígenes articularon una teología que consideraba la violencia incompatible con el Evangelio.

Es célebre la pregunta de Tertuliano: «¿Debe el hijo de la paz tomar parte en la batalla cuando ni siquiera le corresponde litigar?» (Tertuliano, De Corona, capítulo 11). Esto representa un consenso temprano de que seguir a Cristo era rechazar la espada.

3.2 El desarrollo de la teoría de la guerra justa

Cuando el cristianismo pasó de los suburbios al centro del Imperio Romano, con la conversión de Constantino, surgieron nuevas cuestiones morales. San Agustín de Hipona sentó las bases de lo que se convertiría en la doctrina católica de la guerra justa. Sostuvo que la guerra, aunque siempre trágica, podía ser moralmente permisible bajo estrictas condiciones: debe ser declarada por una autoridad legítima, tener una causa justa y llevarse a cabo con recta intención:

«Hay algunas excepciones, sin embargo, a la prohibición de no matar, señaladas por la misma autoridad divina. En estas excepciones quedan comprendidas tanto una ley promulgada por Dios de dar muerte como la orden expresa dada temporalmente a una persona. Pero, en este caso, quien mata no es la persona que presta sus servicios a la autoridad; es como la espada, instrumento en manos de quien la maneja. De ahí que no quebrantaron, ni mucho menos, el precepto de no matarás los hombres que, movidos por Dios, han llevado a cabo guerras, o los que, investidos de pública autoridad, y ateniéndose a su ley, es decir, según el dominio de la razón más justa, han dado muerte a reos de crímenes» (San Agustín, La ciudad de Dios, libro I, capítulo 21).

Santo Tomás de Aquino precisó posteriormente esta enseñanza, haciendo hincapié en la proporcionalidad, la posibilidad de éxito y la guerra como último recurso.

«Nada sino el pecado contraría a la acción virtuosa. Ahora bien, la guerra contraría a la paz. Luego la guerra siempre es pecado» (Santo Tomás de Aquino, La Suma Teológica, Segunda Parte, Cuestión 40).

Respecto a la Suma Teológica II-II, Cuestión 40: Sobre la guerra, Santo Tomás de Aquino, al abordar la moralidad de la guerra, defiende un punto de vista matizado pero basado en unos principios enraizados en la justicia y en la enseñanza cristiana. Distingue entre guerra justa e injusta, afirmando que la guerra no es intrínsecamente pecaminosa si cumple determinadas condiciones.

Aquino responde a la pregunta «¿Es siempre pecaminosa la guerra?», según la cual la guerra contradice las enseñanzas de Cristo sobre la paz y la no represalia. Basándose en gran medida en San Agustín, argumenta que la guerra puede ser moralmente legítima si se cumplen tres condiciones:

  1. Autoridad legítima: Sólo los gobernantes, responsables del bien común, pueden declarar la guerra.
  2. Causa justa: El enemigo debe ser culpable de algún mal, como agresión o injusticia.
  3. Intención correcta: El objetivo debe ser promover el bien, no la venganza o la dominación.

Incluso con estas condiciones, la intencionalidad de la guerra es primordial; debe buscar la paz y la justicia, no la crueldad. Aquino diferencia la violencia privada ilícita de la defensa del bien común sancionada por el Estado.

En resumen, Aquino ofrece una doctrina clara: la guerra puede ser justa, pero sólo bajo estrictos criterios morales. Toda guerra debe tener como objetivo último restaurar la paz, no sólo ganar batallas. Sin embargo, incluso dentro de esta teoría, la guerra nunca fue glorificada. Siempre se consideró una excepción trágica, que debía evitarse siempre que fuera posible.

Sin embargo, en los últimos años de su pontificado, el Papa Francisco inició un cambio significativo en la postura de la Iglesia Católica sobre la teoría tradicional de la guerra justa. El Papa Francisco alejó cada vez más a la Iglesia de esta postura, marcando un desarrollo transformador en la enseñanza moral católica.

Su cambio de postura se articuló claramente durante las conferencias patrocinadas por el Vaticano sobre la no violencia y la construcción de la paz, en particular en las reuniones de 2016 y 2022. Sostuvo que la teoría de la guerra justa ya no era viable en el mundo moderno debido a las devastadoras capacidades de la guerra contemporánea y a la naturaleza asimétrica de la mayoría de los conflictos. En Fratelli Tutti (2020), fue más allá al afirmar: «Ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya» (FT 258). Pidió a la Iglesia que dijera una vez más un «no» firme y claro a la guerra: «hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!».

Esto supuso un distanciamiento de las anteriores doctrinas de la Iglesia, que permitían la guerra bajo estrictas condiciones morales. En lugar de revisar los criterios tradicionales, el Papa Francisco sugirió abandonar por completo el marco en favor de un compromiso más firme con la no violencia, la construcción de la paz y la prevención de conflictos. El enfoque pasó de justificar la guerra a fomentar el diálogo, la reconciliación y abordar las causas profundas de la violencia.

Su decisión no fue meramente política o pragmática, sino profundamente teológica y pastoral. Reflejaba una creciente toma de conciencia de la llamada del Evangelio a la paz y de la misión de la Iglesia de ser un signo de esperanza y unidad en un mundo fracturado. Su liderazgo invitó a los católicos a imaginar un nuevo escenario en el que la construcción de la paz, y no la guerra, definiera el testimonio cristiano en el mundo.

4. La Doctrina Social de la Iglesia

4.1 Una opción preferente por la paz

La Iglesia moderna, particularmente desde los horrores de las Guerras Mundiales, ha profundizado en su compromiso por la paz. La doctrina social de la Iglesia, articulada en diversos documentos como Pacem in Terris (Juan XXIII), Gaudium et Spes (Vaticano II) y Sollicitudo Rei Socialis (Juan Pablo II), reconoce la paz como inseparable de la justicia, la verdad y el respeto de los derechos humanos.

La guerra es a menudo un síntoma de pecados sociales más profundos: pobreza, exclusión, codicia, nacionalismo y comercio de armas. La Iglesia enseña que estas causas profundas deben abordarse mediante el cambio sistémico, el desarrollo y la diplomacia.

4.2 La dignidad de toda persona humana

En el corazón de la doctrina católica está la creencia de que cada persona está hecha a imagen de Dios. Este principio fundamental significa que ninguna vida es descartable, ni la de un enemigo, ni la de un civil, ni la de un soldado.

Esta visión lleva a la Iglesia a condenar la violencia indiscriminada, la guerra total y todas las acciones dirigidas contra los no combatientes. También inspira los esfuerzos humanitarios de la Iglesia durante los conflictos, a través de Cáritas y otras agencias.

5. La voz de los Papas recientes

5.1 San Juan Pablo II: «Nunca más la guerra»

El papado de Juan Pablo II estuvo marcado por sus vehementes y reiterados llamamientos en favor de la paz. Se opuso a la Guerra del Golfo y a la Guerra de Irak, insistiendo en que la guerra es «siempre una derrota para la humanidad» (Al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 13 de enero de 2003). En su opinión, el diálogo, la solidaridad y el desarrollo son los únicos caminos verdaderos hacia una paz duradera.

Defendió la dignidad de la persona, especialmente en sus reflexiones sobre los derechos humanos y la cultura de la vida. Para Juan Pablo II, la paz no es pasiva, sino fruto del compromiso moral y del coraje profético.

5.2 El Papa Benedicto XVI: Verdad, amor y justicia

El Papa Benedicto XVI destacó la profunda relación entre la verdad y la paz. Advirtió contra el relativismo, que puede erosionar los fundamentos morales compartidos y conducir al conflicto. Pidió una educación para la paz y una ética global basada en la ley natural y la dignidad humana.

Su encíclica Caritas in Veritate vinculó la paz con un auténtico desarrollo, denunciando la injusticia económica y la degradación medioambiental como formas de violencia estructural.

5.3 El Papa Francisco: Una Iglesia de misericordia y diálogo

El Papa Francisco ha sido uno de los líderes morales más firmes en favor de la paz. Ha condenado la guerra como «locura» y «una derrota de la política». En Fratelli Tutti, escribe contundentemente sobre la inutilidad de la guerra, la industria armamentística y la necesidad de estrategias no violentas de resolución de conflictos.

Insiste en que la construcción de la paz forma parte de la misión misma de la Iglesia. El cristiano no es neutral ante la injusticia: debe ser un constructor de puentes, un reconciliador, una voz para los sin voz.

6. El papel de la Iglesia en la resolución de conflictos

La Iglesia no sólo se opone a la guerra en la teoría, sino que busca ser un agente activo de la paz en el mundo. A través de la diplomacia, el trabajo humanitario, la educación y el diálogo interreligioso, la Iglesia trabaja para prevenir la violencia y restañar las divisiones.

Los ejemplos abundan: la mediación del Vaticano en América Latina, el trabajo de las comunidades religiosas en Ruanda y Sudán del Sur, y los llamamientos del Papa durante los conflictos mundiales. La Iglesia insta a las naciones a la conversión del corazón, recordándoles el coste humano de cada bomba, de cada familia desplazada, de cada niño traumatizado por la guerra.

La Iglesia no propone ninguna utopía. Es consciente del pecado y del mal. Pero su mensaje es que la reconciliación es posible, porque Dios reconcilió al mundo consigo mismo en Cristo.

III. Una reflexión vicenciana sobre la guerra y la paz

1. San Vicente de Paúl: la paz de la caridad

San Vicente vivió en tiempos de guerra, especialmente la Guerra de los Treinta Años y los conflictos civiles en Francia. Vio de primera mano la destrucción que causaban: el hambre, los huérfanos, los desplazados. Su respuesta no fue política, sino profundamente evangélica: movilizó la caridad.

Para Vicente, la paz empezaba con actos concretos de amor. Organizó la ayuda a las víctimas de la guerra, envió misioneros para reconstruir las comunidades destrozadas y formó un clero que predicara la reconciliación.

San Vicente de Paúl consiguió su mayor influencia organizando respuestas institucionales al sufrimiento humano. En medio de la devastación de la Guerra de los Treinta Años, dirigió una importante misión de socorro para Lorena, una provincia francesa abrumada por el hambre, la violencia y el colapso social.

Aunque nunca visitó Lorena, Vicente se enteró de su calamitoso estado a través de los miembros de la Congregación de la Misión destinados en Toul y los refugiados en París. Hizo un llamamiento a la oración, al sacrificio y a la ayuda concreta, y convenció a las Damas de la Caridad, a la realeza y a los donantes para que apoyaran una misión de socorro constante. La Congregación de la Misión envió fondos y suministros con regularidad, que fueron distribuidos por las principales ciudades, como Nancy, Metz y Verdún, donde las iglesias sirvieron de centros de socorro.

«Es tiempo de penitencia, ya que Dios aflige a su pueblo. ¿No nos toca a nosotros, los sacerdotes, estar al pie del altar para llorar sus pecados? Es una obligación; y además, ¿no convendrá que nos privemos de algo de lo habitual para ayudarles a ellos?» (SVP ES XI-4, 818).

Así, durante tres o cuatro años, Vicente y su comunidad de París se contentaron con pan negro —de centeno, el más humilde— en la mesa.

En la peligrosa campiña, el Hermano Matthew Regnard, C.M., hizo más de cincuenta viajes clandestinos para entregar ayuda, a menudo disfrazado y con gran riesgo personal. Su labor permitió también trasladar a los refugiados, sobre todo a los niños, a París, donde fueron atendidos y formados.

«Apenas llegar, empecé a repartir limosnas. Encontré tan gran cantidad de pobres que no pude darles a todos; hay más de trescientos que se encuentran en suma necesidad, y otros trescientos más en una situación extrema. Padre, se lo digo con toda sinceridad, hay más de ciento que parecen esqueletos cubiertos de piel, tan horribles que, si nuestro Señor no me diera fuerzas, no me atrevería ni a mirarlos: tienen la piel como cuero amoratado, con las mejillas tan contraídas que se les ven los dientes totalmente secos y descubiertos, con los ojos y el rostro contraídos. En fin, es la cosa más espantosa que puede imaginarse. Van buscando algunas raíces por el campo, que luego cuecen y se las comen» (SVP ES II, p. 25).

Los esfuerzos de Vicente se prolongaron durante 14 años (1635-1649), salvando innumerables vidas. Mantuvo su compromiso incluso cuando la paz parecía improbable y cuando el trabajo humanitario se volvió rutinario y desalentador. Aunque nunca pisó Lorena, el pueblo le honró como a su benefactor y, un siglo después, se erigió un altar conmemorativo en la catedral de Verdún.

2. La Familia Vicenciana, hoy

La Familia Vicenciana continúa esta misión de paz. Muchas de sus ramas trabajan incansablemente en zonas de conflicto y abogan por la justicia social: el carisma de Vicente está vivo en la no violencia, el cambio sistémico y el amor a los pobres.

Los vicencianos rechazan la violencia no sólo porque mata a las personas, sino porque destruye las relaciones que forman la comunidad. Proclaman que toda vida humana es sagrada, y que incluso el más pequeño gesto de compasión es un paso hacia la paz.

Continuará…

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