Una inspiradora iniciativa de proximidad del Consejo Central de Santo Antônio de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Brasil está acercando fe, alimentación y fraternidad a las personas en situación de calle.
En la ciudad de Juiz de Fora, Brasil, una humilde pero poderosa acción está redefiniendo la forma en que los vicentinos se acercan a los más vulnerables. No se trata de un gran edificio ni de un programa llamativo, sino de un carro. Conocido como el «Carrinho Missionário Vicentino» o el «Carrito de la Misión Vicentina», esta sencilla herramienta se ha convertido en un vehículo de esperanza, dignidad y profunda compasión cristiana.
Animada por los miembros (hermanos y hermanas) del Consejo Central Santo Antônio, esta misión de auxilio consiste en caminar por las calles —literalmente empujando carritos— llenos de comida casera, bebidas calientes, ropa y otras necesidades preparadas con lo que ellos llaman «la fuerza del corazón vicentino». Los voluntarios se dirigen directamente a los que viven bajo los puentes, en callejones, detrás de los muros y bajo los aleros, dondequiera que se encuentren los sin techo.
Pero llevan algo más que objetos físicos. Llevan presencia.
Cada encuentro es personal. Cada conversación, cada sonrisa, cada historia compartida es un momento sagrado de comunión. Los voluntarios se detienen para escuchar con empatía, hablar con calidez y compartir la alegría del Evangelio, no sólo con palabras, sino también con gestos, con comida preparada con cariño y con el sencillo pero poderoso acto de acompañar a quienes a menudo son ignorados.
El principio que anima esta labor es la invitación bíblica: «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Filipenses 2,5). Es una llamada no sólo a imitar las acciones de Cristo, sino a compartir su misericordia, a estar presente entre los marginados como Él lo estuvo.
Dos conferencias vicentinas —Sagrado Corazón de Jesús y San Expedito— han hecho suya esta forma de misión, caminando junto a los pobres en el espíritu de San Vicente de Paúl y del Beato Federico Ozanam. Al hacerlo, redescubren a Cristo en cada hermano y hermana a los que sirven.
El café, la leche con chocolate, la manzanilla, las gachas de avena, las galletas y los pasteles son preparados con cariño por manos vicentinas ya acostumbradas a hacer el bien. Todo ello va acompañado de artículos de primera necesidad, como agua potable, ropa de abrigo, calcetines y gorros, artículos sencillos que pueden significar un mundo para alguien que duerme en el frío. Y siempre acompañados de oración y acción, buscando transformar no sólo las circunstancias sino también los corazones.
El Carrito de la Misión Vicentina es más que un proyecto: es un ejemplo. Un recordatorio vivo de que la fe mueve, sirve, escucha y ama. Es una expresión moderna del grito de Ozanam: «¡Vayamos a los pobres!».
Según el consocio Vanderson Magalhães («Vandinho»), uno de los responsables fervientes de esta misión, la iniciativa está salvando vidas, no sólo físicamente, sino también espiritual y emocionalmente. Y el llamamiento se dirige a todos: «Tú también puedes ayudar, rezando por nosotros o donando algo que podamos ofrecer a nuestros hermanos y hermanas que sufren».
En un mundo en el que muchos pasan de largo ante los pobres, los vicentinos de Juiz de Fora caminan hacia ellos, con carritos llenos de productos, corazones llenos de amor y manos dispuestas a servir.
Que Dios bendiga su camino e inspire a muchos más a unirse a ellos.
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