He tenido el privilegio de visitar varias veces los santuarios marianos de Lourdes y de Knock. He pasado algunas horas en esos lugares especiales de oración. No he tenido la ocasión de visitar otros lugares que se mencionan con frecuencia, como Guadalupe, Fátima o Medjugorje. Cada uno de estos lugares santos tiene un importante tamaño y reputación.

Sin embargo, como viví en París durante algunos años, he visitado cientos de veces nuestra Capilla de la Medalla Milagrosa. Hace menos de dos semanas, estuve allí para dar unas conferencias a las Hijas de la Caridad. Pasar un rato en esta capilla comparativamente pequeña y observar la variedad de personas que entran y salen es una experiencia iluminadora y edificante.

Creo que la palabra «sencilla» refleja mi aprecio por la presencia de la Virgen en este lugar y en nuestro espíritu vicenciano.

En París, si se sube por la rue du Bac desde la rue de Sèvres, encontramos el Bon Marché, unos enormes grandes almacenes parisinos que dominan ambos lados de la calle. En el lado izquierdo, justo después de pasar el final de la tienda, hay una gran puerta (con perdón) de «garaje», como muchas otras de la zona. Esta entrada conduce a la Capilla de la Medalla Milagrosa. Durante el día, permanece abierta de par en par y acoge a todos los visitantes. A ambos lados de la puerta, unas placas en la pared reconocen la presencia de la Capilla, pero en realidad no hay nada extraordinario, a menos que uno mire hacia arriba desde cierta distancia y vea la modesta estatua de la Virgen con el Niño Jesús en brazos que descansa en un hueco de la pared. Quizá la principal atracción de la entrada sean los hombres y mujeres que permanecen de pie a ambos lados de la puerta pidiendo limosna durante todo el día.

Así pues, una entrada sencilla que conduce a una capilla sencilla. Y digo «sencilla» en el mejor sentido de la palabra. Una que Vicente celebraría por su fidelidad a la verdad. Una vez que se entra en la iglesia propiamente dicha, no hay ruido. No se permiten las visitas guiadas, y la gente no deambula con cámaras haciendo fotos sin cesar. En la zona exterior del edificio, numerosas Hijas de la Caridad que hablan varios idiomas explican el significado de la Capilla y sus símbolos. Dentro de la Capilla, la gente entra y mira y se sienta o se arrodilla y se impregna de la atmósfera de un lugar sagrado. Su reflexión y oración personal manifiestan un respeto apropiado.

Se podrían decir muchas cosas de esta capilla, pero hay una que puede resultar especialmente interesante. Al final de la misa, cuando se espera que la gente se dé la vuelta y se dirija a las salidas, en la Capilla se observa cuánta gente avanza hacia la barandilla del altar. El 18 de julio de 1830, cuando la Santísima Virgen se apareció por primera vez a Sor Catalina Labouré en este lugar, le dijo:

«Ven al pie de este altar. Aquí se darán las gracias a todos los que las pidan con confianza y fervor».

En una aparición posterior, el 27 de noviembre de 1830, Catalina vio rayos de luz que brotaban de las manos abiertas de la Santísima Madre, y se le instruyó:

«Estos rayos son el símbolo de las gracias que derramo sobre los que me las piden».

En la Capilla de la Medalla Milagrosa, los creyentes confían en la palabra de María y buscan esas gracias.

No es necesario ir a París para solicitar las gracias de la Virgen ni para celebrar el don de la Medalla Milagrosa. Pero hay algo especial en esta sencilla capilla. En este lugar, María estuvo realmente presente e hizo promesas a favor de nuestro crecimiento y santidad. Seguimos buscando su bendición para nuestra familia vicenciana y nuestro mundo.