Diccionario Vicenciano: Guerra (Parte 1)
Los miembros de la Familia Vicenciana nos hemos acostumbrado a utilizar términos como Abogacía, Aporofobia, Sinhogarismo, Colaboración, Cambio Sistémico, etc., para describir bien situaciones que nos encontramos en nuestras obras, bien acciones que llevamos a cabo. Para profundizar en el significado y la comprensión de estos conceptos desde nuestro carisma hemos creado esta serie de posts, a modo de un «Diccionario Vicenciano», con el objetivo ofrecer cada semana un desarrollo de cada uno de ellos desde una perspectiva social, moral, cristiana y vicenciana. Inspirado en el carisma de San Vicente de Paúl, profundizaremos en su comprensión y reflexionaremos sobre el servicio, la justicia social y el amor al prójimo. Al final de cada artículo encontrarás algunas preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo.
Sigue el hilo completo de este diccionario vicenciano en este enlace.
La guerra es una de las expresiones más antiguas y devastadoras de los conflictos humanos. Ha forjado civilizaciones, redibujado fronteras y dejado marcas indelebles en el espíritu humano. Sin embargo, aunque a menudo ha sido glorificada en la memoria histórica y en la retórica nacionalista, la guerra conlleva un profundo coste moral y social que trasciende los campos de batalla. En una época en la que se entrecruzan la tecnología avanzada, la globalización económica y las polarizaciones ideológicas, la cuestión de la guerra ha adquirido una relevancia cada vez mayor.
I. La guerra: un análisis moral y social del conflicto humano
1. Definición de la guerra en la Edad Moderna
La guerra es algo más que un conflicto armado entre naciones o facciones. Es la culminación del fracaso político, la ambición económica y la quiebra moral. En su forma más elemental, la guerra representa la violencia organizada, sancionada por la autoridad política, para alcanzar objetivos específicos. Sin embargo, en el mundo moderno, la guerra rara vez se limita a los soldados y los campos de batalla, sino que afecta a los civiles, las infraestructuras y el propio tejido social.
La guerra moderna no sólo engloba las batallas convencionales, sino también las guerras civiles, las insurgencias, las guerras subsidiarias y las guerras híbridas que implican tácticas cibernéticas y desinformación. Estas formas de guerra a menudo oscurecen la frontera entre combatientes y no combatientes, aumentando la vulnerabilidad de los civiles y complicando las respuestas internacionales.
2. Los componentes morales de la guerra
Desde un punto de vista moral, la guerra representa una profunda disyuntiva. Aunque algunas tradiciones justifican la guerra bajo determinadas condiciones (como la Teoría de la Guerra Justa), la magnitud de la destrucción, la pérdida de vidas y el trauma que conlleva suscitan importantes objeciones éticas.
La guerra deshumaniza tanto al agresor como a la víctima. Fomenta la suspensión de las normas morales y legitima actos que de otro modo serían condenables. El uso de niños soldados, el ataque a poblaciones civiles y el empleo de la tortura y la violación como instrumentos de guerra son realidades que evidencian la degradación moral que fomenta la guerra.
Además, las guerras suelen servir a los intereses de unos pocos poderosos a expensas de la mayoría. Las motivaciones económicas —el acceso al petróleo, los minerales o las rutas comerciales estratégicas— se disfrazan a menudo de imperativos ideológicos o de seguridad nacional. Esta disonancia entre las justificaciones morales proclamadas y los objetivos materiales ocultos erosiona la confianza pública y la integridad ética.
3. Impacto social de la guerra
La guerra devasta a las sociedades, especialmente a los segmentos más vulnerables: los niños, los ancianos y los pobres. Destruye escuelas, hospitales, hogares y medios de subsistencia. Las familias son divididas, las comunidades destrozadas y las generaciones marcadas por el trauma.
Las crisis de refugiados son una de las consecuencias sociales más visibles de la guerra. Millones de personas huyen de las zonas de conflicto, a menudo soportando peligrosos viajes en busca de seguridad. Los países de acogida, aunque a veces son receptivos, a menudo tienen dificultades para acoger la afluencia, lo que provoca tensiones, xenofobia y una mayor marginación.
Las sociedades que acaban de salir de un conflicto se enfrentan a retos inmensos: reconstruir infraestructuras, abordar traumas psicológicos y fomentar la reconciliación entre poblaciones divididas. Sin verdaderos esfuerzos de consolidación de la paz, el ciclo de violencia puede repetirse fácilmente.
4. El papel de la sociedad civil contra la guerra
La sociedad civil —compuesta por ciudadanos, organizaciones de base, comunidades religiosas, intelectuales y activistas— desempeña un papel fundamental en la oposición a la normalización de la guerra. Su potencial reside en movilizar a la opinión pública, exigir responsabilidades a los dirigentes y promover una cultura de paz.
Históricamente, los movimientos liderados por la sociedad civil han desempeñado un papel determinante a la hora de poner fin a las guerras o prevenirlas. Las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, la oposición global a la guerra de Irak y las iniciativas de paz contemporáneas en todo el mundo ponen de relieve cómo la resistencia organizada y no violenta puede influir en la toma de decisiones políticas.
Además, la sociedad civil actúa como la conciencia de una nación. Cuando los medios de comunicación, la educación y el discurso público se orientan hacia la empatía, la justicia y el pensamiento crítico, las sociedades son menos susceptibles a la propaganda militarista y más proclives a buscar soluciones diplomáticas.
5. Nacionalismo, economía y las causas de las guerras modernas
Muchos conflictos modernos están alimentados por el nacionalismo tóxico y los intereses económicos. El nacionalismo, cuando se pervierte, se convierte en una fuerza de exclusión, prepotencia y agresión. Proyecta al «otro» como una amenaza que hay que neutralizar en lugar de como un prójimo al que hay que comprender.
Los intereses económicos —especialmente el control de los recursos naturales— suelen estar en el centro de las guerras contemporáneas. Las empresas y los gobiernos pueden aprovechar o exacerbar las tensiones regionales para conseguir contratos, monopolizar la extracción o controlar zonas estratégicas. En estos casos, la guerra se convierte en un negocio y no en el último recurso.
Comprender estas causas es esencial para elaborar estrategias de prevención eficaces. La sociedad civil y las instituciones internacionales deben sacar a la luz y rebatir las verdaderas motivaciones que hay detrás de las guerras, abogando por la transparencia y la gobernanza ética.
6. El actual panorama mundial de la guerra
En la actualidad, numerosos conflictos asolan el planeta: la guerra de Ucrania, las guerras civiles de Siria y Sudán, el conflicto palestino-israelí, las insurgencias armadas en el Sahel y las tensiones en el mar de China Meridional, por citar algunos. Cada uno de estos conflictos presenta complejidades históricas, culturales y geopolíticas únicas, pero comparten patrones comunes: sufrimiento de la población civil, desplazamientos y enfrentamientos geopolíticos.
La guerra de Ucrania ha reavivado el temor a una guerra convencional a gran escala en Europa, mientras que el conflicto de Gaza pone de manifiesto el devastador impacto de la prolongada ausencia de Estado y las disputas territoriales sin resolver. La situación en Sudán es un recordatorio de la rapidez con la que la inestabilidad política puede derivar en violencia generalizada.
En este panorama, la comunidad internacional se enfrenta a enormes desafíos. A pesar de los numerosos convenios, declaraciones y marcos destinados al mantenimiento de la paz, la maquinaria bélica sigue desarrollándose y expandiéndose.
7. Las Naciones Unidas: Entre la esperanza y las limitaciones
Las Naciones Unidas (ONU) se fundaron para «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, preámbulo). Ha desempeñado un papel importante en el mantenimiento de la paz, la diplomacia y la ayuda humanitaria. A través de su Consejo de Seguridad, las Operaciones de Mantenimiento de la Paz y agencias como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la ONU trabaja para mediar en los conflictos, proteger a los civiles y apoyar la reconstrucción de posguerra.
Sin embargo, la ONU se ve a menudo limitada por restricciones estructurales y políticas. El poder de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad puede paralizar la actuación, especialmente cuando chocan intereses geopolíticos. Las misiones de mantenimiento de la paz de la ONU, aunque valerosas, suelen estar infradotadas de fondos y personal.
No obstante, la ONU sigue siendo una plataforma esencial para el diálogo y el multilateralismo. Proporciona legitimidad a las iniciativas de paz y fomenta un orden internacional reglamentado. Reforzar la capacidad de la ONU para prevenir y resolver conflictos es vital para la estabilidad mundial.
8. Las ONG y la respuesta humanitaria a la guerra
Las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) están en primera línea de la ayuda de guerra. Organizaciones como Médicos Sin Fronteras, el Comité Internacional de la Cruz Roja e innumerables grupos religiosos y de base proporcionan atención médica, alimentos, refugio y apoyo psicológico a las víctimas de la guerra.
Las ONG operan a menudo en entornos peligrosos y políticamente conflictivos. Su imparcialidad, dedicación y proximidad a las poblaciones afectadas les permiten atender las necesidades inmediatas y defender a los que no tienen voz. Muchas desempeñan también un papel fundamental en la documentación de los crímenes de guerra y la sensibilización internacional.
Además, las ONG contribuyen a la recuperación en el largo plazo. Facilitan la educación, la formación profesional y la reconstrucción de las comunidades, ayudando a las sociedades devastadas por la guerra a recuperar el sentido de la dignidad y la autosuficiencia. Su labor es un ejemplo del poder de la compasión frente a la crueldad.
9. Hacia una cultura de la paz
Para reducir la prevalencia de la guerra, la humanidad debe cultivar una cultura de la paz. Para ello hace falta algo más que tratados y alto el fuego: se requiere educación, empatía, justicia y un cambio sistémico. Las escuelas deben enseñar la resolución de conflictos y el pensamiento crítico. Los medios de comunicación deben dar prioridad a la verdad y a la dignidad humana sobre el sensacionalismo y la división.
Las comunidades religiosas, los artistas, los científicos y los líderes juveniles tienen un papel que desempeñar en la construcción de la paz. La comunidad mundial debe invertir en desarrollo, igualdad y diálogo en lugar de en armas y disuasión.
La cultura de la paz no es una utopía. Es práctica, necesaria y alcanzable si las sociedades eligen la cooperación frente a la confrontación y el amor frente al miedo.
La guerra sigue siendo un trágico testimonio de los fracasos de la humanidad. Sin embargo, cada conflicto encierra un potencial de transformación. La sociedad civil, las instituciones internacionales y las organizaciones de base tienen la capacidad de oponerse a la lógica de la guerra y sembrar las semillas de la paz. Afrontando las raíces morales y sociales de los conflictos, amplificando las voces de los oprimidos e invirtiendo en la solidaridad humana, podemos avanzar hacia un mundo en el que la guerra deje de ser una tragedia recurrente para convertirse en un recuerdo lejano.
10. Periodismo: Amplificar la verdad y hacer frente a la guerra
En la lucha contra la guerra y la injusticia, el periodismo desempeña un papel indispensable. Los reportajes independientes y valientes sacan a la luz pública la realidad de los conflictos armados, poniendo en tela de juicio los relatos asépticos o propagandísticos. Al documentar las violaciones de los derechos humanos, denunciar la corrupción y dar voz a los supervivientes, los periodistas actúan como testigos de la verdad y defensores de la asunción de responsabilidades.
Los corresponsales de guerra arriesgan a menudo sus vidas para sacar a la luz hechos ocultos tras la censura militar o la manipulación política. Su trabajo humaniza conflictos lejanos, presentando no sólo estadísticas, sino los rostros y las historias de los afectados. Estos relatos pueden movilizar la acción internacional, cambiar la opinión pública y ejercer presión para encontrar soluciones diplomáticas.
En una época de desinformación y concentración de los medios de comunicación, la protección de la libertad de prensa es más importante que nunca. Una prensa vibrante e independiente es la piedra angular de cualquier sociedad democrática y un baluarte contra el estallido de la violencia. El periodismo, cuando es ético y está comprometido con la paz, se convierte no sólo en un registro de la historia, sino en un instrumento de cambio.
Continuará…
0 comentarios