Dios, concédeme la serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar
y sabiduría para distinguir entre ambas.
Con las palabras de esta oración comenzamos los encuentros de los jueves para mujeres sin hogar que acuden a Depaul en Odesa (Ucrania). Para muchas de ellas, el edificio de Depaul se ha convertido en un hogar, porque aquí reciben lo que todo ser humano necesita: comer, asearse y descansar. Una vez satisfechas estas necesidades básicas, tratamos de atender también su dimensión espiritual.
Cada semana participan en estos encuentros entre 6 y 10 mujeres. El año pasado recorrimos las vidas de mujeres bíblicas, desde Eva hasta María, la Madre de Dios. Cada figura nos habló a través de su vida, llena de alegrías y penas, sufrimientos y humillaciones, pecado y santidad. Cada vez más, estas mujeres se convencían de que Dios no está lejos de ellas, que no es indiferente a lo que viven ni a las dificultades que enfrentan. A menudo, mientras escuchaban la enseñanza sobre alguna de las figuras bíblicas, sus ojos se llenaban de lágrimas, señal de que lo que oían tocaba sus corazones.
Después de concluir los encuentros sobre las mujeres de la Biblia, pasamos a un tema sugerido por ellas mismas: «Cómo reconciliarse con la propia vida». La mayoría de las participantes luchan contra el alcoholismo y, con frecuencia, recurren a sustancias como vía de escape ante experiencias duras y dolorosas. A través de las historias de las mujeres bíblicas, aprendemos que no siempre somos responsables de las heridas que otros nos han causado. Pero sí somos responsables de nuestras vidas adultas en el presente. Aunque nuestro pasado nos influya, no nos define. Podemos aprender a amarnos a nosotras mismas y a los demás, a pesar de nuestra historia. Podemos reconciliarnos con nuestra vida y vivirla de manera creativa. En los encuentros también hay un momento para conversar tomando un té, donde las mujeres comparten pensamientos, experiencias o hacen preguntas.
En esos momentos, ¡descubro cómo los Pobres me evangelizan! Al escuchar sus historias, comprendo por mí misma lo que significan las palabras de la Constitución 10a: Las Hermanas encuentran a Cristo y lo contemplan en el corazón y en la vida de los pobres, donde su gracia actúa siempre para santificarlos y salvarlos. A través de sus vidas, Jesús me muestra cuánto me ama, cuánto he recibido de Él, y cómo muchas veces no sé valorar lo que me da.
Como ejemplo, contaré la historia de una mujer que asiste regularmente a las reuniones. Hace unos meses, en Depaul, llegó una señora llamada María. Llevaba un rosario colgado al cuello y decía ser católica. Es la única que siempre saluda diciendo: «¡Alabado sea Jesucristo!»
Compartió su historia en una de las reuniones. Nació en Transcarpacia, en una familia católica. Fue criada por sus abuelos y padres creyentes. Tuvo un matrimonio feliz, un esposo cariñoso y un buen trabajo. Pero tras la muerte de su marido, apareció un hijo de él, a quien ella no conocía. El hijo demostró su derecho a heredar el piso, pero pronto el tribunal lo expropió y María quedó en la calle, sin hogar. Ella aceptó esta realidad diciendo: «¡Quizá el Señor Dios espera de mí justamente este sacrificio!» Vive en la indigencia; aún no tiene la edad para jubilarse y su salud no le permite trabajar. Da gracias a Dios por Depaul, por poder quedarse allí, a pesar de las muchas incomodidades de vivir con personas sin hogar y con adicciones.
Al terminar una de las reuniones, María dijo: «Sor, no puedo quedarme de brazos cruzados. ¡Quiero hacer algo!» Le dimos una tarea: enhebrar Medallas Milagrosas y empaquetar Escapularios Verdes para los soldados. Ella lo hace con alegría, feliz de poder contribuir a difundir la Medalla. Cada pocos días nos cuenta: «Ayer entregué algunas medallas. Cuando ven que estoy enhebrando, se interesan y me piden una. Yo se las doy diciéndoles que la cuiden, que no es un talismán, sino un signo de la protección de la Virgen».
Para terminar, vuelvo a la oración con la que inicié este testimonio. También la tengo colgada en mi habitación, para que, cuando me preparo para la catequesis o para los encuentros con los Pobres, no olvide decirle al Señor:
Dios, concédeme la serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar en mi vida o en la vida de los Pobres; el valor para cambiar lo que sí puedo cambiar y la sabiduría para distinguir entre ambas cosas.
Sor Mariana Agalarova, HC
Fuente: https://filles-de-la-charite.org/
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