Un adiós al Papa Francisco desde Rabé de las Calzadas: el testimonio de un peregrino americano

por | May 30, 2025 | Espiritualidad y práctica espiritual, Noticias | 1 Comentario

Mientras el mundo dirigía la mirada a Roma el 26 de abril de 2025, siguiendo con reverencia y ceremonia el funeral del Papa Francisco, Sean estaba caminando. Como peregrino del Camino de Santiago, se encontraba lejos de los titulares, en el tranquilo pueblo de Rabé de las Calzadas, Burgos, España. Fue allí, en una humilde capilla de piedra atendida por una comunidad de Hijas de la Caridad, donde Sean encontró algo más íntimo de lo que podría ofrecer cualquier homenaje televisado o procesión de Estado.

A continuación, su testimonio personal de ese momento de dolor, sanación y gracia inesperada, en medio de un viaje espiritual que tuvo tanto que ver con la reconciliación interior como con los destinos sacros. En la pequeñez de aquella iglesia, y en la ternura de la oración de una desconocida, Sean vislumbró algo eterno.

En sus propias palabras:

Era una pequeña iglesia. Fuera del camino principal. Y no se ven muchas iglesias «pequeñas» en el Camino. La mayoría de las iglesias aquí son monumentos góticos. Gargantúas de piedra, con campanas, altísimas puertas medievales y altares dorados.

No era una de ésas. Se trataba de una pequeña capilla de piedra, al borde de la carretera. Parecía más un viejo granero que una iglesia. Había algunos peregrinos dentro. Había una religiosa junto a la puerta, sonriendo a los visitantes.

Me crucé de brazos y me senté en un banco.

Después de 8 horas de caminata diaria bajo el sol español, uno aprende a amar las iglesias a un nivel más humano; a apreciarlas exactamente por lo que son. Un refugio.

Me siento ante el altar. Inclino la cabeza.

Curiosamente, en este preciso momento, se está celebrando el funeral del Papa Francisco, a un montón de kilómetros de este polvoriento pueblo.

Hay peregrinos en el camino que siguen el funeral por teléfono móvil, porque se trata de un gran acontecimiento mundial. En el Vaticano asisten reyes, reinas y presidentes. Hay 130 delegaciones nacionales, 50 jefes de Estado y 4.000 periodistas de todo el mundo cubriendo escrupulosamente el acontecimiento para poder informar de detalles de importancia internacional como, por ejemplo, qué trajes llevaba cada uno.

Pero estas monjitas no están en la Ciudad del Vaticano. Están aquí, en el tranquilo pueblo de Rabé de las Calzadas. Y están centradas en el aquí y ahora.

Y ahora mismo, hay un americano memo sentado en su banco. Un peregrino. Yo.

Estoy sucio, gastado y no huelo bien porque nadie huele bien después de caminar durante ocho horas. Estoy mirando al altar y pensando por qué estoy aquí.

¿Por qué?

Porque tengo la misma edad que tenía mi padre cuando se quitó la vida. Yo tenía once años. La noche antes de su muerte, intentó matar a mi madre. Nos mantuvo a mi hermana y a mí como rehenes hasta que el departamento del sheriff llegó con armas antidisturbios y lo sometió. Mi última imagen de mi padre fue su arresto.

¿Por qué?

Porque mi vida se fue al infierno durante la infancia. Mi infancia posterior fue una ruina. Abandoné la escuela. Nunca conocimos a la familia de mi padre. Apenas conocí a mis abuelos. No conocí a mis tíos ni a mis primos.

¿Por qué?

Porque pasamos apuros cuando yo era niño. Porque he pasado la mayor parte de mi vida con una enfermedad mental moderada, luchando contra la depresión hasta los 20 años. Tuve terrores nocturnos hasta los 30. Mi juventud enferma no fue bonita, fue embarazosa y todavía me humilla.

A veces, siento pena por el niño que fui. A veces quiero enterrar a ese niño trágico y dejar que descanse en paz junto a los restos del gran error de mi padre. Ya no soy ese niño. Soy yo. Y sólo quiero ser libre.

La pequeña monja cojea hacia mí. Es anciana y camina con pasos torpes. Lleva un hábito sencillo con un velo negro y zapatos cómodos.

La hermana no espera que un peregrino americano bobalicón como yo hable español, así que se alegra cuando se entera de que entiendo sus palabras.

«¿Necesitas rezar, mijo [hijo mío]?», me dice.

Le digo que sí, que me gustaría que alguien rezara por mí.

«¿Sufres?», me pregunta.

Hago una pausa.

Nunca lo había pensado con esas palabras. Pero sí, le digo, sufro. Supongo que sí.

No estoy preparado para que me abrace como lo hace. No estoy preparado para que una española diminuta me coja la cara con las dos manos y apriete su frente contra la mía. Puedo sentir el hueso de su frente contra la mía.

Me abraza así durante unos instantes sin hablar. Dos frentes apretadas.

Pronto estoy llorando como un adolescente. Otros peregrinos me miran. El americano grande y estúpido, sollozando, haciendo el ridículo. Pero no puedo evitarlo.

Reza en español. Después, me hace la señal de la cruz en la frente con la punta del pulgar. Después nos abrazamos un poco más, meciéndonos de un lado a otro, mientras otros peregrinos miran boquiabiertos. Cuando me voy, mi mochila parece más ligera.

Y así fue como el 26 de abril de 2025, el Papa Francisco recibió sepultura. Y creo que también aquel niño triste.

Sean.

Fuente: Equipo de Hermanas en el Camino.
https://sites.google.com/view/peregrinos-hc/inicio
https://www.youtube.com/channel/UCrtVMYSmwEyYmM7v0Dzu6kQ

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1 Comentario

  1. Mercedes

    Me ha emocionado, leer este relato.

    Responder

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