Contemplación: Con singular prudencia y modestia

por | May 24, 2025 | Formación, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

Este artículo apareció originalmente en ssvpusa.org

«Sería bueno sentar desde el comienzo este principio —aconsejaba el Beato Federico a Emmanuel Bailly—: la humildad es tan obligatoria para las asociaciones como para los individuos» [Carta a François Lallier, de 5 de octubre de 1837]. Federico no creía, como algunos de los primeros miembros, que la Sociedad debía ser secreta, sino que debía darse a conocer por sus obras, no por sus palabras, sin publicitarse ni ocultarse.

Su motivación no era que considerase que sus (y nuestras) vivencias y el crecimiento mediante nuestras obras no fuesen importantes. Al contrario, en sus numerosos artículos sobre temas sociales en l’Ere Nouvelle (el periódico que ayudó a fundar en 1848), recurrió al profundo bagaje de sus relaciones personales con los pobres, pero nunca atribuyó sus conocimientos o experiencia a las obras de la Sociedad. En cambio, con su ejemplo, anticipó la enseñanza de la Iglesia de que la participación cultural, económica, política y social «es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común» [Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nº 189] ¿Cómo no iba a imprimir en todo lo que hacía la conversión personal que sentía?

Del mismo modo, cuando invitamos a nuevas personas a participar en nuestras Conferencias, nunca puede ser por nuestra grandeza o reputación, ya que, como explicó Federico, «el mayor peligro de todos es el respeto mundano», que puede comprometer la integridad de nuestro compromiso [cfr. Baunard, 197]. Como el obseso por las redes sociales que ansía el subidón de cada «me gusta», cuando damos demasiado valor a nuestra reputación, pronto podemos darnos cuenta de que nos hemos ganado otra muy distinta.

Servimos primero y siempre para acercarnos a Cristo, y como explicó Emmanuel Bailly, «nuestra Sociedad es de acción, debe hacer mucho y hablar poco…» [Bailly, Carta circular de diciembre de 1842] La importancia del éxito de la Sociedad en esto fue reconocida por el Papa León XIII en su encíclica Humanus Genus de 1884.

El papa, aunque reconocía que los actos y propósitos de «esta Sociedad ejemplar… son bien conocidos», decía, la Sociedad «da socorro a los pobres y miserables… con singular prudencia y modestia». Así que, concluía, «cuanto menos quiere ser vista, tanto mejor se presta al ejercicio de la caridad cristiana, y al alivio de los que sufren» [Humanum Genus, 35]

Una de las grandes ironías de nuestra vocación es que nosotros somos sus mayores beneficiarios. Sin embargo, sólo nos beneficiamos a través de la humildad de reconocer que «no podemos lograr nada de valor eterno sin Su gracia» [Regla, Parte I, 2.5.1]. Es vaciándonos de nosotros mismos como dejamos espacio para que Dios nos llene de nuevo. La Sociedad no pretende ser secreta, pero la invitación que ofrecemos a otras personas, la llamada a servir como vicentino, no es una llamada a convertirnos en expertos, o a alcanzar el éxito mundano, sino a transformarnos profundamente a nosotros mismos; a ser mejores «para hacer más felices a los demás» [carta a Amélie Soulacroix, de 28 de febrero de 1841].

Contemplar

¿Invito a otros a entrar en la Sociedad por sus logros, o para servir calladamente y por amor a Dios?

Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.

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