El 18 de mayo de 2025, el Papa León XIV pronunció su homilía inaugural como nuevo Obispo de Roma. En un mundo marcado por la inquietud, la división y una profunda hambre espiritual, el nuevo Papa estableció el tono de su pontificado con un mensaje de unidad, caridad y celo misionero. He aquí diez pasajes destacados de su homilía, junto con reflexiones especialmente pensadas para los miembros de la Familia Vicenciana, aquellos que siguen las huellas de San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac, Santa Isabel Ana Seton, el Beato Federico Ozanam y muchos otros.
1. «El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús».
Para la Familia Vicenciana, esto no es sólo una proclamación de misión, es una forma de vida. La caridad no es simplemente una actividad que realizamos; es la fuente de nuestra credibilidad y nuestra autoridad. Como recordaba San Vicente de Paúl a sus seguidores: «Amemos a Dios, pero que sea con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente». El amor debe encarnarse. Si nuestro servicio a los pobres se convierte en espectáculo o paternalismo, perdemos el corazón mismo de nuestra vocación. El Papa León nos recuerda que nunca debemos sustituir el amor de Cristo por la estrategia o el control. En los barrios pobres, en los comedores de beneficencia, en nuestras comunidades vicencianas, nuestra autoridad debe estar arraigada en nuestra forma de amar y servir.
2. «Cuando Jesús le pregunta a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos aún más, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos».
Este es el camino del «amor más grande» al que cada vicenciano está llamado. Ya seamos laicos u ordenados, solteros o casados, religiosos o voluntarios, nuestra misión no parte de lo que hacemos, sino de a Quién hemos encontrado. Para servir eficazmente, primero debemos dejarnos amar incondicionalmente por Dios. Sólo entonces podremos pasar de la caridad transaccional al amor sacrificial. Es este «amor más grande» el que permite a una Hija de la Caridad abrazar a un niño abandonado, o a un joven vicenciano solidarizarse con los emigrantes, o a un hermano de la Congregación de la Misión acompañar a un preso moribundo. Para alimentar a sus corderos, primero debemos alimentarnos de su amor.
3. «En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad».
La Familia Vicenciana está llamada a ser esta levadura. San Vicente dijo una vez: «Los pobres son vuestros amos». Si el mundo de hoy está marcado por la división y la exclusión, nuestro papel no consiste simplemente en aliviar los síntomas, sino en transformar la estructura desde dentro. Como Familia, no somos una mera organización de prestación de ayuda; somos fermento evangélico. Ya sea en iniciativas de cambio sistémico, proyectos de vivienda o acompañamiento de base, estamos llamados a inyectar el Evangelio en el tejido mismo de la sociedad. La llamada del Papa León es clara: debemos vivir una fraternidad contracultural que se enfrente a la injusticia y ofrezca una alternativa creíble, enraizada en Cristo y vivida entre los pobres.
4. “Con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia».
Esta humildad es el corazón palpitante del liderazgo vicenciano. San Vicente de Paúl no se consideraba superior a los pobres, sino su humilde compañero. Las palabras del Papa León se hacen eco de este mismo espíritu. En un contexto vicenciano, esto significa que nuestros líderes —ya sean presidentes, superiores o coordinadores de proyectos— deben verse a sí mismos primero como servidores. Nuestra fuerza no reside en nuestros títulos, sino en nuestra voluntad de caminar con los demás en el amor, la alegría y la fe. En un mundo fragmentado, este humilde servicio se convierte en algo revolucionario.
5. «Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno».
He aquí el corazón de la evangelización: ofrecer a Cristo, no ideologías. Como vicencianos, nuestro servicio siempre debe transparentar a Cristo. Alimentamos a los hambrientos porque hemos sido alimentados por Cristo. Cuidamos de los que están solos no para satisfacer nuestras propias necesidades, sino porque Cristo nos amó primero. Al hacerlo, proclamamos con nuestras vidas que «en el único Cristo, somos uno». Ya sea en el diálogo interreligioso, en los proyectos sociales o en las visitas a los enfermos, no nos avergoncemos nunca de dar a conocer a Cristo, no con eslóganes, sino con el humilde testimonio del amor.
6. «Construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad».
Nuestro carisma vicenciano es encarnado: se mete en el meollo de la historia, escucha el grito de los pobres y responde con actos concretos de misericordia y justicia. Nuestra vocación nos llama a dejarnos interpelar -por los sin techo, por la soledad, por el colapso ecológico, por la injusticia sistémica- y responder como un solo cuerpo. El Papa León no nos llama al confort, sino a la misión. Vayamos, pues, con los brazos abiertos al mundo.
7. «Todos, en efecto, hemos sido constituidos piedras vivas, llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias».
La Familia Vicenciana está formada por muchas ramas. En la vasta Familia Vicenciana cada cultura, cada generación aporta su piedra al templo común. No somos competidores, somos co-constructores. La armonía del Espíritu exige respeto mutuo, corresponsabilidad y amor. En un mundo que se aísla, el Papa León nos propone que las diferencias no dividan, sino que enriquezcan. Que nos atrevamos a construir juntos esta casa.
8. «Quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado».
La unidad no es uniformidad, y la reconciliación no es pasividad. La Iglesia que imagina el Papa León -unida, misionera, reconciliadora- es la Iglesia a la que San Vicente aspiraba a servir. Nuestras obras de caridad deben conducir a la comunión. Cuando servimos a los pobres, no sólo satisfacemos necesidades, sino que reconciliamos a la humanidad. Cada visita a domicilio, cada acto de misericordia, cada palabra de aliento pueden convertirse en sacramento. Si el mundo está fracturado, seamos nosotros las suturas de su curación.
9. «Estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo».
Esto es inculturación en acción. Los vicencianos sirven en todos los continentes, culturas y contextos. La tentación es imponer, pero el Papa León nos recuerda que debemos valorar, no suprimir. Los pobres no son problemas que hay que solucionar: son personas con dignidad, memoria y fe. Amarles es acogerles. Al mismo tiempo que adaptamos nuestro carisma a las diversas culturas, debemos aprender a ver a Cristo en cada rostro, a hablar de su amor en cada lengua y a honrar lo sagrado en cada tradición. Sólo entonces podrá florecer la verdadera unidad.
10. «Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio […] Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.».
Es la hora del amor. Es el momento de despertar nuestro celo, renovar nuestras comunidades y comprometernos de nuevo con nuestra misión. El Evangelio no es una verdad abstracta, es el amor encarnado de Dios que nos hace familia. Al caminar juntos -sacerdotes, laicos, jóvenes y mayores, pobres y ricos- somos la Iglesia con la que sueña el Papa León: misionera, alegre, humilde y unida. Amémonos los unos a los otros y, al hacerlo, hagamos a Dios visible de nuevo en nuestro mundo herido.
La homilía inaugural del Papa León XIV no es sólo un mensaje a la Iglesia, es una hoja de ruta para la renovación. Que asumamos estas palabras y, con fe, humildad y amor audaz, continuemos nuestra peregrinación hacia el Reino en el que todos somos hermanos y hermanas, y Cristo es todo en todos.
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