La tarde del 8 de mayo de 2025, el mundo volvió a mirar hacia la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro. Las campanas repicaron alegremente, las cortinas se abrieron y, desde el famoso balcón, el Papa recién elegido apareció ante el pueblo. Fue presentado al mundo como el Papa León XIV, sucesor de Pedro y guía espiritual de más de mil millones de católicos. La plaza, rebosante de peregrinos y espectadores de todo el mundo, escuchó en atento silencio sus primeras palabras, no como soberano, sino como hermano y pastor.
Su discurso fue breve, pero cada frase estaba cargada de significado. Pronunciadas en un tono cálido y pastoral, sus palabras contenían ecos de las Escrituras, de la sabiduría de los santos y del legado de sus predecesores, especialmente del Papa Francisco, cuya salud y serena perseverancia en sus últimos años habían marcado profundamente a la Iglesia. El mensaje del Papa León fue sencillo pero profundamente teológico: paz, unidad, misión y esperanza. Saludó no sólo a Roma, sino al mundo entero; no sólo a los católicos, sino a todas las personas que anhelan hallar luz en tiempos de incertidumbre.
Para la Familia Vicenciana, este primer mensaje es un tesoro espiritual que recuerda nuestras convicciones más profundas: que Dios camina con los pobres, que la paz nace del amor, que la Iglesia debe ser misionera y sinodal, que estamos llamados a construir puentes y no muros. El Papa León habla como alguien familiarizado con el olor a oveja, como alguien formado por la experiencia pastoral y anclado en el Evangelio.
A continuación presentamos una reflexión sobre diez contundentes declaraciones de ese primer mensaje. Cada uno de ellas encierra una chispa de esperanza, en particular para los que estamos comprometidos con el carisma de San Vicente de Paúl. No se trata de ideales abstractos, sino de palabras vivas que pueden guiarnos como discípulos y misioneros en el mundo de hoy.
Diez mensajes de esperanza del Papa León XIV: Un tema de reflexión para la Familia Vicenciana
1. «¡La paz esté con todos ustedes!» — El saludo de Cristo resucitado
«La paz esté con vosotros» (Juan 20,19).
«¡La paz esté con todos ustedes!» Con estas palabras, haciéndose eco del saludo de Cristo resucitado a sus discípulos, el papa León XIV comenzó su pontificado. Desde el primer momento, se presentó no como un gobernante por encima de los demás, sino como un hermano entre nosotros, ofreciendo la misma bendición que Cristo ofreció a puertas cerradas en la noche de Pascua. La paz que invocó no es el frágil equilibrio de los acuerdos humanos, sino la paz profunda e inquebrantable de Cristo, desarmado y desarmante, humilde y perseverante. Es la paz que brota de un Dios que ama incondicionalmente, que no viene con poder para dominar, sino con las manos heridas por amor.
Para la Familia Vicenciana, esto es más que una afirmación teológica: es una llamada a vivir de manera diferente. En los barrios heridos por la violencia y la desesperación, en los márgenes donde los pobres son demasiado a menudo olvidados, estamos llamados a llevar esa misma paz. San Vicente de Paúl nos recordó que la caridad debe ser suave, paciente y humilde. Esta paz no se puede imponer, hay que vivirla. Debe atravesar las puertas abiertas de nuestro corazón, nuestra mirada, nuestras manos y nuestra presencia.
2. «Una paz desarmada, una paz desarmante, humilde y perseverante»
«Se despojó de sí mismo, tomando la forma de esclavo…» (Filipenses 2,7).
Entre las frases más impactantes pronunciadas por el papa León XIV en su primer discurso se encuentra su descripción de la paz de Cristo resucitado como «una paz desarmada, una paz desarmante, humilde y perseverante». En pocas palabras, desmontó la concepción habitual del mundo de la paz como algo impuesto por la fuerza o negociado a través del miedo. En su lugar, ofreció una paz nacida de la fragilidad, del amor perdurable, de un Dios que se niega a ejercer el poder contra nosotros.
Para la Familia Vicenciana, este tipo de paz no es un ideal distante, sino una llamada diaria. Se necesita valor para permanecer desarmados en un mundo violento, para desarmarnos del orgullo, el control o la superioridad, y ofrecer en su lugar una presencia amable y perseverante que construya la confianza con los pobres y los excluidos. Es el tipo de paz que vivía San Vicente de Paúl cuando rechazaba la venganza y elegía la reconciliación, cuando respondía a la injusticia con una caridad incansable. Es el tipo de paz que persevera ante el rechazo, que vuelve humildemente cada día a servir sin ostentación, sin buscar aplausos. En un mundo cada vez más cansado de voces duras y puños cerrados, la Iglesia —y la Familia Vicenciana en su seno— está llamada a encarnar esta paz desarmante: una paz que sorprende por su ternura y transforma con su fuerza tranquila.
3. «Dios los ama a todos y el mal no prevalecerá»
«La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido» (Juan 1,5).
El papa León nos recordó que «Dios nos ama a todos y el mal no prevalecerá». No son palabras ingenuas, sino una proclamación audaz arraigada en el corazón del Evangelio. San Pablo escribió a los romanos que nada —ni la muerte, ni la vida, ni ningún poder— puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús. En un mundo a menudo ensombrecido por el cinismo y el miedo, las palabras del Papa suenan como una trompeta de esperanza en la resurrección. El mal existe, sí, pero no tiene la última palabra.
Para los vicencianos que cada día se encuentran con el sufrimiento de los pobres, esta promesa es un balón de oxígeno. Es lo que nos sostiene ante la injusticia, cuando la esperanza parece perdida. Servimos con la convicción de que el amor es más fuerte que el odio, que la compasión puede desmantelar los sistemas de indiferencia.
4. «Sin miedo, unidos y de la mano con Dios y entre nosotros»
«No temáis: yo estoy con vosotros…» (Isaías 41,10)
«Sin miedo, unidos y de la mano con Dios y entre nosotros», prosiguió el Papa. Hay una gran fuerza en esa imagen. Un pueblo que camina juntos, unido en la fe, cimentado en la amistad divina y la solidaridad humana. El miedo aísla; la comunión fortalece.
La Familia Vicenciana, internacional y diversa, es más fuerte cuando está unida, cuando nos mantenemos hombro con hombro, escuchando profundamente los gritos de los pobres y los unos a los otros. El papa Francisco, en Fratelli Tutti, nos recordó que nadie se salva solo (§32). Esta unidad no es uniformidad, es armonía nacida de una misión compartida, basada en la persona de Jesús.
5. «Ayúdense también ustedes, los unos a los otros, a construir puentes con el diálogo, con el encuentro…»
«Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo, [nos] ha dado el ministerio de la reconciliación» (2 Corintios 5,18).
Y en esta unidad, somos enviados a ayudarnos «los unos a los otros, a construir puentes con el diálogo, con el encuentro». El papa León nos invita a una cultura del encuentro que rechaza los muros. San Pablo dijo a los corintios que Dios nos había confiado el ministerio de la reconciliación. El diálogo, entonces, no es una herramienta diplomática, es una disciplina espiritual.
Para la Familia Vicenciana, el diálogo se produce cuando nos sentamos al lado de un prójimo cuyo idioma apenas conocemos, cuando llamamos a la puerta de alguien a quien la sociedad ha excluido. San Vicente nos enseñó que encontramos a Cristo en los pobres, no para «arreglarlos», sino para acogerlos. Y en ese encuentro mutuo nace un puente.
6. «Para proclamar el Evangelio, para ser misioneros»
«Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mateo 28,19-20).
El impulso misionero del Papa es claro: «Anunciar el Evangelio, ser misioneros». No se trata de un papel reservado a unos pocos, sino de la identidad misma de los bautizados. El mundo de hoy no se alcanza solo con proclamas, sino con el testimonio, con vidas que hacen eco de las Bienaventuranzas, que hacen visibles la alegría y la justicia del Reino. El papa Pablo VI escribió que el mundo escucha más a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, es porque son primero testigos (Papa Pablo VI, Discurso a los miembros del Consilium de Laicis, 2 de octubre de 1974).
Los vicencianos, que recorren pueblos, prisiones, refugios y escuelas, llevan el Evangelio en sus personas y en sus acciones. Evangelizar es acompañar, sostener, amar.
7. «Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo»
«No es que seamos señores de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestra alegría, porque vosotros permanecéis firmes en la fe» (2 Corintios 1, 24).
En un momento memorable, el papa León se identificó con las palabras de san Agustín: «Con vosotros soy cristiano, para vosotros obispo» (Sermón 340). Aquí vemos el corazón del liderazgo de servicio: no la autoridad como control, sino como comunión. La frase de Agustín afirma que el obispo pertenece al pueblo, no está por encima de él.
San Vicente vivió esto profundamente, rechazando los honores y el estatus, y eligiendo en cambio la cercanía de los pobres. En nuestros propios roles vicencianos, ya sea como líderes laicos, clérigos, animadores juveniles o formadores, estamos llamados a dirigir caminando junto a los demás, no por delante de ellos. La autoridad arraigada en la humildad es un terreno fértil para la confianza.
8. «Una Iglesia … con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor»
«La caridad está en el corazón de la doctrina social de la Iglesia» (Caritas in Veritate, §2).
El Papa presentó entonces una imagen de la Iglesia como un «lugar con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor».
Esta imagen de una plaza abierta, un hogar espiritual, cala profundamente en el corazón vicenciano. Nuestro carisma se encarna en la apertura. San Vicente de Paúl nos enseñó que debemos acoger a los pobres con la misma ternura con la que acogeríamos al mismo Cristo (cf. Conferencia 30, «Sobre las Reglas», 30 de mayo de 1647, SVP ES IX-1, 288ss). La Iglesia no debe convertirse en una fortaleza para los cómodos, sino en un hospital de campaña, como decía a menudo el papa Francisco. Y la Familia Vicenciana, presente en los campos de refugiados y en los barrios marginales, debe ser las manos tendidas de la Iglesia
9. «Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina»
«Jesús mismo se acercó y caminó con ellos» (Lucas 24,15).
El sueño del papa León es una «Iglesia sinodal, una Iglesia que camina». Es una Iglesia que escucha, que discierne, que se mueve con el pueblo y no solo para él. No se trata de una visión burocrática, sino profundamente bíblica. En el camino de Emaús, Jesús caminó con los discípulos, escuchando antes de explicar.
La Familia Vicenciana está convencida de que la sabiduría brota desde abajo, que las voces de los pobres importan, que la formación se da en el movimiento. Nuestras reuniones de la Familia Vicenciana, nuestras misiones colaborativas, nuestros discernimientos comunitarios son signos de esta Iglesia que camina.
10. «Recemos juntos por esta nueva misión … por la paz en el mundo, pedimos esta gracia especial de María»
«Todos ellos se dedicaban con unánime acuerdo a la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús…» (Hechos 1,14).
Y, finalmente, el Papa nos invitó a rezar juntos, a confiar la misión a María. «Pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre». En esto se hacía eco de la Iglesia primitiva, que se reunió en oración con María antes de Pentecostés.
Vicente de Paúl y Luisa de Marillac tenían una gran confianza en la protección maternal de María. Ella no es una figura pasiva, sino una peregrina activa de la fe, que camina con nosotros, fortalece nuestra esperanza e intercede con ternura. En este camino, ella es nuestra compañera, nuestra hermana y nuestra madre.
Al comenzar su ministerio, el papa León XIV nos ofrece con este mensaje no solo un programa, sino un camino. Para la Familia Vicenciana son un espejo y una llamada, un recordatorio de que nuestro carisma está vivo y es necesario en el mundo de hoy. Caminemos juntos con él, de la mano de Dios y de los pobres, llevando la paz de Cristo resucitado dondequiera que vayamos.
Texto íntegro de la primera intervención del Papa León XIV
¡La paz esté con todos ustedes!
¡Queridísimos hermanos y hermanas! Este es el primer saludo de Cristo resucitado, el buen pastor, que ha dado la vida por el rebaño de Dios.
También yo quisiera que este saludo de paz llegue hasta sus corazones y les alcance a sus familias y a todas las personas, donde quieran que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!
Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, una paz desarmante, humilde y perseverante, que proviene de Dios, de Dios que nos ama a todos incondicionalmente.
Todavía conservamos en nuestros oídos, esa voz débil pero siempre valiente del Papa Francisco que bendecía a Roma. El Papa que bendecía a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero, esa mañana del día de Pascua. Permítanme dar continuidad a esa misma bendición: Dios nos quiere, Dios los ama a todos y el mal no prevalecerá, estamos todos en las manos de Dios.
Por lo tanto, sin miedo, unidos y de la mano con Dios y entre nosotros vayamos adelante, seamos discípulos de Cristo, Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz. La humanidad necesita de Él como puente para ser alcanzada por Dios, por su amor.
Ayúdense también ustedes, los unos a los otros, a construir puentes con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz.
¡Gracias al Papa Francisco! Quisiera también agradecer a todos mis hermanos cardenales, que me han elegido para ser el sucesor de Pedro y caminar junto a ustedes, como Iglesia unida, buscando siempre la paz y la justicia, buscando siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros.
Soy un hijo de San Agustín, agustino, que ha dicho con ustedes ‘soy cristiano y para ustedes obispo y en este sentido podemos todos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.
A la Iglesia de Roma un saludo especial. Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes de diálogo, siempre abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos, a todos aquellos que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.
(En español) Y si me permiten también una palabra, un saludo a todos aquellos…. en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe, y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo.
(Nuevamente en italiano) A todos ustedes hermanos y hermanas de Roma, de Italia y de todo el mundo: queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, busca siempre la caridad, busca siempre ser cercana, especialmente a quienes sufren.
Hoy, el día de súplica a la Virgen de Pompeya, nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor.
Ahora quisiera rezar junto con ustedes, recemos juntos por esta nueva misión, por esta misma Iglesia, por la paz en el mundo, pedimos esta gracia especial de María, nuestra Madre.
Ave María
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