Marcos 12,28-35
En enero de este año, nuestro querido Papa Francisco escribió a la Congregación de la Misión: «Los comienzos de su Congregación se encuentran en la profunda experiencia personal de san Vicente de Paúl del ‘fuego de amor’ que ardía en el corazón del Hijo de Dios encarnado, y lo llevó a identificarse con los pobres y los marginados».
Francisco tenía conocimiento de que, el año anterior a su muerte, el gran santo había impartido una serie de conferencias sobre las Reglas Comunes de la Congregación. De hecho, nuestro santo fundador había llegado al capítulo 2, artículo 12, de dichas reglas, y de su corazón brotó una conferencia muy conmovedora sobre la naturaleza y los fines del amor, dirigida a los miembros de la Congregación de la Misión. En última instancia, responde a la pregunta que plantea la celebración de hoy:
¿Por qué la Congregación de la Misión?
Reflexionando sobre el evangelio que acaba de proclamar el padre Tri, tal vez el capítulo 12 de Marcos, o sus derivados en los evangelios de Lucas y Mateo, Vicente declaró: «Miremos al Hijo de Dios. […] Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención. Hermanos míos, si tuviéramos un poco de ese amor, ¿nos quedaríamos con los brazos cruzados? ¿Dejaríamos morir a todos esos que podríamos asistir? No, la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás».
No solo debemos amar a Dios, sino también hacer que los demás le amen.
Vicente continuó: «No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo, como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar de manera que a su vez los hombres amen a su Creador, que los conoce y reconoce como hermanos, que los ha salvado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte a su único Hijo».
¡Qué tarea tan impresionante! No podía hacerlo solo. Esta nueva idea precisaba una estructura. Dios le inspiró la idea de una congregación con una regla de vida y servicio que respondiera a las preguntas que él sabía que debían estar en la mente tan humana de sus ahora devotos cohermanos, con los «brazos cruzados» ante él:
Vicente lanzó una pregunta retórica ese día: «¿Cómo se la daremos a los demás, si no la tenemos entre nosotros? Observemos bien si existe, no ya en general, sino cada uno dentro de sí, y si ha alcanzado el grado que debía; pues, si no es ardiente, si no nos amamos mutuamente como nos amó Jesucristo y no producimos actos semejantes a los suyos, ¿cómo vamos a esperar que podremos llevar este amor por todo el mundo? No se puede dar lo que no se tiene».
¡Sí! La primera tarea de la Congregación era vivir en el amor y la estima mutuos.
Entonces, Vicente se preguntó: «¿Me comporto realmente con mi prójimo como me gustaría que él se comportara conmigo?».
Hoy, los Hechos de los Apóstoles describen la actividad de la primera comunidad cristiana: «Con gran poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús». ¡Dar testimonio! La segunda tarea de la Congregación.
Dar testimonio se convirtió en un estilo, una forma de vida, que inspiraba un amor caracterizado por cinco virtudes: sencillez, humildad, mansedumbre, autodisciplina y celo por la salvación de las almas. Se tradujo en ministerios y buenas obras. Se convirtió en una regla. Se transformó en una estructura: la Congregación de la Misión.
Y así nos reunimos, al umbral, si Dios quiere, de los próximos 400 años. Ahora bien, es evidente que San Vicente no pensaba en las universidades, entonces, ¿por qué existe una Universidad Saint John’s? Porque ustedes y yo compartimos un deber, que nos han revelado los jóvenes que Dios nos envía.
En la carta que he citado anteriormente, el papa Francisco concluía: «Estoy convencido de que el ejemplo de san Vicente puede inspirar especialmente a los jóvenes, quienes, en su entusiasmo, generosidad y preocupación por construir un mundo mejor, están llamados a ser testigos audaces y valientes del Evangelio entre sus contemporáneos y dondequiera que se encuentren».
Tú y yo compartimos esta convicción. ¡Es como si San Vicente nos estuviera hablando! Da testimonio e inspira ese testimonio en los demás.
Vicente dijo: «Pues bien, si es cierto que hemos sido llamados a llevar a nuestro alrededor y por todo el mundo el amor de Dios, si hemos de inflamar con él a todas las naciones, si tenemos la vocación de ir a encender este fuego divino por toda la tierra, si esto es así, ¡cuánto he de arder yo mismo con este fuego divino!».
En respuesta, necesitábamos crear y mantener otras estructuras, como la de St. John’s, para enseñar el camino, para preservar el fuego. Para compartir el fuego. Recordamos estas palabras de San Vicente, como hacemos cada año en abril:
«No me basta con amar a Dios, si no lo ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo, como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar de manera que a su vez los hombres amen a su Creador, que los conoce y reconoce como hermanos, que los ha salvado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte a su único Hijo».
Si leemos los evangelios, no podemos dejar de comprender que el tipo de adoración que quería Jesús de Nazaret no se encontraba en los templos ni en las sinagogas. El suyo era el tiempo de la adoración en Espíritu y en verdad. El amor se derramó desde el Padre en la Encarnación. El amor brotó del costado herido de Jesús. El amor brotó en una vida, una muerte, una resurrección. Supongo que, al final, este amor por Dios y este amor de Dios destinado a cada uno de nosotros y al mundo entero, es realmente un único acto de verdadera adoración. Dios que se acerca a nosotros en Jesús, y nosotros, en Jesús, que nos acercamos a Dios. Sí. Eso es. Esta Congregación de la Misión y esta Universidad son, en el fondo, actos de adoración. Por eso, es apropiado que celebremos la Eucaristía, en este tiempo sagrado de muerte y resurrección, para recordarnos que la verdadera adoración, este amor desmesurado, este «pazzo d’amore» que nos recordó el padre Shanley en la celebración de ayer por la tarde con nuestros académicos católicos, es la razón de ser, con 400 años de antigüedad —oh, ¿por qué no un poco de francés para San Vicente—, la raison d’être [razón de ser] de la Congregación y de nuestra querida Universidad.
San Vicente rezó así en cierta ocasión:
Oh, Salvador, que nos diste la ley de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, que la practicaste de manera tan perfecta con todas las personas, sé tú mismo, oh Señor, nuestro eterno agradecimiento. Oh, Salvador, ¡cuán feliz soy de estar en el estado de amar a mi prójimo! Concédeme la gracia de reconocer mi buena fortuna, de amar este estado bendito y de asegurar que esta virtud se revele ahora, mañana y siempre. Por la Congregación de la Misión, por la Universidad de San Juan, que así sea. Asi sea. Amén.
Palabras de San Vicente en «Conferencia a los sacerdotes de la Misión», sobre la caridad, en SVP ES XI-4, pp. 538-551, de 30 de mayo de 1659.
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