El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación» [CCC, 164] Todos nosotros hemos experimentado el sufrimiento en nuestras vidas, y sabemos que puede poner a prueba nuestra fe. Como vicentinos, también estamos llamados a afrontar el sufrimiento del prójimo, que a menudo les resulta incomprensible. «¿Cómo —deben preguntarse— puede un Dios amoroso permitir esto?».
Nuestro principal compromiso de actuación en nuestras visitas a domicilio debe ser hacer todo lo posible para aliviar el sufrimiento del prójimo: aliviar la ansiedad ayudando a pagar las facturas, aliviar el hambre con comida y aliviar la enfermedad con recetas. «Ninguna obra de caridad es ajena a la Sociedad» [Regla, Parte I, 1.3]. Este es nuestro primer deber de actuación, pero no es ni el motivo ni la finalidad de nuestras acciones.
Para muchos, si no para la mayoría de los que ayudamos, las crisis que ayudamos a evitar volverán algún día. Otros tienen necesidades materiales mayores de las que podemos atender con los recursos de que disponemos. No son fracasos en el servicio, sino recordatorios de que la Sociedad, como la Iglesia, necesitada de «recursos humanos para llevar a cabo su misión, no ha sido creada para buscar la gloria terrena, sino para proclamar, incluso con su propio ejemplo, la humildad y el sacrificio de sí misma». Y de nuevo, como la Iglesia, la Sociedad de San Vicente de Paúl «abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo» [Lumen Gentium, 8]
Nuestro fin primero, nuestro crecimiento en santidad, no es algo que tomemos de los pobres, sino algo que ellos nos dan gratuitamente al permitirnos servir a Cristo en sus personas. A cambio, decía Federico, deberíamos «dar a nuestros hermanos indigentes algo más que modestas limosnas» [Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes, de 27 de junio de 1834].
El sufrimiento es inevitable en esta tierra de exilio [cf. CCC, 385]. Por eso Dios envió a su Hijo a compartir nuestro sufrimiento, y el Hijo, a su vez, nos envía a compartir el sufrimiento de los demás. Siempre debemos tratar de aliviar las necesidades materiales del prójimo, pero tanto si podemos como si no, tenemos que tratar siempre de ser una luz en la oscuridad de la desesperación a la que puede conducir el sufrimiento; mostrarles el rostro amoroso de Cristo a través de nuestra presencia, nuestra mansedumbre, nuestra amistad y nuestras oraciones.
Puesto que la esperanza no se encuentra en una hogaza de pan, no puede ser destruida por la falta de pan. La verdadera esperanza se encuentra en la luz que brilla a través de las obras de amor, ofreciendo la certeza de que, incluso en nuestras horas más oscuras, Dios no nos abandona. Como nos recuerda Federico, «la condición del progreso es el sufrimiento y que la amistad endulza las tristezas que no podamos evitar» [Carta a Ernest Falconnet, de 5 de enero de 1833].
Contemplar
¿Permito que el sufrimiento del prójimo ahogue la esperanza que trato de compartir?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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