Mientras la Iglesia católica encara el próximo cónclave para elegir al sucesor del Papa Francisco, la atención del mundo se centra una vez más en los cardenales que desempeñarán un papel fundamental en este momento histórico. Entre ellos se encuentran dos ilustres figuras que han dedicado su vida al servicio de Dios y de la Iglesia: el cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel y el cardenal Vicente Bokalic Iglic. Ambos son miembros de la Congregación de la Misión, fundada por San Vicente de Paúl.
- El Cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel, prelado etíope, ha trabajado incansablemente para promover la misión de la Iglesia en África, especialmente en los entornos más difíciles. Su profunda fe, su compromiso con la paz y su dedicación a las necesidades pastorales de su pueblo hacen de él una voz respetada dentro de la Iglesia. Su perspectiva teológica, enraizada en el carisma vicenciano, subraya la importancia de la dignidad humana y la justicia social, aspectos esenciales de su concepción de la Iglesia.
- El Cardenal Vicente Bokalic Iglic, C.M., nacido en Lanús, Buenos Aires, es un prelado argentino, creado cardenal por el Papa Francisco en 2024, con el título de Cardenal-Sacerdote de Santa María Magdalena in Campo Marzio. Conocido por su compromiso con la justicia social y la atención pastoral a las comunidades vulnerables, su lema episcopal es «Me envió a evangelizar a los pobres», el mismo lema de la Congregación de la Misión.
Su compromiso de llevar a la práctica las enseñanzas de San Vicente de Paúl en sus respectivos ministerios refleja su dedicación compartida por los pobres y una visión de la Iglesia que es a la vez profundamente espiritual y profundamente comprometida con el mundo.
El testimonio de un pastor:
La fe y el coraje del cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel
Una vida forjada por la fe y el coraje
Nacido en 1948 en la pequeña aldea de Cheleleqa, cerca de Harar (Etiopía), Berhaneyesus Demerew Souraphiel creció en medio de un entorno de vibrante diversidad cultural y profundidad religiosa. Se educó en escuelas de la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía, los Capuchinos y los Hermanos de La Salle.
A los 15 años, respondiendo a una llamada que sentía arder en su interior, ingresó en la Congregación de la Misión (Misioneros Paúles), caracterizada por su dedicación al servicio de los pobres y a la formación del clero. Estudió Filosofía en el Seminario Mayor de Makanissa a partir de 1968 y posteriormente Teología en el King’s College de Londres.
Ordenado sacerdote en 1976, sus primeros años de ministerio coincidieron con uno de los periodos más turbulentos de Etiopía: el ascenso del régimen marxista del Derg, que persiguió brutalmente a las instituciones religiosas. Su negativa a renunciar a su fe y a su misión vicenciana le llevó a ser detenido y encarcelado. Durante siete duros meses (1979-1980), uno de ellos en régimen de aislamiento, Souraphiel soportó penurias y fue testigo del sufrimiento humano más extremo. Lejos de quebrantar su espíritu, este crisol de persecución refinó su fe y le dotó de una resiliencia que definiría su ministerio pastoral. Al reflexionar sobre su estancia en prisión, el Cardenal Souraphiel habla a menudo de un encuentro transformador con Dios, en el que la experiencia de la vulnerabilidad le llevó a una profunda confianza en la providencia divina. Esos meses entre rejas le enseñaron que el auténtico liderazgo fluye de la humildad y que la verdadera libertad no se encuentra en la liberación política, sino en la entrega espiritual.
Tras su liberación, continuó su misión con renovado vigor, convirtiéndose en voz de los sin voz y defensor de los marginados. Sus vivencias sobre la opresión y el sufrimiento le dotaron de una empatía única hacia los afectados por la injusticia. También profundizaron su identidad vicenciana, impulsándole a vivir una espiritualidad de servicio, misericordia y reconciliación.
Así, desde los modestos comienzos en Cheleleqa hasta las celdas de la prisión del régimen del Derg, la vida temprana de Berhaneyesus Demerew Souraphiel fue forjando a un pastor cuya fe se templó en la prueba, cuyo valor se refinó en el sufrimiento y cuyo compromiso con el Evangelio se purificó en la adversidad.
Tras su liberación, sirvió en Roma como delegado en la Asamblea General de la Congregación de la Misión y obtuvo un máster en desarrollo socioeconómico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En 1985, a su regreso a Etiopía, fue nombrado director del seminario de la Congregación de la Misión en Addis Abeba, al tiempo que ejercía de párroco y profesor en el Instituto San Francisco. En 1994, fue nombrado primer prefecto apostólico de Jimma-Bonga.
Su ministerio eclesial: Liderazgo en tiempos de desafíos
Tras años de dedicado servicio misionero, Berhaneyesus Demerew Souraphiel fue nombrado obispo de Adigrat en 1997, una diócesis situada en la conflictiva región etíope de Tigray. Allí se enfrentó al inmenso reto de atender a un pueblo azotado por la guerra, la pobreza y el desplazamiento. Su ministerio combinó la atención pastoral con un firme compromiso con los derechos humanos, defendiendo la dignidad de todas las personas en medio de los conflictos y las penurias.
En 1999 fue nombrado arzobispo de Addis Abeba, lo que le situó en el corazón de la capital etíope y de su compleja dinámica sociopolítica. Como arzobispo, Souraphiel puso énfasis en tender puentes entre los diversos grupos étnicos y comunidades religiosas de Etiopía. Trató de hacer de la Iglesia católica un instrumento de unidad, promoviendo el diálogo, la cohesión social y la coexistencia pacífica.
Su influencia se extendió más allá de los círculos eclesiásticos cuando fue nombrado presidente de la Conferencia Episcopal Católica Etíope. En este puesto, se convirtió en una voz clave en la defensa de la paz, especialmente a través de su participación en la Comisión Nacional de Paz y Reconciliación. Este órgano designado por el Gobierno, encargado de sanar las profundas divisiones de Etiopía, se sirvió en gran medida de la autoridad moral y la sabiduría de figuras como Souraphiel.
En 2015, el Papa Francisco reconoció su destacado servicio elevándolo al Colegio Cardenalicio. Como cardenal, Souraphiel amplió su abogacía a escala mundial, representando las esperanzas y los retos de África en sínodos, conferencias internacionales y diálogos con la Santa Sede.
Durante su episcopado, el cardenal Souraphiel se convirtió en un firme defensor de la unidad, la reconciliación y la dignidad humana. Abogó incansablemente por ofrecer oportunidades educativas a los jóvenes, por el entendimiento interreligioso y por la protección de inmigrantes y refugiados. Para él, la misión de la Iglesia era inseparable de la causa de la gente común en favor de la dignidad, la justicia y la paz.
Un rasgo distintivo de su liderazgo ha sido su inquebrantable insistencia en que la fe debe participar activamente en el tejido social, ofreciendo reconciliación donde hay odio, educación donde hay ignorancia y esperanza donde hay desesperación. Su estilo pastoral combinó una profunda espiritualidad con una acción práctica, arraigada siempre en el Evangelio y en la opción preferencial vicenciana por los pobres.
Frente a las tensiones políticas, la violencia étnica y los episodios de intolerancia religiosa, el Cardenal Souraphiel se mantuvo firme contra toda forma de extremismo y de instrumentalización de la religión con fines políticos. Sus esfuerzos por conducir a la Iglesia católica etíope hacia una mayor solidaridad, compasión y dinamismo misionero han dejado una huella indeleble tanto en la Iglesia como en la nación a la que sirve.
Su perspectiva del cristianismo y de la Iglesia
La concepción del cristianismo del Cardenal Souraphiel es profundamente encarnacional: la fe debe concretarse en actos de servicio, reconciliación y transformación. Profundamente marcado por el carisma vicenciano, concibe una Iglesia que refleje la propia misión de Cristo de llevar la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos y la libertad a los oprimidos. Para él, el cristianismo no es una mera creencia íntima, sino una fuerza dinámica de renovación social y espiritual.
Concibe la Iglesia como fundamentalmente misionera y servicial. A sus ojos, la Iglesia debe ser «el hospital de campaña» para las heridas de la humanidad, un tema que se corresponde con el incansable interés de San Vicente de Paúl por responder a las necesidades más urgentes de su tiempo. La Iglesia, insiste Souraphiel, debe acompañar a los pobres, hacerse amiga de los marginados y ofrecer curación en sociedades marcadas por la violencia, la injusticia y la desesperación.
En el centro de su planteamiento está la primacía de la reconciliación. Afirma que una fe que no busca el perdón y ofrece misericordia está incompleta. Su propio itinerario personal —optar por perdonar a sus perseguidores— se convierte en un testimonio vivo de la exigencia evangélica de amar a los enemigos. Este énfasis en la misericordia concuerda plenamente con el espíritu vicenciano de servicio compasivo, en el que la santidad personal está inextricablemente ligada a actos concretos de amor y sanación.
El cardenal Souraphiel también concede un gran valor a la universalidad y diversidad de la Iglesia. Defiende la riqueza espiritual de las tradiciones católicas y ortodoxas orientales, e insta a los católicos de rito latino a apreciar la profundidad mística y la belleza teológica de Oriente. Ve en este reconocimiento una llamada a una unidad más profunda, una unidad no basada en la uniformidad, sino en el enriquecimiento y el respeto mutuos.
Alineado con la visión del Papa Francisco de una Iglesia sinodal y misionera, Souraphiel aboga por un modelo eclesial que escuche atentamente a todos sus miembros, especialmente a los pobres y marginados. De este modo, personifica la convicción vicenciana de que la sabiduría surge a menudo de la base, de aquellos cuyas vidas están marcadas por la lucha y la resiliencia.
Así pues, la visión del Cardenal Souraphiel es un tapiz tejido a partir de una fe profunda, el imperativo vicenciano de la caridad y el servicio, la urgencia de la reconciliación y la esperanza de una Iglesia que sea testigo vivo de la compasión de Cristo entre los más pobres y olvidados.
Su relación con el Papa Francisco
El cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel compartía una profunda afinidad espiritual y pastoral con el Papa Francisco. Ambos líderes pusieron especial énfasis en una Iglesia misionera, misericordiosa y profundamente comprometida con las realidades de los pobres y marginados. Su compromiso compartido con una «Iglesia de las periferias» reforzó su colaboración y respeto mutuo.
La decisión del Papa Francisco de elevar a Souraphiel al Colegio Cardenalicio en 2015 fue un claro reconocimiento de su encarnación de estos valores. Souraphiel expresó a menudo su admiración por la valentía del Papa Francisco a la hora de enfrentarse a las injusticias mundiales y su llamamiento a una Iglesia más sinodal y atenta.
Su relación estuvo marcada por una visión común: la insistencia en la reconciliación por encima de la división, la misericordia por encima del juicio y la acción por encima de la retórica. En los sínodos y reuniones vaticanas, el cardenal Souraphiel participó activamente, apoyando las iniciativas del Papa para fomentar el diálogo, el desarrollo humano integral y la atención a migrantes y refugiados.
Mediante sus encuentros y prioridades pastorales compartidas, el cardenal Souraphiel y el papa Francisco ejemplificaron una Iglesia que buscaba curar heridas, tender puentes y encarnar la compasión viva de Cristo en un mundo fracturado.
Principales ministerios y logros
- Iniciativas de paz y reconciliación: Papel clave en la Comisión de Paz y Reconciliación de Etiopía.
- Iniciativas educativas: Defensa de la educación y la formación profesional de los jóvenes.
- Defensa de la libertad religiosa: Promotor del diálogo interreligioso.
- Defensa de migrantes y refugiados: Defensor de la dignidad de las personas desplazadas.
- Compromiso con el Desarrollo Humano Integral: Apoyo al desarrollo rural y a proyectos sostenibles.
Citas destacadas del Cardenal Berhaneyesus Demerew Souraphiel
- Sobre el perdón: «Cuando estás desnudo ante Dios, nadie más que Él puede ayudarte. El perdón es una libertad, tanto para el que perdona como para el que es perdonado».
- Sobre la paz: «La verdadera paz no la hacen sólo los políticos. Debe ser respirada por la gente que aprende a confiar, a escuchar y a amar más allá de las divisiones.»
- Sobre la misión de la Iglesia: «La Iglesia debe estar allí donde el dolor es más profundo. No debe juzgar, sino curar; no condenar, sino dar esperanza».
- Sobre la educación y la juventud: «Formar a los jóvenes es construir el futuro. Si queremos paz, trabajo y dignidad, debemos apostar por las mentes y los corazones de nuestros jóvenes.»
- Sobre la unidad: «Los etíopes compartimos una historia y un destino comunes. Las diferencias étnicas son tesoros, no armas. Debemos hacer frente a todos los que siembran la división por sus propios intereses».
- Sobre la pobreza y el rico patrimonio etíope: «Tenemos el gran reto de la pobreza; me refiero a la pobreza material. Es un país con una enorme riqueza histórica y valores desde la época apostólica; coexistencia pacífica entre las diferentes religiones como el cristianismo con los musulmanes, etcétera. Son grandes riquezas que Etiopía puede compartir con muchas partes de África y del mundo».
- Sobre el empoderamiento de los jóvenes: «Si quieren ayudarnos, formen a nuestros jóvenes para que puedan trabajar».
- Sobre escuchar y no juzgar: «Para llevar a la gente a Jesús, debemos escuchar sin juzgar».
- Sobre la responsabilidad de Europa: «Es triste cuando oímos que se están cerrando algunas fronteras a personas necesitadas que escapan de la pobreza y de la guerra y los conflictos en Europa. Uno se pregunta: ‘¿Dónde están las raíces cristianas de Europa?».
- Sobre el papel de la Iglesia: «La Iglesia debe estar donde el dolor es más profundo. No debe juzgar, sino curar; no condenar, sino dar esperanza».
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