“Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”
Hech 4, 23-31; Sal 2; Jn 3, 1-8.
Nicodemo se queda pensativo, no logra entender. Imagina que una persona adulta intenta volver al vientre de su madre y le parece imposible. Y lo es. Jesús no le habla de volver a nacer, sino de renacer; ser el mismo, pero no lo mismo, dejar que el Espíritu hable, permitirse escucharlo. Seguro algo quiere decir, intenta dar dirección a la vida del que quiere vivir la voluntad del Padre… Pero las ocupaciones, los lugares de poder que uno ocupa, las justificaciones sociales y religiosas, las necesidades que aspiramos remediar, eso y más no deja sonar la voz del Espíritu en nosotros. Pero, además, aquello ata la vida, se tiene que seguir un estatus social, lo mismo alto que bajo, liberal o conservador.
Nicodemo quiere seguir a Jesús, pero no puede, su propia condición social es más fuerte que su necesidad de vida plena. ¡Qué drama debe ser apagar la voz de la conciencia para no perder el prestigio y la apariencia!
Renacer del Espíritu da libertad para arriesgarse a escuchar la voz del Padre y actuar en consecuencia, para hacer las paces y pasar página de una vez por todas con el otro y con uno mismo. Libertad y valor para seguir las huellas de Jesús Resucitado sin pena, sin temor, sin regateos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. Emmanuel Velázquez Mireles C.M.
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